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Tres cosas sobre un libro necesario y el poeta que lo escribió

Luis Alvarenga
Escritor, tadalafil cialis sale poeta y filosofo

1. Conocí a Julio Iraheta Santos en los años noventa, try en ese período esperanzador que tuvo El Salvador durante los últimos años de la guerra, la negociación y los primerísimos tiempos de la posguerra. Con Jorge Vargas Méndez, Eva Ortiz y Salvador Juárez, integró el colectivo de poetas que animaba la página Segunda Quincena, en el suplemento Tres Mil del periódico CoLatino. ¿Por qué nombrar “Segunda” a dicha “Quincena”?, se preguntarán. La primera Quincena era el nombre de un periódico dirigida por el poeta Vicente Acosta, inspiración moral para los integrantes del colectivo. Julio también formaba parte de un grupo de artistas en apoyo a Cuba. Dos cosas me parecían llamativas en Julio: vestía una camisa negra, manga larga, que le daba el aspecto de un sacerdote o de un reverendo. La segunda cosa era su risa y su picardía.  La risa de Julio es única. Quizás es el ejemplo que se puede poner para comprender que hay una “ciencia alegre”, gaya ciencia, sabiduría risueña. Tras el buen humor de aquel hombre había una historia de compromiso social y de lucha espiritual, es decir, la vida de un auténtico sacerdocio dedicado a la poesía y a su compromiso con lo que Ellacuría llama “el pueblo crucificado”.

2. Confidencias para académicos y delincuentes fue el primer libro que publicó Julio Iraheta Santos. “Ha pasado de una poesía de hiriente sarcasmo a otra de clara inspiración trascendental, como producto de adhesión al Cristianismo”, escribió David Escobar Galindo en su Índice antológico de la poesía salvadoreña (664). Su verbo es profético, en el sentido del que denuncia la deshumanización del mundo. En el primer poema del libro, “Este traje de gorrión”, apunta a los modernos fariseos y maestros de la ley, desenmascarándolos:
¡Intrusos!
a fuerza de sermones deseaban que escuchara campanillas:
“Buenos días, doctor”.
“Mi coronel, ordene”. (“Este traje de gorrión”)
Esta denuncia es ir a contracorriente de la lógica del mundo tal cómo está organizado actualmente. No es ir “fuera del mundo” y retirarse en la contemplación, el lamento o la automortificación. En todo caso, es tomar distancia de ese mundo y reelaborarlo desde la práctica poética.
Resultó que huí por tragaluces,
que me sedujeron las palabras
y desde entonces mi sudor es mundo.
Bella y cruel, dije, será esta camisa… (“Este traje de gorrión”)
Ese mundo contra el cual se rebela el poeta y cuya sinrazón revela la poesía, es cruel. Sin embargo, nos alecciona el poeta, no hay que darle cabida a la desesperanza o a la tristeza. Transcribo en su integridad el poema que lo explica:
SI LLORAS, TE SOMETEN

Hay un sitio que es tuyo cuando lloras,
callejuelas untadas de miseria
y puentes que invitan al suicidio.

Hay un sitio que es tuyo cuando lloras:
el sitio que deciden tus verdugos.

Y sin embargo, el corazón del poeta también tiene sus límites. No puede ser Atlas, que carga con el mundo en sus espaldas, ni tampoco Jesús, cuyo corazón es tan ancho que las manchas y las heridas caben en él para sanarse y dar vida nueva. No. El poeta es un hombre común. Con el corazón más a flor de piel que otros, quizás, pero eso no es extraordinario. Lo que puede conmover de él es que de esto surjan palabras.
Mira mis ojos, esposa.
Si yo pudiera abrir un tallercito
y poner un letrero que dijera:
“SE HACEN Y SE REMIENDAN VERSOS”.
Pero la gente pasaría, indiferente. (“El poeta y la esposa”)

