Blanca Flor Bonilla
Luchadora social por los Derechos Humanos
Las personas en la primera fase de la vida, de cero a 18 años, y las personas en la última etapa de la vida, mayores de 60 años, son las más vulnerables en las familias y la sociedad. Existen familias que asignan a las niñas y niños trabajos asalariados, cuando su única responsabilidad debería ser estudiar, jugar y contribuir en las tareas de la casa. El trabajo infantil es cualquier actividad que realiza una niña o niño a cambio de ingresos, que afecta de manera negativa su salud, desarrollo o que interfiere con su educación. Cada Estado regula legalmente la edad para autorizar trabajo infantil. En la región de Centroamérica, generalmente es a los 14 años, entrando en la plena adolescencia.
El trabajo infantil resulta de la interacción de factores que interactúan entre sí: empobrecimiento, ingresos familiares muy limitados, baja calidad del sistema educativo, ineficiente protección a niñas y niños, limitado acceso al trabajo y educación de la madre y/o el padre, familias numerosas y sin recursos, bajo nivel de desarrollo de la comunidad, y de la cultura del trabajo familiar y social.
El trabajo infantil tiene consecuencias negativas sobre la calidad de vida y la salud mental de las niñas y niños: son vulnerables al impacto físico del trabajo, sufren más accidentes laborales, reduce su rendimiento académico y en reiterados casos genera ausentismo escolar. Cuando está en peligro su salud biológica, psicológica y emocional, su bienestar se deteriora.
Las remuneraciones pagadas a niñas o niños son bajas, afectando el perfil de empleabilidad cuando llegan a adultos y formando parte de un mecanismo económico y social para transmitir generacionalmente el empobrecimiento. Según el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) millones de niñas y niños trabajan para sostener a sus familias.
El trabajo infantil se vuelve inaceptable cuando lo inician a muy temprana edad. Por ello, es necesario actuar en todos los niveles: comunidades, gobiernos locales y nacionales para hacer frente a esta situación. En primer lugar, prevenir que suceda y, finalmente, erradicar el trabajo infantil.
Para reducir o combatir el trabajo infantil, la Convención 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre Trabajadores Domésticos incluye a las niñas en el servicio doméstico. La Convención de Derechos del Niño y la Niña, junto con leyes nacionales han elaborado un entramado de leyes nacionales relativas a la supervivencia, desarrollo, protección y participación de quienes no han llegado a la adultez.
UNICEF asesora técnicamente a los gobiernos para elaborar y aplicar programas integrales para hacer frente y superar el trabajo infantil. Algunas medidas para prevenir el trabajo infantil son: asegurar información, educación y trabajo a la madre y al padre, garantizar la educación obligatoria a niñas y niños, generar becas para aquellos en condición de empobrecimiento y sancionar a los gobiernos permisivos con el trabajo infantil. Estas medidas pueden romper la cadena de empobrecimiento familiar.1
En el otro extremo del ciclo de vida, muchos hogares cuentan con abuelas y/o abuelos. Las madres y padres tienen una función muy importante para contribuir en la construcción de relaciones sociales que potencien vínculos afectivos y de respeto entre las diferentes generaciones, reconociendo que los adultos mayores tienen un acervo de conocimientos y experiencias constructivas en materia de derechos de protección. Es importante el reconocimiento familiar y social al aporte de las personas mayores de edad.
Sin embargo, muchas veces las personas adultas mayores son víctimas de violencia y de la violación de sus derechos, porque en su mayoría ya no son económicamente activos y se les ve como un estorbo y una carga económica y social. En el contexto de la pandemia de COVID-19, esta población también es la más vulnerable. Para combatir lo anterior es muy importante enseñar con palabras y el ejemplo a niñas, niños y adolescentes el cuidado y protección a las abuelitas y abuelitos.
Las personas tenemos capacidad de aprender y cambiar durante toda la vida. Por ello, podemos desechar las prácticas que deterioran la salud mental y biológica de la niñez y de las personas adultas mayores. Desde las familias, lo esencial es el respeto, cariño y el amor entre las generaciones. El tiempo, los detalles y el afecto cotidiano harán que los adultos mayores se sientan felices y amados.2
Finalmente, El Estado y los gobiernos, desde las instituciones que administran el dinero público que aportamos todas y todos, tienen responsabilidad fundamental en retribuir con condiciones de vida dignas a quienes han trabajado toda la vida y han aportado, de diversas formas, al bienestar de sus familias y al país.