Tania Primavera
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En 1987, la fotógrafa y documentalista Judy Blankenship conoce en San José, Costa Rica, a la salvadoreña Ana Margarita Gasteazoro. Comenzaron a compartir en tertulias donde Ana le contó eventos de su vida, sobre la cárcel de 1981 a 1983, el exilio, la voz de una mujer valiente y solidaria.
Junto al escritor Andrew Wilson fomentaron una amistad que les llevó a la decisión de grabar la historia de Ana Margarita, quien narraba su vida en perfecto inglés a sus nuevos amigos. En esas las charlas, en los audios originales grabados, se escuchan las risas o silencios, las puertas, el sonido de la cocina mientras preparaban bocadillos.
El fruto de estas grabaciones realizadas por Judy y Andrew está contenido en el libro “Díganle a mi madre que estoy en el paraíso”, memorias de una prisionera política, Ana Margarita Gasteazoro, presentado el 10 de octubre de 2019, por el Museo de la Palabra y la Imagen, MUPI. Una cápsula en el tiempo. Audios que cuentan sobre una vida. Donde la memoria toma la palabra. Ana vuelve de la muerte temprana en 1993, y ahora vive en sus relatos.
Un día Carlos Henríquez Consalvi, Santiago, director del MUPI, dijo que íbamos a publicar una historia. Estaba en audios. Comencé a recibirlos. Los fui transcribiendo. Era una voz de hombre, salvadoreño, una voz bonita, culta y sofisticada; los audios de Ana Margarita Gasteazoro en español traducidos por Dagoberto Flores. Eran los primeros episodios de una historia con memoria fotográfica. Esa mujer, desconocida para mí, llegó para brindarme a través de un imaginario hilo de tiempo, su amistad, su confianza ¡el libro de su vida!. Y llegó en un momento donde particularmente sentí su amistad y me confortó.
Fui armando los capítulos, transcribiendo los audios, sorprendiéndome, sacándome lágrimas y risas, pausas, me puso en shock, me sacó de este mundo. Terminé todo. Y hasta ese momento vi el rostro de Ana Margarita, Santiago me mostró unas fotos y las portadas de los dos periódicos más importantes donde salía en primera plana, acusándole. En las fotos se le observa bella y tranquila, a pesar que estuvo once días en la cárcel de la Guardia Nacional. Y dos años en la Cárcel de Mujeres en Ilopango.
Ana Margarita Gasteazoro Escolán, de grandes ojos cafés, cabello negro y largo, sonrisa plena, natural. Nació en San Salvador el 15 de octubre de 1950 y murió el 30 de enero de 1993, apenas 42 años. Como una flor que da su aroma, belleza e ímpetu, ella dio todo eso y más. En sus audios va contando desde chiquita, su familia amada, sus hermanos y hermana, eran cinco. En “Díganle a mi madre que estoy en el paraíso”, comienza el primer capítulo así:
En cualquier parte del mundo las madres se preguntan ¿Qué fue lo malo que hicieron con sus hijos?, pero apuesto a que la mía se lo ha preguntado más que las demás. Cuatro de sus cinco hijos salieron razonablemente normales para el estándar de la clase alta salvadoreña. Javier, el hermano mayor, es hoy un exitoso hombre de negocios; José Francisco (conocido como Chico) se hizo sacerdote, Eva María, monja, y Ricardo Antonio es ingeniero químico. Con toda esa respetabilidad y logros en la familia, ¿Por qué uno de ellos –y una niña– se ha dejado arrestar por subversiva, exponiendo el nombre de la familia en los titulares de los periódicos para que todo el mundo se entere?
En primera persona, relata sucesos que fueron marcando su vida: infancia y adolescencia, la decisión de ir y buscar al Movimiento Nacional Revolucionario e incorporarse a él, donde es testigo del asesinato de algunos de sus dirigentes. En esos tiempos, vive una doble vida, su familia no sabía pero era una intensa su labor político y diplomática, llegó un momento que Ana Margarita era “Mónica Pancho”, ese sería su seudónimo, y fue enviada asistir a congresos de la Internacional Socialista en varios lugares del mundo, además por su dominio del idioma inglés y su empatía, dio discursos sobre el desarme, entre otros por la paz social. Visita en 1978 Cuba para el Festival de la Juventud.
