Carlos Mauricio Hernández
Luego de la derrota estrepitosa del partido que ha gobernado desde el Ejecutivo en El Salvador desde 2009 existen al menos tres posibles caminos de cara al futuro. El panorama no es fácil para el FMLN que representó desde la firma de los Acuerdos de Paz la opción de izquierda, para un sector importante de la sociedad salvadoreña.
De no haber cambios sustanciales en la conducción interna terminará siendo un partido al estilo del PCN o Gana que desde la posición de tercera fuerza obligó a hacer alianzas en la Asamblea con el que gobierna o con el mayor partido de oposición. Esos cambios sustanciales no se refiere solamente a poner caras jóvenes: es algo más profundo, se trata de impregnar de otra manera de conducir la dirección nacional, la directivas departamentales y municipales. De no hacerlo incluso se corre el riesgo de desaparecer por completo de aquí a algunos 10 o 15 años.
El otro camino es que se hagan cambios cosméticos, para guardar las apariencias ante una evidente mayoría de simpatizantes descontentos y se combine con una posible decepción del presidente electo ante la incapacidad de cumplir con sus principales promesas de campaña (que los corruptos devuelvan lo robado, la construcción de un tren y del aeropuerto en oriente) para entrar de nuevo con posibilidades de ganar en el ruedo electoral, con el pragmatismo que llevó a Funes a la presidencia.
El tercer camino es que haya una reinvención a partir de aspectos que se vienen señalando con fuerza desde el año 2015, en un congreso interno y que desde la dirección se minusvaloraron o no se les quiso hacer caso por ceguera política o por vivir de glorias pasadas ante los triunfos de 2009 y 2014. Se debe revisar el ideario y los estatutos para aclarar qué significa hoy ser de izquierda y qué representa el socialismo ya entrado el siglo XXI. Los mecanismos de democracia interna deben funcionar sin trampas y sin marañas, en favor de quienes son del gusto de la dirección en cualquier nivel y abrirse al parecer de las bases.
Además, de darse el tercer escenario no puede perderse de vista que para un partido de izquierda siempre será doblemente juzgado al encontrarse en sus funcionarios personajes relacionados con prácticas corruptas, de abuso de poder, de incompetencia para cargos que exigen formación y/o habilidades particulares o de enriquecimiento extremo (ya sea de forma “lícita” o ilícita) y por tanto, el respeto a la legalidad y a la moral antiderechista conlleva la obligación de evitar a toda costa caer en la tentación de desviarse de la ruta que exige el discurso.
El Salvador merece una fuerza política de izquierda que esté a la altura de los tiempos. Esa es la mejor medicina ante proyectos que giran alrededor de un individuo que se presenta como el “superhéroe” o el “salvador” de un “pueblo engañado”.
Con Tony Saca como referente ya se sabe cómo termina ese tipo de historias que a la larga le causan mucho daño a una sociedad que urge de cambios estructurales y que no llegan por más elecciones periódicas, transparentes y limpias que hayan.
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