Julio menciona en su libro a Ana Frank y a Chaplin. La niña judía que escribió su diario escondida con sus familiares desde un rinconcito incómodo (el “Anexo”) de Ámsterdam, pocos meses antes de que muriera de tifus en el campo de concentración de Bergen-Belsen y el actor, también judío, que, desde la pobreza de Charlot desenmascaró a dictadores y a prepotentes, son ejemplos de cómo la poesía —la poesía que hay en los diarios de una niña; la poesía de un actor de cine mudo—, aún la poesía pronunciada, escrita, vivida desde la condición más extrema de marginación o de persecución es un “no llorar”, un “no someterse”, un “no serviré”, pero dicho a las fuerzas del mal histórico. Ese “no me someteré” a los verdugos, es también un “me comprometo” con las víctimas y sobrevivientes de estos verdugos. Eso explica también la sabiduría oculta tras la risa de Julio. Es la risa popular que canta aún en tiempos oscuros. 1970, año en que Confidencias salió a la luz, ilustrada bellamente por Antonio García Ponce, era un tiempo de oscuridad, pero también de esperanzas en germen.
Como testimonio de esos tiempos oscuros, está, por ejemplo, la exclamación de un hombre desempleado que, tras hojear infructuosamente el periódico en pos de ofertas de trabajo, exclama:
Si Patrick preguntara a Jhonson (sic)
por los niños del Vietnam
o por qué la luna nueva tiene forma de hoz.
Sucede que uno sigue comentando,
Desnudando la histeria y sus plumas amarillas. (“Poema del desempleo”)

También están estas palabras voladoras, brotadas en medio de la prisión:
Una vez en la cárcel
escribí algo en las paredes.
Mis poemas
salieron con sus huesos
a golpear el aire. (“Memorias de la cárcel”)

Si la palabra y la acción de Monseñor Romero fueron descritas con la expresión “la voz de los sin voz”, la palabra-praxis poética también es voz de quienes están en los márgenes. En la poesía de Julio esto se da en dos vertientes. Primero, es voz de los desaparecidos que luchan por la justicia. Segundo, es voz de los marginados que claman por un mundo mejor desde la poesía.
Del primer caso, tomamos como ejemplo el poema “Sangre que nunca olvidaremos”. Está dedicado a los militantes obreros comunistas Saúl Santiago Contreras y Óscar Gilberto Martínez Carranza, asesinados por la Guardia Nacional en febrero de 1968.  Del segundo, los poemas dedicados a los poetas Ricardo Castrorrivas y Orlando Fresedo, ejemplos los dos de poetas que viven, o vivieron, su vida poética en los márgenes.

3. De la poesía de Julio, puedo decir que es poesía por insumisa. No dejarse someter por el mal es ver las cosas con los lentes oscuros —negativos—, en vez de verlos con la mirada complaciente ante la sinrazón y el mal. (“Perdonad”, dice el poeta, / “pero no doblo las rodillas./ Mi vida es andar con lentes negros/ y ver el mundo hecho una mierda” (18)).
Un poeta es un sensibilizador. Con palabras que dice, va despertando los poros dormidos del alma para quien quiera prestar atención. Pero debe decir esas palabras como sabiendo que lo espera una tormenta, aún bajo los tejados y que “intemperie” es el nombre de su destino. Puede que sus palabras no obren milagros, porque hubo quien se hizo sordo por elección:

POEMA DEL APÁTICO

Porque teniendo oídos no oyes.
Porque teniendo ojos no miras.
Porque teniendo manos no luchas.
¡Ah! Lázaro idiota.

Qué hermoso es que este libro salga de nuevo. Merece que lo relean quienes lo leyeron alguna vez, que lo vuelvan a tener entre sus manos quienes lo perdieron o tuvieron que esconderlo. Merecen leerlo quienes están ahora a punto de leerlo, quienes se saltearon este prólogo o quienes llegaron al punto que le pondrá final. Ese punto reclama tan sólo una cosa: que lo pongan después de haber escrito: Gracias, Julio.

24 de febrero de 2014

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