Álvaro Darío Lara
Escritor y docente
El artista plástico Antonio Lara, Toño, como lo llamábamos cariñosamente, falleció el 8 de diciembre de 2008, a los 56 años, hace ya diez años, justo el día de la Inmaculada Concepción de María, de la cual era tan devoto, como católico, y ante todo, como nicaragüense y centroamericano; y todavía más, como Gran Mago de la Suprema Cofradía de los Pintores. Para él, niño del carrusel de la alegría, nada podía ser de otra manera, incluso ni los mismos sinsabores de este fugaz tránsito terrenal que nos dura apenas unos instantes.
Arribó a Cuscatlán de su natal Nicaragua, donde imagino, corrió desde “chavalito” por esas calles benditas, en medio de ese pueblo que canta y celebra la famosa gritería de la Concepción, cada ocho de diciembre. Llegó en 1978, afincándose desde entonces en esta tierra, de también lagos y volcanes.
En 1981 fundó su Galería de Arte 91, que se convirtió rápidamente en un oasis para los jóvenes artistas, para quienes creó el Premio Talento Joven, en 1982. Premio que mantuvo de forma ininterrumpida hasta el momento de su transición.
Cuando la dama gris tocó a su puerta, Toño era Presidente de la Asociación de Artistas Plásticos de El Salvador, y miembro de la Cofradía del Divino Salvador del Mundo y de la Fundación Poetas de El Salvador. Además se desempeñó como Agregado Cultural Ad-Honorem de Nicaragua en nuestro país.
Su obra como pintor, se inició en el primitivismo, tan en boga hacia los años setenta, donde se destacó por su depurada técnica preciosista, hasta llegar, tiempo después, al arte-objeto. Muchas de las piezas maravillosas de su sala de anticuario, alimentaron sus obras. Ahí, muñecas del siglo pasado, antiguas puertas y ventanas, sombrillas multicolores, vetustos televisores, vestidos sacados de extraviados sueños, sombreros de copa, fueron a perpetuarse gracias al milagro de sus artes alquímicas. Toño, buscador de tesoros, encontraba estas piezas, en los senderos más inverosímiles. Extasiado, extendía sus manos amigas, encantando a los objetos con su voz melosa. Éstos, sintiendo su corazón de hombre bueno, lloraban de felicidad sonriéndole: cajitas de música, provistas de diminutas bailarinas; relojes detenidos, santos coloniales, botellas de colores, hadas luminosas, arlequines y payasos de castillos y comarcas perdidas; soldados de madera, príncipes de fina cerámica, máscaras japonesas, ángeles de cristal. Toño los echaba en su zurrón, rescatándolos del frío del olvido y de la indiferencia, y los restituía a la dignidad del arte.
¿Quién de sus amigos artistas y del público que lo conoció, no recuerda a Toño Lara en sus salas de anticuario, montadas en centros comerciales o en su Galería? Toño siempre sonriendo, riendo a carcajada limpia, invitando a café, a vino, festejando la vida. Ese Toño con el cual, se disipaban todas las penas. Siempre presto a ir a socorrer al necesitado. Vaya, entonces, para el amigo, esta humilde flor de su imperecedero recuerdo.
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