Luis Armando González
Quiero invitar al lector de estas líneas a imaginar la escena hipotética[1] que narro a continuación:
Una persona –a la que llamaré Marcos en esta historia— está interesada en aprender a conducir un automóvil. Indaga sobre las escuelas de manejo y se decide por una que es promocionada como de las mejores. Cuando se presenta para obtener la información rigor, quien atiende a Marcos le dice que el programa de clases de manejo tiene un total de 60 horas, divididas en 30 horas teóricas y 30 horas prácticas; que las clases se imparten dos veces por semana, los martes y jueves, de 2 a 5 pm; y que cada hora tiene un valor de 20 dólares. Su mente de se pone a trabajar: es una prioridad suya aprender a manejar, el dinero no es problema, pero tiene la sensación de que quizás no cuente con el tiempo que las clases le demandarán. Calcula: tendrá que disponer de 6 horas semanales en dos tardes (martes y jueves), durante dos meses y medio. Lo piensa y toma una decisión: dado que le interesa sobremanera aprender a manejar, restará tiempo a otras actividades, para dedicarlo a lo que es su prioridad. Así que acepta los costos y los horarios de la escuela de manejo.
Ahora quiero introducir una primera variante a mi historia (que llamaré variante “A”), conservando su marco general:
Una vez que Marcos acepta los costos y horarios de la escuela de manejo, quien lo atiende le dice que hay un estímulo adicional: después de las 3 horas diarias de clases, si él quiere puede recibir media hora más, sin costo alguno. Eso sí, tiene que decidir desde un principio recibir esa media hora adicional de clases a lo largo de todas las sesiones de aprendizaje. Marcos no duda en decir que sí a la propuesta.
Paso ahora a una segunda variante al anterior relato (variante “B”):
Llegado el punto en el cual Marcos tiene la sensación de que no contará con el tiempo requerido por la escuela de manejo, se le ocurre hacer una propuesta a quien le atiende. Le dice que está dispuesto a pagar por las 60 horas de clases, según el precio fijado por la escuela, pero que nada más puede recibir, por no tener tiempo, 20 horas; que de preferencia sólo sean teóricas (y si son en línea, mejor); y que sólo tiene tiempo para recibir media hora por la tarde en martes y los jueves. En la escuela de manejo se muestran de acuerdo con su propuesta y cierran el trato.
No me resisto a plantear una tercera variante a mi historia (que llamaré variante “C”):
Cuando Marcos se visita por primera vez la escuela de manejo, quien lo atiende le dice lo de las 60 horas (30 teóricas y 30 prácticas) de formación y el precio por hora. Pero enseguida le hace saber que en esa escuela de manejo son conscientes de que personas como él lo que menos tienen es tiempo, así que han diseñado un plan especial que comprime las 60 horas en 25. Que esas 25 horas serán todas en línea, porque eso es estar a la vanguardia –le hablan incluso del “metaverso” y de la “inteligencia artificial”—, y que él puede hacer su horario a conveniencia –dado que tienen tutores 24/7—. Marcos celebra el que, por fin, va a aprender a manejar con un mínimo esfuerzo, pudiendo dedicar tiempo a actividades más interesantes como estar en sus redes sociales o simplemente entretenerse en Facebook.
Si se presta atención a la historia ficticia es esperable que, dado lo importante que es aprender a manejar para las personas, suceda con bastante frecuencia lo narrado en ella en su versión principal. En cuanto a las variantes, de la “A” se puede decir lo siguiente: sería extraño que una escuela de manejo ofrezca gratis media hora, pero –de darse una situación así— lo presumible es que alguien interesado en aprender a manejar no rechace la oferta. De la variante “B”, no es sensato que una persona que quiere aprender a manejar ofrezca pagar más por menos horas de enseñanza; y respecto de la “C” lo más seguro es que cualquier persona, a la que una escuela de manejo le ofrezca un trato semejante –cobrar más por menos horas de enseñanza y con una oferta formativa deficiente—, no acepte ser estafada.
