Álvaro Darío Lara,
Escritor
Reza el Eclesiastés que: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora: Tiempo de nacer y tiempo de morir…”
El saber entender cuándo es el tiempo justo para emprender iniciativas, cuándo para evitarlas; cuándo debemos hacer las apuestas claves en la vida, y cuándo conviene quedarnos bajo la sombra de un frondoso árbol, esperando tiempos mejores, es un acto de sabiduría.
Después de la mediana edad, el pasado debería aquilatarse de una manera más justa y serena. Los logros y los fracasos que toda vida conlleva nos invitan a reflexionar sobre nuestro estado actual y nos sirven de brújula para orientarnos hacia un futuro prometedor, más en paz con nosotros mismos y con el próximo.
El saber cuándo debemos de cambiar de actividad; de hábitos personales; de ambientes laborales; cuándo nuestro ciclo ha terminado, y es tiempo para otros esfuerzos más personales, más íntimos, no siempre es sencillo. Lamentablemente nos acomodamos, y sentimos temor ante los cambios.
Recientemente, el recibo de la telefonía (cable, televisión, línea fija, móvil e internet) me llegó con la novedad, que no recogeré más papeles bajo la puerta, sino que los cobros serán electrónicos; ya, la gran mayoría de los trámites privados se efectúan así; y el Estado quelonio, se dirige, inexorablemente, en esa dirección.
No hay duda, estamos frente a una nueva época. Una época de vertiginosos cambios tecnológicos y culturales. El actual ciudadano tiene ya la posibilidad de informarse y expresarse, con gran agilidad y efectividad, mediante las llamadas redes sociales, y su conciencia crece agigantadamente frente a los asuntos de las polis. Por supuesto que estas redes deben usarse adecuadamente, acatando las regulaciones legales, y siguiendo las normas de urbanidad y respeto, pues tampoco son sitios para que se vacíen miasmas.
Retornando a los cambios individuales: el saber cuándo nuestro tiempo de vida laboral ha cesado, en virtud de nuestras condiciones físicas, mentales y psicológicas es importante. Aferrarnos, sobre todo, en el ámbito gubernamental, a los gabinetes (a pesar de estar técnicamente jubilados) en detrimento de las oportunidades laborales de las nuevas generaciones además de egoísmo, constituye un poderoso factor que aumenta la fama de ineficiencia y desidia, que desde la noche oscura de los tiempos, se atribuye a la burocracia estatal.
Las personas mayores han tenido una vida para preparar su retiro, y no es posible que a estas alturas de la vida, pretendan resolver sus problemas económicos, mediante su permanencia “ad eternum” en el trabajo, gracias a la lamentable figura de la “recontratación”.
Saber que la vida laboral termina, pero que aún hay otras opciones de vida, familiares; incluso, ocupacionales, más adecuadas a las nuevas capacidades, es sabiduría pura. Por otra parte, el Estado debe continuar la ruta correcta de los necesarios ajustes legales en esta área. Siempre es saludable, como decía nuestro recordado escritor y poeta Waldo Chávez Velasco, reconocer cuándo ha llegado la hora de marcharse a sembrar un jardín.