Después del 27 de noviembre de 1980, cuando son secuestrados y asesinados su amigo y compañero del MNR Enrique Barrera, junto a Enrique Álvarez Córdova, Juan Chacón, Manuel Franco, Humberto Mendoza, Doroteo Hernández, “Mónica Pancho” se une a la lucha clandestina. Aunque, siempre manteniéndose en esa doble vida, para poder seguir en San Salvador y almorzar en la colonia La Mascota junto a sus padres, y trabajar de lo que pueda, en un Hotel cinco estrellas, en canal 10 de televisión nacional, dando clases de inglés, etc. Siempre ganando su dinerito. “Sebastián” fue pieza clave, amigo y ejemplo, alguien que le mostró la disciplina “revolucionaria”, y quien a veces la hacía sentir que tenia “aires burgueses”, por simples detalles cotidianos. Cosas sin importancia. Siempre en casa, mantenía la olla de frijoles llena como en toda casa salvadoreña, donde los compas podían comer.
Capturada junto a Sebastián, por la Guardia Nacional en 1981, es prisionera política durante dos años en la cárcel de Ilopango. Muchas experiencias que narra paralelamente a la historia contemporánea de El Salvador. Memorias grabadas en su propia voz, y que ahora se publican para cumplir su deseo y que expresó antes de morir de cáncer.
En esas 286 páginas, vamos conociéndola. Nos lleva de la mano desde sus mas remotos recuerdos, las plantas de su mamá, sus viajes para estudiar o vivir, California, Guatemala con las hermanas Maryknoll, España, Jamaica, etc. Esas experiencias enriquecieron su cultura y también su carácter humanista. Sus amores y desamores. Su manera de reinventarse. En la introducción del libro, la autora, narró su ingreso a las barracas de la Guardia Nacional en San Salvador. De golpe comienza:
–¿Querés que le enviemos un mensaje a tu madre?
En su escritorio, la secretaria de la cárcel de mujeres de Ilopango estaba impaciente. Yo, con un periódico en una mano y una bolsa plástica en la otra, me sentía incómoda frente a ella. La portada del periódico a dos columnas tenía una foto mía bajo el encabezado: Terrorista confiesa.
En la bolsa plástica estaban todas mis pertenencias: un peine, un jabón de baño, un rollo de papel higiénico, y la ropa que había usada por once días durante el interrogatorio en el cuartel de la Guardia Nacional.
–¿La podemos llamar y decirle que vos estás aquí? ¿Bueno? –preguntó la secretaria– ¿Tenés algo que querás que le digamos a tu madre?
–Sí, le respondí. –Díganle a mi madre que estoy en el paraíso.
Cuando entrevisté a Judy Blankenship, dijo que para Ana, el paraíso sería Ilopango, en ese lugar podría trabajar, haría cosas por las mujeres, y podrá vivir. Pero sintió miedo, en un momento se sintió sola. Ya en la Guardia porque nadie sabe dónde estás, a nadie le importas:
Justo cuando creía que me volvería loca, la pequeña ventana en la puerta se abrió y escuché la voz del capitán diciendo:
–¿Estás lista para hablar?
–Dije, no tengo nada que decir.
–Él dijo con resignación en su voz, esto se puede empeorar. Te voy a preguntar: ¿Estás lista para hablar?
–Y yo dije de nuevo, no tengo nada que decir.
