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Todo el poder

José M. Tojeira

El poder, así, en general, es la estructura de relación humana que ofrece a las personas posibilidades enormes de autorrealización y de autodestrucción. Posibilidades de hacer bien las cosas y crear un ambiente de solidaridad, libertad y servicio, o lo contrario: destruir vidas, arrasar culturas, dividir en superiores e inferiores a quienes somos iguales en dignidad y derechos. Un padre o madre de familia tiene poder para ayudar al hijo/a a crecer en libertad y solidaridad, o para inducirle hacia un egoísmo y una dependencia de sentimientos o ideas que le frustre finalmente en sus expectativas de vida o lo convierta en un ser antisocial. Como en todo el mundo, y a nivel de las personas y grupos existentes en El Salvador, el poder se utiliza para bien y para mal en todos los ámbitos de la vida social. La utilización en favor del bien ha puesto de manifiesto personalidades que se han vuelto universales por sus valores. Nuestro san Romero es una de las muestras más reconocidas universalmente de un hombre que puso toda su capacidad de poder al servicio de la fraternidad, el diálogo y el amor a quienes la sociedad orillaba y despreciaba. Pero también hemos tenido verdaderos déspotas, asesinos y ladrones que han causado muerte, pobreza y subdesarrollo económico y cultural.

El autoritarismo, como uso arbitrario y muchas veces inhumano del poder, ha sido una plaga en El Salvador. Enriquecimiento, corrupción, manos manchadas de sangre y dolor, sufrimiento concentrado en las mayorías pobres o vulnerables del país, fueron los resultados del ejercicio autoritario del poder. Hoy, al menos en un amplio sector de la población, nos encontramos de nuevo con un peligroso modo de pensar autoritario. Se advierte en las redes sociales, en las que con frecuencia se observan insultos, formas despectivas e incluso amenazas. Al hablar de política no faltan quienes dicen, por supuesto erróneamente, que “el pueblo nos ha dado todo el poder para que hagamos lo que queramos”. O por otro lado, algunos parecen desear castigos más fuertes a El Salvador de parte de países o instancias internacionales, más allá de las consecuencias que eso pueda traer para las mayorías empobrecidas.

Frente a este tipo de posturas hay que ser enfático. El pueblo no le ha dado a Nuevas Ideas el poder de hacer lo que le de la gana. Hay normas, tanto nacionales como internacionales, que debemos cumplir. E incluso algunas de ellas ni siquiera las podemos cambiar, aunque no las queramos cumplir. Y hay valores éticos que están y seguirán estando por encima de cualquier veleidad o capricho de quienes detentan el poder. Es irreal pensar que en un mundo multipolar y multicultural nos podemos aislar, o incluso proteger nuestro aislamiento bajo la protección de algún imperio. Podemos negarnos, como hemos hecho desde hace muchos años, a firmar y ratificar el convenio adicional sobre la tortura de las Naciones Unidas. Pero eso no aumentará nuestro prestigio sino nuestro desprestigio. Y más mientras continúe habiendo signos de brutalidad en algunos miembros de la PNC o de las autoridades carcelarias.

El poder total nunca lo ha tenido nadie en la historia. Por eso la mayoría de los dictadores han muerto fuera del poder. E incluso los que han muerto en el poder, si tras la muerte tuvieran conciencia de algo de lo que pasa en la historia humana, habrían visto cómo sus instituciones y sus fieles seguidores se convierten también en polvo vergonzante. La democracia pone el poder en las leyes y no en las personas. Y las leyes se ponen siempre al servicio de todas las personas. Es la ley, si está bien hecha y si se cumple a cabalidad, la que garantiza la igual dignidad de la persona. Poner la dignidad en el control exclusivo del poder o en la manipulación de las leyes en beneficio del poderoso, es el camino equivocado de los regímenes autoritarios y las dictaduras. ¿Queremos democracia en El Salvador? Tengamos un gobierno de leyes y no de personas con poder arbitrario, saltándose leyes y manipulándolas a su favor.

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