Con las guerras revolucionarias o focos revolucionarios en América Latina, que algunas terminaron en triunfos o empates militares, obligó inexorablemente a la caída de los Gobierno militares “facistoides”, para instaurarse gobiernos democráticos o/y revolucionarios.
Durante los aproximadamente 50 años de dictaduras militares, todas fueron producto de los golpes militares o fraudes electorales como ocurrió en El Salvador.
Tras la asunción de gobiernos progresistas o revolucionarios se daba por sentado que los golpes militares no volverían nunca más, y hasta hoy, nos atrevemos a decir, que así ha sucedido, pues, los estados mayores militares no han sido los propulsores de los golpes ocurridos en América Latina, desde la última década del siglo pasado hasta el presente.
Sin embargo, las mentes golpistas no estaban enconadas solo en las fuerzas militares formadas y organizadas bajo la bandera de un atroz anticomunismo prevaleciente en los últimos 50 años del siglo XX.
También, ese germen antidemocrático y antipopular ya estaba inoculado en las mentes de las oligarquías, en los políticos de la derecha, en los monopolios de los medios de comunicación, entre otros.
Estos, entonces, pusieron en marcha nuevos mecanismos golpistas, dado, por un lado, el indetenible ascenso de partidos y movimientos de izquierda al poder.
De hecho, desde el Foro de Sao Paulo, en 1990, un total de 35 gobiernos de izquierda han gobernado en América.
Por el otro, ante la dificultad de utilizar las Fuerzas Armadas para poner en marcha los tradicionales Golpes de Estado.
El Bloque Hegemónico, para desplazar a los Gobiernos de izquierda pusieron en marcha lo que hoy se ha popularizado como los golpes suaves, y Honduras, hace siete años, cumplidos ayer, experimentaron ese nuevo modo golpista.
La nueva modalidad golpista, diseñada por el imperio, utiliza a los parlamentos, el sistema judicial y los medios de comunicación para concretar los golpes.
El mismo que le han aplicado a Dilma Russeff, en Brasil, inventando en el Parlamento un delito, y separada del poder, temporalmente.
Pero, en Honduras fue aplicado ese mecanismo hace siete años, cuando, el imperio, la clase empresarial, el legislativo y el sistema judicial conspiraron para sacar de la presidencia a Manuel Zelaya.
“El golpe cívico militar no sólo generó un grave quebrantamiento del orden constitucional, sino que hizo colapsar la economía y la institucionalidad del país, aislándolo internacionalmente y fracturando la sociedad hondureña, quizás de forma irreversible”, dijo el ex presidente Manuel Zelaya, durante una entrevista en exclusiva con Opera Mundi, cinco años después.
Hoy queda claro, además, que “El golpe no fue un evento aislado, sino que obedecía a una estrategia conspirativa de la derecha norteamericana para todo el continente. Se habían instalado siete bases militares en Colombia, se preparaba el golpe contra (Rafael) Correa en Ecuador, la política de Washington hacia Venezuela se derechizó más. En este contexto, estas fuerzas reaccionarias se confabularon con malos dirigentes de nuestro país y dieron un golpe de Estado”, afirmo Zelaya.
Y con el caso de Brasil, el acoso mediático, empresarial y político contra el Gobierno de Nicolás Maduro, en Venezuela, son las muestras más fehacientes de que los procesos golpistas de nuevo tipo amenazan las democracias instauradas por los Gobiernos de Izquierda en América Latina, lo que llama a organizar a los pueblos para que se mantengan vigilantes y combativos.