–Bien, depende de vos. Podemos tenerte aquí para siempre. Nadie sabe dónde estás, a nadie le importás, nadie ha preguntado por vos. Vos sabés que te podemos mantener aquí para siempre…
Entrar a un cuarto en esa cárcel donde nadie salía vivo. Entrar y pasar once días, ser una mujer entre esos guardias que tenían la fama de ser crueles, violar y matar. Ella estaba en sus días de menstruación, ella sin poder ir al baño, ella amarrada a la cama sin colchón, sin sábanas, sucia, llena de sangre de su “regla”, amarrada, planeando al ver un clavo en la pared cerca del piso, contando agujeros en diferentes idiomas una y otra vez…
Logra salir de la Guardia Nacional gracias a gestiones de su familia. Pero fue inevitable que Ana fuera enviada a Cárcel de Mujeres. Todo un reto. Donde cada lugar era su trinchera, como ella decía. Ahí entonces comenzó a ayudar y formar economatos. A ver como mantenerse ocupada. A entender a cada mujer, a pesar de las malas caras, a pesar de que algunas la odiaron, ella continuó, y ser buena en la cocina ayudó, ser creativa las formó. Y es en ese tiempo que se conforma el Comité de Presos Políticos. Cuenta con su memoria fotográfica, la que nos hace imaginar y ver, a una chica que estaba presa y desquiciada, que se subía al árbol y frente a todas se iba desnudando hasta llegar a las ramas más altas. Ropas que después serían un espantapájaros para poner entre el huerto. La gestión de producir miel y tener colmenas dentro de la cárcel, la huelga de hambre de las presas, y muchas acciones. Sin estar a la moda el feminismo, ella feminista. En uno de los capítulos, estando en la cárcel, comenta:
El resto del tiempo cosía y bordaba, y leía y trabajaba en el huerto. Y eso era el caso con todas nosotras en el colectivo, porque de alguna manera estábamos ocupadas y razonablemente con buen espíritu. Pero otras mujeres estaban sin hacer nada todo el día y sintiéndose deprimidas y tristes. Ellas sentían que no tenían que preocuparse por obtener ingresos. El fondo común y la prisión les daba lo que ellas necesitaban, por lo menos lo básico.
Organizamos una discusión, y cada compañera habló. Después de pensar mucho, el colectivo decidió tratar de organizar el trabajo como una cooperativa, y crear una tienda en cooperativa también. Nadie tenía experiencia en esto, pero entendíamos los principios: todas trabajan, todas participan.
El libro, fue presentado el 10 de octubre 2019, en el Museo de la Palabra y la Imagen, al anochecer. En la mesa de honor Judy, Andrew, Eva prima de Ana que vive en Nueva York y parte del consejo editorial, y el director del Museo. Decoramos con un mantel de añil, dos fotos de Ana, el libro sostenido en un tejido y una ollita de barro, con una portada que tiene un dibujo de Dani Fano donde Ana vuela a través de un arcoíris y ve el paisaje colorido campesino al estilo de los diseños de La Palma. La lluvia no evitó que se desbordara el espacio de personas que acudieron a la breve velada.
Es la voz de una mujer, desde otra perspectiva en su tiempo. Ella creyó en su ideal de país. Al salir de la cárcel, se exilia en Costa Rica, y conoce a Judy y Andrew. Se va a vivir después de un tiempo a la costa marina, donde monta su sueño de comida saludable para lugareños, turistas, mochileros, surfeadores, su pequeño restaurante “Soda coral”. Organizando al pueblito donde se fue a vivir. Me la imagino feliz, horneando sus pizzas, cocinando sus platos gourmet y mariscos, siempre natural, sociable, y tomando una copa de vino frente al mar.
Sus restos se encuentran en la cripta de la parroquia Sagrado Corazón de María, de San Salvador, junto a los de su padre. Pero según el dibujo de Dani Fano en la portada del libro, y lo creo así, Ana Margarita anda volando a través de arcoíris, contándonos su historia, buscando solidarizarse, confortar a quien sea, andando por el barro o por los aires de su querido El Salvador. Y la escucho decir “cada momento, cada situación, es tu trinchera”.
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EL LIBRO: “Díganle a mi madre que estoy en el paraíso” Memorias de una prisionera política, Ana Margarita Gasteazoro. Ediciones Museo de la Palabra y la Imagen, 27 Av. Nte. Urb. La Esperanza, #1140, San Salvador. Editores: Judy Blankenship, Andrew Wilson, Carlos Henríquez Consalvi, Eva Gasteazoro. Traducción al español por Dagoberto Flores, transcripción de audios y corrección por Tania Primavera Preza, portada de Dani Fano, diseño gráfico de Pedro Durán. Fotografías: Paulita Pike, Iván Montesinos, Judy, Archivo Histórico MUPI. www.museo.com.sv