Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y coordinador
Suplemento Tres mil
Uno no sabe cuando le va a llegar la muerte. Y eso es lo único que veo con certeza, porque a cada paso que doy la observo. Se me da por entenderla como una parte más de mi cotidianidad. A veces tan cierta que creo que solo imagino que vivo.
La primera vez que recuerdo a la muerte en mi fue en un hospital cuando era muy pequeño. Creo que tenía unos dos años y tengo tan presente las paredes pistacho y las sábanas ralas y blancas. De los doctores no tengo buena imagen, solo recuerdo sus batas blancas y el famoso estetoscopio que fue natural en mi niñez. Supuestamente había muerto por una diarrea mal tratada, pero igual salí de ahí. Caminando. Después recuerdo que morí en una piscina. Me caí dentro y en la parte más honda tragué agua de sobra hasta llenar el estómago. Se me había cerrado la vida hasta que escuché los lamentos de mi mamá y a los tipos decir que estaba vivo. Luego de arrojar bocanadas de agua con hojas amarillas y secas, que no sé cómo me las tragué junto al agua.
Y así a cada paso que daba igual sentía que la muerte se presentaba como cuando me operaban, era como dormir. Y así comencé a ver la muerte como un sueño o como un abrazo. Era como la brisa en los árboles de un parque, no las ves, pero la sientes.
Cuando llego la adolescencia y el refreno rebelde, la cosa se hizo aún más compleja. Había pleitos de bares, accidentes, tropezones y en cada uno de estos me morí. Así de simple. Lo que no comprendo es como continuaba marchando y de igual forma no comprendía como podía sentirme vivo sabiéndome muerto.
Había algo extraño en todo eso, porque al moverme siempre había algo extraño, colores diferentes, sensaciones diferentes. Solo el hecho de estar vivo era inmutable, así que por eso sabía que estaba vivo aún estando muerto. Seguramente así es la vida tras la muerte.
Llegué a dudar acerca de mi vida, así que atendí que debía probar mi teoría de estar muerto y a la vez vivo, y que cada nuevo momento tras la muerte. Sólo era imaginación mía o la verdad. Sin embargo, el morirme sin encontrar nada más que la muerte y no alguna vida alterna u otra dimensión me asustaba.
¿Cómo morir sin morir? Y aunque esa pregunta me ponía inquieto me tranquilicé al recordar que vivía estando muerto. Así, ¿qué más daba? El problema era cómo hacerlo. Matar no es algo fácil, aunque morir lo sea. Algunos toman la decisión con calma y simplemente se matan. A veces los admiro por eso, ponerse la pistola en la boca y percutar. El resto vivimos un suicidio diario, nos morimos sin percatarnos. Claro, menos yo.
Aunque no soy Drácula o algún zombie sigo pensando que estoy muerto como uno, porque solo donde no se escuche el viento ni ruidos sino un atemorizante silencio creo que no estaría acá. Decidí que la manera más fácil de matarme sería arrojándome de un edificio. Pero aunque sería barato el experimento me podía dañar sin remedio, porque había librado otros problemas en los que el cuerpo no había quedado maltratado ni inservible. ¿Qué me garantizaba que saliera bien librado? Nada, por supuesto. Así que lo descarté y decidí conseguir algún veneno. Había leído que nos envenenamos a diario con todo tipo de bebidas y alimentos que por generaciones creemos buenas, pero resultan nuestro goteo de muerte. Si la leche era asesina debía beberme un veneno que fuera menos sutil y más letal. El detalle era como obtener el dichoso químico. Mis amigos iban a sospechar y cómo les explicaría que es un experimento. No había manera. En esto estaba solo.
Así que me puse a estudiar por mi cuenta y como una bolsa plástica que llena el viento logré encontrar suficientes libros y materiales para dejarme llevar por la brisa. No fue tan difícil dar con el arsénico. Lo tenía casi casi esperándome. Pero si no lo hubiera estudiado hasta la fecha no podría ni sospechar que el dichoso producto era óptimo para mis planes, no como el cloroformo que si sería puro sufrimiento.
Y acá me tienen probando un vaso cada mañana. Muriendo y viviendo sin remedio, justo como morí antes de nacer y como seguiré muriendo sin morir.