El próximo domingo El Salvador escribirá una página más en su joven democracia, imperfecta, por supuesto, pero al fin y al cabo democracia, gracias a un conflicto armado y a la firma de un Acuerdo de Paz que puso fin a ese conflicto, y que permitió construir un nuevo El Salvador.
Si algo deberían reconocer los partidos políticos en contienda, y por ende sus candidatos, es que gracias a un ejército guerrillero, hoy convertido en partido político, hoy se celebran elecciones, en las que se respeta el resultado electoral.
Hubo un candidato que, quizá previendo una posible derrota, lo cual no debe descartar ninguno de los cuatro contendientes, ha hablado de fraudes. Sin embargo, ese concepto debe descartarse del léxico político electoral en El Salvador, ya que, quien asume la presidencia de la República, o quien gana una curul o se pone al frente de una alcaldía es quien el pueblo, por medio de su voto, decide.
De ahí que los fantasmas del fraude ya no existen en El Salvador, y la forma de demostrarlo es yendo a votar el próximo domingo.
No vale quedarse en casa, después de la misa, el culto o el desayuno, o cualquier actividad a primera hora de la mañana, lo siguiente es acudir a un centro de votación, y votar por el partido o candidato de su preferencia.
Algunos votarán porque son de los llamados “voto duro” de los partidos, otros porque les simpatizó tal o cual fórmula presidencial, y otros porque creen que el programa presentado por el candidato y el partido es lo más viable para El Salvador.
Otros, lo harán porque sopesarán si en esta elección hay mucho que perder o mucho que ganar, depende la óptica, lo cual es valedero.
Pero lo que sí deben hacer es acudir a la urna y ejercer la única acción del sistema democrático en la que participa el pueblo.
Hay que convertir las elecciones del próximo domingo en una fiesta nacional, patriótica y pensando en el futuro de la gente, sobre todo de los más desposeídos.