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Tiempo de Monseñor Romero (II)

Luis Armando González

Sin embargo, en colonias y barrios, en cantones y caseríos, en ermitas y parroquias progresistas, Monseñor Romero fue recordado año con año. La vigilancia y la persecución amenazaban por doquier, pero venciendo temores ahí estaba la gente –en la UCA, en la cripta de Catedral (que aquellos años era un lugar oscuro y oculto), en los campos de refugiados en Colomoncagua o Mesa Grande, en San Antonio Abad, en Mejicanos, en Perquín….—  honrando a su pastor martirizado, a quien desde esos momentos el pueblo convirtió en santo. Y Don Pedro Casaldáliga, convirtió en poema esa santificación:

San Romero de América, Pastor y Mártir Nuestro

El ángel del Señor anunció en la víspera…

El corazón de El Salvador marcaba

24 de marzo y de agonía.

Tú ofrecías el Pan,

el Cuerpo Vivo

-el triturado cuerpo de tu Pueblo;

Su derramada Sangre victoriosa

-¡la sangre campesina de tu Pueblo en masacre

que ha de teñir en vinos de alegría la aurora conjurada!

El ángel del Señor anunció en la víspera,

y el Verbo se hizo muerte, otra vez, en tu muerte;

como se hace muerte, cada día, en la carne desnuda de tu Pueblo.

¡Y se hizo vida nueva

en nuestra vieja Iglesia!

Estamos otra vez en pie de testimonio,

¡San Romero de América, pastor y mártir nuestro!

Romero de la paz casi imposible en esta tierra en guerra.

Romero en flor morada de la esperanza incólume de todo el Continente.

Romero de la Pascua latinoamericana.

Pobre pastor glorioso, asesinado a sueldo, a dólar, a divisa.

Como Jesús, por orden del Imperio.

¡Pobre pastor glorioso,

abandonado

por tus propios hermanos de báculo y de Mesa…!

(Las curias no podían entenderte:

ninguna sinagoga bien montada puede entender a Cristo).

Tu pobrería sí te acompañaba,

en desespero fiel,

pasto y rebaño, a un tiempo, de tu misión profética.

El Pueblo te hizo santo.

La hora de tu Pueblo te consagró en el kairós.

Los pobres te enseñaron a leer el Evangelio.

Como un hermano herido por tanta muerte hermana,

tú sabías llorar, solo, en el Huerto.

Sabías tener miedo, como un hombre en combate.

¡Pero sabías dar a tu palabra, libre, su timbre de campana!

Y supiste beber el doble cáliz del Altar y del Pueblo,

con una sola mano consagrada al servicio.

América Latina ya te ha puesto en su gloria de Bernini

en la espuma-aureola de sus mares,

en el retablo antiguo de los Andes alertos,

en el dosel airado de todas sus florestas,

en la canción de todos sus caminos,

en el calvario nuevo de todas sus prisiones,

de todas sus trincheras,

de todos sus altares…

¡En el ara segura del corazón insomne de sus hijos!

San Romero de América, pastor y mártir nuestro:

¡nadie hará callar tu última homilía!

Ese bello poema anuncia, en contraste con la realidad del pastor asesinado a sueldo, a dólar y a divisa, la pascua latinoamericana y salvadoreña. Una pascua que ciertamente, como ideal utópico, no se consigue plenamente, pero que se vislumbra ahí donde la vida vence a la muerte, donde el recuerdo vence al olvido. Desde aquellos años ochenta de muerte, persecución y exilio, hasta el día de ahora, los salvadoreños hemos caminado, movidos por la esperanza, en busca de una sociedad en paz, más justa e incluyente. Todavía nos queda mucho camino por recorrer en esa dirección. Viejos problemas estructurales están aún presentes. Otros nuevos han surgido. El crimen genera temor y muerte en el presente, pero el terror estatal generalizado pertenece al pasado.

En unos tiempos difíciles, el recuerdo de Monseñor Romero se mantuvo vivo y actuante, dando esperanza a quienes no tenían pocas razones para mantenerla. Aquellos eran tiempos de locura. Eran tiempos de esperanza contra toda esperanza. Tiempos de matar, de destruir, de llorar. Nuestro presente, es un tiempo de edificar, de plantar, de juntar piedras, tiempo de bailar….. Sin dejar de reconocer, eso sí, que El Salvador no es una isla de la fantasía. Sin dejar de reconocer que hay dinámicas, como las del crimen organizado y las pandillas, que generan miedo y muerte en distintas comunidades del país.

Con todo, es el tiempo propicio para hacernos cargo, con absoluta libertad, del legado de Monseñor Romero. Este es el mejor tiempo –el kairós— para conocer y hacer realidad sus ideales sociales, económicos y políticos1. Ademas de celebrarlo y honrarlo, debemos permitir que nos interpele y sea el referente ético que nos aliente a defender la dignidad y derechos de cuantos nos rodean. Todo tiente su tiempo: este el tiempo de Monseñor Romero.

1. Ver sus homilías, cartas pastorales y diario personal.

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