José M. Tojeira
Si en el campo de la política entendemos como corrupción el favoritismo con los amigos y miembros del mismo partido, la protección y la facilidad para encontrar trabajo en el Estado que tienen los familiares de los políticos, los viajes con altos viáticos que sirven más para paseo que para trabajo, no hay duda de que hay corrupción en los partidos políticos. En ese sentido se hace más urgente lo que ya varias organizaciones de la sociedad civil han reclamado: Que los partidos sean trasparentes a la hora de informar de las donaciones que reciben y cómo son usadas. Pero en la mente de los políticos parece que dar el nombre de los donantes fuera una especie de atentado contra la democracia, cuando en realidad es un paso importante en el desarrollo de la misma. El secreto, sobre todo en el manejo de fondos, no es más que un excelente caldo de cultivo de la corrupción en la administración pública o privada. En ese sentido también deberían ser públicas las ganancias de las empresas. Pero entre nosotros antes que a la verdad se prefiere con frecuencia el secreto y el chisme-chambre o rumor que lo acompaña. Un síntoma, en definitiva, de que también preferimos la arbitrariedad caprichosa en el uso o abuso de los dineros, con la ventaja de que nadie nos pida cuentas.
Sin embargo las cosas no son así en la democracia. Ni siquiera en el mercado, ese Dios de unos pocos, se venera el secreto de las ganancias. Al revés, economías más fuertes y prósperas que las nuestras publican ganancias y pérdidas de las empresas, tanto para el bien del público y de los inversionistas como del propio mercado. Pero nosotros, desde un subdesarrollo que con frecuencia es más mental que económico, seguimos empeñados en el secretismo y en los vicios que el mismo lleva consigo. El día que veamos a FUSADES pidiendo que en El Salvador sean públicas las ganancias de las grandes empresas, tendremos una señal de que las cosas van mejorando en el país en el campo de la transparencia. Una muestra de este subdesarrollo mental lo daba recientemente el diputado Mario Ponce (PCN) en una entrevista, en la que acusaba de ser personas que iban contra la institucionalidad a aquellos que querían que los partidos dieran cuenta de sus donantes. Cuando hoy en día la instituciones crecen y se afianzan sobre la transparencia, resulta que para algunos políticos el camino inverso es mejor. Da risa también el que se diga que el secreto es para evitar daños como el secuestro o la extorsión a los donantes. Como si en El Salvador no se supiera quién tiene dinero y quién no. A parte de que para proteger a la gente de dinero, si ellos mismos no tuvieran sus importantes mecanismos de protección, habría incluso que suprimir las esquelas mortuorias, en las que se dan abundantes datos de la riqueza familiar de determinados apellidos.
En la entrevista que comentamos, el diputado del PCN acaba justificando la falta de transparencia con la típica idea de o nosotros o el caos, con la que generalmente justifican los regímenes autoritarios su permanencia en el poder. Le dice al periodista que apoyar la transparencia en las economías de los partidos políticos es en el fondo apoyar a líderes populistas que luego recortarán o anularán la libertad de expresión. La transparencia está bien para países más desarrollados, pero no para nosotros, acaba diciendo. En otras palabras, acaba reconociendo nuestro atraso. Y lo más llamativo es que pone precisamente a nuestro atraso como el único escudo para no caer en regímenes autoritarios, cuando la realidad es exactamente la contraria: Son los políticos corruptos los que hartan a la población y la impulsan a buscar soluciones autoritarias.
Tal vez podemos pensar que este tipo de pensamiento es particular del diputado pecenista, y en ese sentido sin mayor importancia en el país. Pero lo cierto es que todos los partidos se reservan el anonimato de sus donantes. E incluso temen que los nombres aparezcan porque puede ser la causa de que los donantes dejen de darles dinero. Como que se hubiera establecida una cláusula de silencio en torno a un crimen. Porque ciertamente los donantes no tienen miedo a que se sepa que tienen dinero. Eso es público, aparece en claro en su modo de vida e incluso sale, como dijimos, en las esquelas mortuorias de lo ricos, donde se esmeran por estar presentes todas la empresas en las que el difunto o su familia tenían poder, influencia o propiedad. A lo que tienen miedo los donantes es a que se les catalogue como a una lista de ahijados, protegidos y beneficiados del poder, con posibles vínculos con corrupción política.
Es evidente que el Instituto de Acceso a la Información Pública es uno de los grandes adelantos de la historia democrática de El Salvador. Costó trabajo que se estableciera y hubo resistencias de parte de todos los partidos en diferentes momentos. Pero el paso está dado y poco a poco se va abriendo en el país la conciencia de la transparencia como el mecanismo clave en la lucha contra la corrupción. Una transparencia que debe seguir creciendo e impregnar no sólo lo público, sino todo tipo de institución que tenga incidencia en lo público. Transparencia en las ganancias empresariales, transparencia informativa en los medios de comunicación, transparencia en los grupos de sociedad civil, transparencia en las negociaciones de entes mixtos o tripartitos, como el del salario mínimo, por no ir más lejos. No puede ser que todavía en algunos medios de comunicación se impida una publicación porque se tocan los intereses de un amigo o de un cliente. O que un grupo de sociedad civil que presume de imparcial privilegie especialmente a un sector político. Si hasta el mercado se va volviendo cada vez más transparente, poniendo viñetas con el contenido, peso y fecha de caducidad en sus productos, mucho más los mercaderes, sean de la política o de la economía, deben crecer en transparencia y en lo que esta da: responsabilidad y capacidad de enfrentar la opinión pública con dignidad. Lo demás, defender secretos en los que nadie cree, no es más que abonar la corrupción tradicional.