¿Qué tal si se hace el ejercicio de cambiar aprender a conducir un automóvil por educarse en un determinado campo del conocimiento? Sin duda, ambas cosas son importantes para las personas, ambas requieren tiempo y ambas suponen un costo económico. Pues bien, aunque parezca extraño, bastantes personas –más de las que cualquiera pudiera sospechar— están dispuestas a hacer, en su educación, lo que no harían si se tratara de sus clases de manejo.
Comenzando con el tiempo, abundan los que creen que para educarse (incluso en campos especializados del conocimiento como la investigación científica) no deben invertir el tiempo necesario y suficiente, sino el menor tiempo posible. Y, por ello, la variante “A” del relato ficticio –esa en la cual desde la escuela de manejo se ofrece media hora formativa adicional que el estudiante acepta de buena gana— puede ser fuente de tensión en el campo educativo, en el cual los estudiantes pueden sentirse agraviados por horas de clase adicionales propuestas por un profesor[2].
Por su parte, las variantes “B” y “C” del relato, inviables en clases de manejo, se han convertido en viables en distintos ambientes educativos. En virtud de ello, hay estudiantes que andan en búsqueda de pagar más por menos tiempo (y calidad educativa) e instituciones que ofertan cobrar más por menos tiempo (y calidad educativa) dando lugar a un pernicioso círculo vicioso en el que se pierde el sentido propio de la educación y los procesos que la rigen. Tengo la sospecha (pero esto debería ser investigado) de que, en la educación superior, el punto de origen estuvo en algunas instituciones educativas que, observando a la franja de población que por razones laborales se le dificultaba estudiar, decidieron –con buenas intenciones, no lo dudo— diseñar propuestas formativas adaptables al escaso y marginal tiempo de aquélla.
Dado este paso inicial, posteriormente, quienes han terminado por asumir que estudiar les es factible (lo cual está bien) y que sólo se trata de encontrar la propuesta educativa que les sea más conveniente (lo cual no está bien). Aquí cobran sentido (aunque no sean razonables) las molestias de algunos estudiantes cuando las exigencias formativas –intrínsecas a la asignatura o carrera que cursan— no se adaptan a su tiempo y necesidades. Aquí cobra sentido el argumento de algunos estudiantes según el cual “yo me matriculé en esta carrera porque se me ofreció como la más conveniente para mí; de haber sabido que no era así, hubiera buscado otra, dentro del montón que hay”.
En fin, es un círculo vicioso que tiene que ser superado. Y, para ello, lo primero que hay que hacer es posicionar el tiempo requerido para educarse, según las áreas, campos y pericias específicas de conocimiento que se quiere adquirir. Si alguien no puede dedicar el tiempo necesario y suficiente para su educación, no se educará a cabalidad.
Lo segundo: respetar y adaptarse a las exigencias (de tiempo, de contenido y de método) de los procesos educativos en su especificidad teórica y práctica; y no hacer lo contrario, es decir, adaptar los procesos educativos (en sus tiempos, contenidos y métodos), a los tiempos y gustos de los estudiantes, o a las modas tecnológicas o criterios mercantiles. El cultivo del conocimiento, y las exigencias que conlleva, merece respeto, dedicación, esmero y tiempo. Todos debemos entender que el conocimiento es algo importante, no algo irrelevante, para la vida humana.
Y, alguien que trabaja, ¿debe ser excluido del cultivo del conocimiento? No, en lo absoluto. Pero debe esforzarse más, mucho más, que quienes no trabajan y se dedican sólo a educarse. Facilitarles excesivamente las cosas se traduce, en la práctica, en una deficiencia en su formación que tarde o temprano les pasará factura en su profesión o, lo que es peor, en la vida. Con el agravante de que la educación en su conjunto se degrada… y no sólo los títulos.
San Salvador, 18 de febrero de 2025
[1] O sea, el relato es ficticio. No tengo idea de cómo funcionan en El Salvador las escuelas de manejo. Podría averiguarlo, pero para efectos de lo que pretendo eso es innecesario.
[2] En especial, si las clases que se proponen son de tipo presencial y los estudiantes se han inscrito en una carrera virtual o semi presencial. En lo personal, he lidiado con reclamos en los que algunos estudiantes han apelado a derechos, a que eso no fue lo que se les ofreció o que creían que la carrera iba a ser más accesible y adaptable a sus necesidades y tiempo.