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Tras un mes de recorrer México, caravana migrante toca la puerta de Estados Unidos

Tijuana/AFP

Said Betanzos

Hace un mes, en el sur de México, Olga Caballero y sus cuatro hijos se sumaron a la caravana migrante que enfureció al presidente Donald Trump. Ahora, en la frontera, esta hondureña toca a la puerta de Estados Unidos y pide compasión al mandatario, que recuerde que él también es padre.

Caballero y sus hijos -de entre dos y 16 años- pasaron la primera noche en Tijuana (noroeste), fronteriza con San Diego, a donde llegó la tarde del martes con un contingente de unos 120 migrantes, incluidos 50 menores, a bordo de dos autobuses.

Desde que el llamado Viacrucis Migrante arrancó el 25 de marzo -Domingo de Ramos-, los centroamericanos han cruzado México a pie, en tren o en autobús.

«Mi mayor miedo era que me durmiera y se me cayera un niño (del tren). Porque los traía recargados en la barandilla y yo sentada, observándolos toda la noche», recuerda Caballero, de 35 años.

Esta caravana, realizada desde 2010 para visibilizar el dramático recorrido de los centroamericanos por México, arrancó con más de 1.000 personas pero se ha ido dispersando, algunos se han quedado en este país, otros han emprendido el viaje por su cuenta.

Irineo Mujica, director de Pueblo sin Fronteras y organizador de la caravana, explicó a la AFP que quedan agrupados unos 600 migrantes de la caravana original, de los cuales la mitad han iniciado el proceso migratorio para quedarse en México y los restantes 300 pedirán asilo en Estados Unidos.

Pero Trump no quiere saber nada de los migrantes. Tan pronto vio las imágenes de los empobrecidos centroamericanos caminando a cuestas con sus escasas pertenencias, en una andanada de tuits exigió a México que detuviera a la caravana, ordenó desplegar la Guardia Nacional en la frontera bilateral y ha pretendido ligar el tema migratorio con la firma de un nuevo Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

México rechazó las presiones del mandatario estadounidense y se limitó a dar a los migrantes permisos de tránsito de hasta un mes para que decidieran si pedían refugio en este país, regresaban al suyo o seguían su marcha a Estados Unidos.

Compasión

«Aquí estamos por la gracia de Dios», dice Caballero antes de mandar un mensaje a Trump: «Le digo que se ponga la mano en el corazón y que (le pregunto) sí él nunca ha sido padre, porque sólo un padre haría todo lo que fuera por sus hijos».

Caballero pedirá asilo a los estadounidenses aduciendo que la violencia de las «maras» (pandillas) no la deja vivir en Honduras. «Ese es el motivo que nos trae aquí, no es porque queramos o codiciemos un país ajeno», dice con voz quebrada con el llanto.

En este contingente viajan apenas una veintena de hombres, entre ellos el hondureño Gualdín Omar, de 20 años y quien también pedirá asilo porque escapa del acecho de las pandillas.

«La mara no te deja ni salir a la calle. Nadie sale», dice este joven quien cultivaba maíz y frijol en su natal Omayagua.

Omar está seguro de que alcanzará el sueño americano, y desafía al jefe de la Casa Blanca y los elementos de la Guardia Nacional que mandó a la frontera: «Le digo a Donald Trump que se aliste cuando lleguemos allá».

A su llegada a esta frontera, que se dice es la más transitada del mundo, fueron recibidos en un albergue con pollo rostizado, frijoles, arroz y tortillas. En su trayecto al menos la solidaridad ha sido abundante, donde han parado han recibido alimentos y ropa.

«Lo bueno es que han habido muchas personas buenas que nos han apoyado mucho», dice la hondureña Reina García.

Tristan Call, integrante de Pueblo sin Fronteras que acompañó a este contingente, explica que los mexicanos reaccionaron ante «el odio» del gobierno de Trump y se desbordaron «en apoyo a la gente centroamericana».

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