José M. Tojeira
Después de la jornada del sábado es tiempo de agradecer. No sólo a quienes trabajaron en preparar este encuentro de fe y esperanza del pueblo salvadoreño, unhealthy sino también de quienes pusieron su entusiasmo, check su alegría y su participación en esa mañana del sábado 23 de Mayo. Decía el Quijote que “bien puede ser que un caballero sea desamorado, pero no puede ser, hablando en todo rigor, que sea desagradecido”. Y el ser caballero significaba para el Quijote lo que hoy podríamos llamar la dignidad de la persona. Esa capacidad de ser libre y saber apreciar y agradecer lo que tiene verdaderamente valor, unirse a ello, mostrarse benevolente y capaz de recibir con alegría los dones ajenos. Agradecer pues a todos los que desde su fe, su trabajo y su oración prepararon este día de ratificación eclesial de la santidad de Romero.
Hay que agradecer en primer lugar al pueblo salvadoreño. Y no sólo por la masiva presencia, calculada por algunos medios internacionales como de trescientas mil personas. Sino también, y sobre todo, por ese hondo sentido cristiano popular que consideró desde el primer momento a Romero un santo y comenzó a honrarlo, a rezar ante él y a recordarlo sistemáticamente en el día a día y en sus aniversarios. Hay que agradecer también a quienes acompañaron a este pueblo en su devoción a lo largo de los 35 años previos a la llegada a los altares. Tanto a los de dentro de El Salvador como a los de fuera, tan regados por tan diversas partes del mundo. Así mismo es indispensable agradecer a algunos de los que ya no están entre nosotros, a estos sí por su nombre. Monseñor Rivera, que siempre mantuvo su amistad y solidaridad con Romero e inició la causa de beatificación todavía en tiempo de guerra y ante la indiferencia, cuando no el enojo, de algunos poderosos. María Julia Hernández, a quien debemos que sus homilías no se hayan perdido y romerista de corazón. A Ellacuría y compañeros mártires que de un modo sistemático y lleno de calidad multiplicaron la comprensión y el conocimiento de Romero.
La lista sería interminable si quisiéramos incluir a todos los biógrafos, de dentro y de fuera del país, junto con los que han escrito o editado algo sobre o de Mons. Romero. A todos ellos les debemos el cultivo de la memoria y la inclusión de nuevos devotos del mártir. Y dicho sea de paso, por supuesto con todo respeto a la normativa vigente, recordemos que la Iglesia primitiva, a la que debemos seguir y volver constantemente, cuando consideraba a alguien mártir, no hacía distinciones entre santo y beato. Mártir era el título más importante y definitivo de ejemplaridad y santidad. Pero siguiendo con los agradecimientos, hay que reconocer entre los que nos acompañan en el peregrinar por esta tierra a Mons. Urioste. Un sacerdote de una espectacular talla que acompañó el latir de nuestra Iglesia como vicario general durante tres arzobispados y que ha sido el referente más importante de los valores de Mons. Romero. Su labor al lado del arzobispo mártir y su defensa sabia y permanente del mismo nos deja a todos en deuda con él. Nuestro arzobispo Mons. Escobar, su auxiliar Mons. Gregorio Rosa fueron firmes impulsores del proceso. Mons Rafael Urrutia y su grupo de colaboradores, a parte de otros muchos trabajos, organizaron en un tiempo récord una verdadera fiesta de fe este sábado pasado, que transcurrió con verdadero orden y devoción. El gobierno colaboró con la organización del encuentro de fieles de un modo generoso, eficaz y discreto. Y finalmente hay que mencionar a los PP Santos Belisario y Lucio Reyes, que comenzaron la animación de la jornada a las tres de la tarde del viernes en catedral, siguieron con la procesión a las cinco de la tarde, y dieron seguimiento a la Misa vespertina, para quedarse después hasta las cinco de la mañana, en medio de la lluvia, animando la vigilia. Y posteriormente, a las seis de la mañana iniciaron la preparación de la Eucaristía animando a la gente hasta prácticamente las diez de la mañana. Son el símbolo de muchos sacerdotes y párrocos que en silencio y en humildad derrocharon esfuerzos y pasión en favor de la causa de Romero.
Qué duda cabe, después de ver la impresionante expresión de piedad del sábado, que Monseñor Romero es de todos nosotros, de América Latina y del mundo. Es nuestro pero es de todos al mismo tiempo. Es eclesial y universal. Es ejemplo de nuevas formas de martirio, al lado de las víctimas de la historia contemporánea, cerca de los débiles, apoyándoles con la fuerza de su palabra y con su ternura y cariño de pastor. Y es, al mismo tiempo, voz de esperanza, conciencia radical de humanidad, expresión actual de cómo, en tiempo de crisis, servir y amar al estilo del que todos consideramos Señor de la historia, Jesucristo. Agradecer es de corazones nobles y por eso todos decimos hoy, simple y sencillamente, gracias.
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