Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Muchos de los graves problemas actuales tienen a su base la falta de armonía. Armonía con nosotros mismos, there y armonía con los demás, sobre todo, con los más radicalmente opuestos.
El universo palpita y reboza de armonía. Y si somos curiosos, y revisamos el significado de las palabras, yendo a su sentido más primigenio, encontraremos valiosos hallazgos, que nos iluminarán, volviéndonos más diáfano el sendero vital.
De tal suerte que, desentrañando el significado del vocablo, de la mano de la Real Academia de la Lengua Española, encontramos, entre algunas acepciones, tres que nos parecen de lo más esclarecedoras: “Unión y combinación de sonidos simultáneos y diferentes, pero acordes”; “Proporción y correspondencia de unas cosas con otras en el conjunto que componen”; y finalmente: “Amistad y buena correspondencia entre personas”.
Nada podría ser más revelador. La palabra guarda una íntima relación con la música, arte mayor, donde el sentido armónico es la clave, la esencia de su belleza. Observemos bien, que armonía no supone un conjunto homogéneo; al contrario, es la “correspondencia” entre diferentes. Correspondencia que es capaz de formar una unidad de equilibrio, de entendimiento, de amistad.
Si en momentos de turbación, de desasosiego, de desesperanza, cuando creemos que la desdicha se cierne sobre nuestra humanidad, vamos a la escucha de la música de los grandes maestros, cerrando nuestros ojos, respirando, haciendo posible que su efecto benéfico se expanda por nuestro ser interno, seguro alcanzaremos una grata tranquilidad, una paz sublime, que pronto nos predispondrá al encuentro de la armonía. Ya lo afirmaba, el inmortal músico alemán, alto exponente del barroco, Johann Sebastian Bach (1685-1750): “La música es una armonía agradable para el honor de Dios y de los placeres permitidos del alma”.
Por su parte, el escritor místico Rubén A. Dalby, nos invita a inquirir en el origen de la desdicha: “Encontrando la raíz de las causas que producen la falta de Armonía y luego destruyéndolas, la vida humana se torna feliz y próspera. Para lograr esto es esencial que practiquemos en nuestra vida una conducta que conduzca a estados felices, impidiendo así que operen aquellas causas que den manifestación a las condiciones inarmónicas”.
Muchas veces debemos reconocer, incluso, que las grandes batallas interiores, sólo se ganan derrotándonos frente a nuestros más perjudiciales deseos. Quienes logran llegar a esos estados, desisten de continuar mortificándose y mortificando a los otros. Por ello, el gran Iluminado, el Buda, nos dice: “Estamos en este mundo para convivir en armonía. Quienes lo saben no luchan entre sí”.
Debemos comprender que mucha de nuestra infelicidad, tiene su génesis en la mente. Así, nos insiste Dalby: “La mente es la que rige al cuerpo; entonces, cabe pensar que las experiencias placenteras o dolorosas tienen su origen en la mente”.
Esta es, entonces, nuestra mayor responsabilidad, buscar la armonía, mediante la purificación de la mente. La oración, la meditación, el recogimiento, la conexión con lo divino, son el camino. ¡Emprendámoslo!