A tono con la tontería de “estado fallido” que se ha puesto de moda en nuestro país, cure cheap término que no muchos entienden ni alcanzan a comprender por ser más bien del ámbito de la jurisprudencia, hay quienes dicen que sería muy del caso que, así como se machaca torpemente el susodicho término, se preguntara si en nuestro país ¿tenemos una Iglesia fallida, particularmente la denominación católica?
Los entendidos han trato de explicar que lo de “estado fallido” se da en un país o nación donde todo es caos y anarquía, que todo está fuera de control y, principalmente, que el Gobierno de la República ha perdido por completo la capacidad de controlar y dirigir la vida de la colectividad, sin poder manejar las instituciones estatales que sirven a la comunidad y velan por los intereses y derechos de los ciudadanos.
¿Es que acaso la gente ve o siente que el país, que nuestro Gobierno están paralizados, sin poder mover un píe o una mano? ¿Es que existen fuerzas superiores que se sobreponen al Gobierno y controlan el territorio nacional y la vida de la población en su totalidad?
Hay delincuencia, violencia, criminalidad como antes no se había visto; cierto, nadie puede negarlo ni discutirlo. El narcotráfico es un monstruo terrible que absorbe una alta porción de las energías de los cuerpos de seguridad, los que tienen que reservar gran número de sus efectivos para combatirlo, no sin sufrir muchas bajas de sus elementos.
Pero, ¿acaso es privativa de nuestro país esa cadena de situaciones aflictivas y destructoras que agreden por tantos flancos a nuestra sociedad? ¿No sufren otros países situaciones semejantes, como México, Estados Unidos y también países de Europa? ¿Son por eso “estados fallidos” dichos países? Sólo los tontos pueden creerlo así y firmarlo.
Igualmente tonto sería atreverse a afirmar que en nuestro país hay una “Iglesia fallida”, como la católica, porque sus prelados no pueden controlar la desbandada que cada vez se advierte de sus fieles, que se pasan a otras iglesias evangélicas. ¿Será muestra de una Iglesia católica fallida el hecho de cada vez, cada año se ven menores las multitudes, las concentraciones alrededor de Catedral el 6 de agosto, para presenciar “la Bajada” o sea, la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo?
¿Es señal de una Iglesia (católica) fallida la salvadoreña, por el hecho de que nunca, un prelado, un obispo, un monseñor –y menos que se adviertan visos de que el actual pudiera merecer tal distinción– haya sido elevado a la dignidad de cardenal? Guatemala y Honduras los tienen, quizá porque no cuentan con “iglesias fallidas”.
Lo que nuestra feligresía católica no se explica es por qué la pertinacia del jefe de su iglesia, de machacar en sus sermones de las últimas semanas la torpeza del “Estado fallido”, dando la impresión de que es un deseo suyo, que quisiera ver a nuestra Patria hundida en un caos total, una tierra de nadie, sin Dios y sin ley. Los fieles se sorprenden de ver que el prelado insiste en su creencia en vez de exhortar, llamarlos a orar en todo momento pidiendo por la Paz, el cese de la violencia y la criminalidad; llamarlos a que acudan a diario a las iglesias para invocar inspiración, iluminación y la protección Divinas para que cesen nuestros problemas.
El prelado debería hacer llamados a que todos los habitantes de nuestro país nos inclinemos hacia la espiritualidad, apartándonos del materialismo en que muchos se ahogan o nos ahogamos.
Es un hecho que no todos pueden reconocer: que el cúmulo de “males” que nos golpean individual y colectivamente (enfermedades, criminalidad, corrupción, etc.) se dan por la falta de un sentido profundo y sincero de espiritualidad, que no significa pasarse todo el día rezando ni metidos en las iglesias, sino abrigar y cultivar en lo profundo del corazón y del alma sentimientos nobles, amorosos, constructivos, y pensamientos de la misma calidad; renunciar a los egoísmos y avaricias y practicar más la caridad, la bondad, la hermandad y solidaridad, buscando la manera de compartir lo poco o mucho que Dios provee a cada uno, a diario. Nadie hay tan pobre que no tenga algo en su vida que pueda compartir con los demás, con sus semejantes. A veces una sonrisa, una palabra amable, una muestra de simpatía, una expresión de amor puro y sincero, cualquier cosa sencilla, son bastante para hacer sentir bien y feliz a otras personas.
Quienes no tienen o tenemos ni practicamos tales virtudes corremos el riesgo de volvernos “personas fallidas”, y eso no nos lo perdonaría el recién aparecido apóstol del “Estado fallido” en nuestro país.
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