Álvaro Darío Lara
Una de las cualidades humanas más importantes en la convivencia diaria, en lo familiar, laboral y social en general, es sin duda alguna, la tolerancia.
El diccionario de la Real Academia Española la define, muy acertadamente en su segunda acepción: “Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”.
La gran mayoría de los problemas ocurren en nuestro día a día por la falta de tolerancia. Nos es muy difícil contemporizar, ser flexibles con los demás. Deseamos siempre imponer nuestra particular visión y modo de hacer las cosas, y esto se traduce en gastar cantidad de energías y tiempo en pretender cambiar el rumbo de la vida y las acciones ajenas. Nada más estéril y agotador que esto.
En realidad, el único ser que puede cambiar, con la intervención de la buena voluntad, es el propio yo. Todo lo demás escapa a nuestro control, y entre más continuemos, vanamente, insistiendo en controlar y acomodar a las personas y a los acontecimientos a nuestro favor, seguiremos la ruta del sufrimiento.
Vivir señalando los supuestos “errores” del prójimo pronto nos conducirá al aislamiento social. A nadie le gusta estar junto a seres humanos que se quejan por todo, haciendo gala de su mal genio e intolerancia. Estas personas luchan por ser el centro del escenario, y por supuesto, su comportamiento no hace más que evidenciar su profunda infelicidad.
¡Cuántas situaciones lamentables se hubieran podido evitar si tan sólo hubiéramos empleado un poco de tolerancia y flexibilidad!
La intolerancia ha enviado a muchos ciudadanos a la cárcel, porque en su momento no pudieron contener la ira y reaccionaron violentamente. Los ejemplos sobran: las incomodidades en el tráfico vehicular; las mascotas que invaden el jardín propio dejando a campo abierto sus desechos; el vecino que mal estaciona su vehículo obstaculizando la circulación; la respuesta grosera del vendedor ante la insistencia del comprador por no ser atendido inmediatamente.
La rigidez extrema nunca ha logrado el camino del entendimiento y de la auténtica paz personal y social. Está demostrado hasta la saciedad que las personas e instituciones que actúan con flexibilidad y tolerancia, alcanzan más significativos logros y beneficios que quienes se mantienen atados a su propia manera de entender la realidad. Estos últimos se desfasan ante la historia.
En tal sentido, resulta ilustrativo, aleccionador lo que nos dice la consejera en comportamiento humano, Deborah Smith Pegues: “Las personas flexibles son personas felices. Experimentan mucho menos estrés que las personas rígidas que insisten en que las cosas se hagan de acuerdo a una política o de la manera que les parece mejor, sin tolerar el más mínimo cambio. La inflexibilidad resulta tan estresante, en parte porque para alcanzar nuestras metas y objetivos hemos de contar con humanos pensantes que a su vez tienen sus propias ideas brillantes”.
Entender que, como dice el dicho popular: “Cada cabeza es un mundo”, nos traerá más tranquilidad. Vivir a la defensiva constantemente, buscando el conflicto nos traerá muchos disgustos incluso enfermedades.
En ese sentido, el Sabio de Ojai, Krishnamurti (1895-1986) nos afirma en su inspirado volumen “A los pies del Maestro”: “Otro deseo muy común que debes reprimir severamente, es el de inmiscuirte en los asuntos de otros. Lo que otra persona haga, diga o crea, es cosa que no te importa, y debes aprender a dejarla completamente a su albedrío. Los demás tienen pleno derecho a la libertad de pensamiento, de palabra y de acción, mientras no intervengan en asuntos de otro. Tú mismo reclamas el derecho de hacer cuanto creas justo, y debes conceder a otros la misma libertad; y cuando hagan uso de ella no tienes derecho a criticarlos”.
Saber que la vida humana está llena de incertidumbres y de situaciones que escapan totalmente a nuestro control nos otorgará una perspectiva de vida más equilibrada. Y en esto, la tolerancia y la flexibilidad constituyen importantísimos aspectos.
Para finalizar dejamos esta sabia y siempre ingeniosa sentencia de don Francisco de Quevedo (1580-1645), el gran poeta barroco conceptista: “El que quiere en esta vida todas las cosas a su gusto, tendrá muchos disgustos en la vida”.
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