Esaú Hernández Rauda,
Escritor
La Fábula de la maestra Bonita
Sentado debajo del árbol el duende sonreía, miraba al horizonte con sus ojos diáfanos y luego se quedaba serio, luego una lágrima se le rodó por la mejilla. El anciano perro lo vio y le dijo: No llore señor, usted esta joven, la vida sigue y se debe enfrentar con gallardía. Usted no sabe señor perro que la nostalgia es la que más desiertos desata en el alma. El anciano Perro replicó: los viejos somos un cúmulo de recuerdos y son cascadas de remembranzas que pueden generar mares de lágrimas, pero debemos sonreír, pues el sol y la luna ni duermen, ni recuerdan, que enflaquecen y engordan de acuerdo a la estación, ni ellos se quejan. Usted no entiende, dijo el Duende, yo dormía en el regazo de ella, me cantaba, me enseñó a contar, a cantar y muchas cosas más. ¿Era su madre? ¡No, era mi maestra en un jardín de niños! ¿Y usted recuerda cómo se llamaba? No señor, yo era un infante, pero creo que era una santa, lo digo por su cara perfilada y bonita, de una palidez celestial y con una sonrisa que jamás se me olvidó. ¿Y no recuerda nada más que su rostro y su sonrisa? Sí, es que su nombre era único y su apellido era como de verdura, y como a los niños no nos gustan las verduras, pero ella era irresistible. No se ofusque joven, puedo entender su nostalgia, así era ella, tan fugaz y tan esquiva, como una sombra de gacela y si su nombre era tan raro, pero su sonrisa y el tono de su voz inolvidable… Y su inocencia contrastaba con el picante de su apellido, su nombre se lo dejo de tarea, pero le cuento que Chile era su apellido. El duende secó sus lágrimas, el viejo perro bostezó mientras el horizonte el sol se adelgazaba y la luna trataba de engordarse.
La fábula del centenario
Sentada frente al mar en su merecedora, la anciana veía ponerse el sol. El aura otoñal de sus cabellos le daba un aire de santa, pero la profundidad de sus ojos claros delataba en ella una angustiosa soledad que hasta la muerte huía de ella. Acababa de cumplir cien años. “Como gime en el mar en sus deseos “dijo en voz alta. El mar no gime, son sus muertos que aúllan, le dijo alguien. Ella reconoció aquella voz, sus ojos se ofuscaron y le dijo: Bueno loco, yo creí que te habías muerto. En los mismos estamos dijo la voz, yo pensé que te habías casado. La quietud de la tarde continuo impávida mientras el viejo se acercaba a la anciana. Todavía no usas lentes dijo él. Aun no los necesito, aun veo que no has cambiado, solo que te veo como hinchado, acércate, quiero verte bien. Y para que, si ya no eres interesante, yo no toco acordeón para estirar arrugas. La anciana soltó una carcajada, el eco de la playa la reprodujo y en lo profundo de los acantilados parecía un vuelo de miles de palomas. El anciano guardo silencio mientras sus tímpanos se estremecían ante aquella apoteósica carcajada. Luego de una pausa, la anciana continuo, es que tú crees que nunca tuve pretendientes, yo tuve oportunidades de tener muchos hijos pero no quise. ¡Interesante! Disfrutaste de los derechos del matrimonio y nunca asumiste los deberes. Interprétalo como quieras, a estas alturas de la vida, ya no me interesa lo que piense un viejo como tú o la gente que me rodea. No te pongas así! Vine a casarme contigo. ¡Casarme yo! Y con un divorciado menos. Soy viudo. Peor! La noche fundía al mar y el cielo en una masa oscura e infranqueable mientras los viejos iniciaban la ruta hacia un nuevo siglo de existencia.
Esa mañana el sol salió más temprano, los árboles se despertaron somnolientos, desde la colina se miraba la escuela, encallada como velero prehistórico entre cuatro cerros era la casa más grande de aquella remota población tan díscola con sus inviernos de hartura y sus veranos de ayuno obligado. El niño se levantó temprano, aun no iba a la escuela y no estaba de acuerdo en ir a primer grado, solo aceptaba que lo matricularan por lo menos en cuarto grado. Según él sus conocimientos eran tan avanzados que no podía ir a primer grado, no tenía ni cinco años pero según sus elucubraciones ya era padre de tres hijos, tenía su novia a la que llamaba Gloria Daysi y una concubina a la que llamaba Zenobia, mujer que según sus planes dejaría cuando tuviera unos dos o tres hijos con ella.
Esa mañana el sol salió más temprano, los árboles se despertaron somnolientos, desde la colina se miraba la escuela, encallada como velero prehistórico entre cuatro cerros era la casa más grande de aquella remota población tan díscola con sus inviernos de hartura y sus veranos de ayuno obligado. El niño se levantó temprano, aun no iba a la escuela y no estaba de acuerdo en ir a primer grado, solo aceptaba que lo matricularan por lo menos en cuarto grado. Según él sus conocimientos eran tan avanzados que no podía ir a primer grado, no tenía ni cinco años pero según sus elucubraciones ya era padre de tres hijos, tenía su novia a la que llamaba Gloria Daysi y una concubina a la que llamaba Zenobia, mujer que según sus planes dejaría cuando tuviera unos dos o tres hijos con ella.
La fábula de los hominófilo
Sentado estaba el burro frente a su pastizal, cuando ufano pasó el perro sin hablarle, el burro esperó que se alejara y entonces le gritó: Ya no saludas a tus amigos perro hominófilo crees que no sé qué vienes de revolcarte con la dueña del bazar. El perro se detuvo pensativo, retrocedió la marcha y regresó a donde el burro. Lo escrutó con su mirada y luego le dijo: ¿Cómo sabes tu de todas mis andanzas, de mis desviaciones y mis tunanterías? El burro se tiró una carcajada, peló los dientes, sacudió el rabo y en tono altivo dijo: ¡Ay perrito inocente, mis años son más largos que los tuyos, tu vida por muy vida de perro que sea, es más fugaz y placentera, conozco esos caminos por donde hoy tu transitas como nuevo. Yo fui hominófilo por venganza, creo que nunca oíste la historia del dueño de la ferretería, él era zoófilo y me quitaba las novias. El perro estupefacto lo escuchaba. Mira que una madrugada de enero encontré a una de mis novias con un cinturón de cuero atado al cuello, se le había escapado a las galanterías del viejo andalón ese. Según decían los vecinos era un desviado.
¿Cómo pudiste vengarte, amigo burro?
Tenía el una hija muy lujuriosa, yo me paraba cerca donde ella y sacaba mi artefacto relumbroso, como sable de gladiador romano, lo blandía y le demostraba mi virilidad de burrito joven y en primavera. Y fui despacio aumentando su lascivia hasta empezó a desearme. Mandaba yo a mi comadre la lora a contarle los beneficios de mis líquidos seminales para el acné, las varices, la celulitis y las arrugas. Una madrugada ella llegó a mi pastizal, y empezó a sobarme, y hacerme eso que los humanos llaman caricias y que los equinos a veces desconocemos. El perro se había sentado y estaba estupefacto ante aquella historia del viejo burro.
Con la boca abierta el perro alcanzó a decir: ¿Qué más te hizo burro?
El burro se encogió de hombros y siguió con la historia: Se metió bajo mis patas y empezó unas acciones con las que me di cuenta porque los científicos meten a los humanos en la orden de las mammalias. Fue un amanecer estupefacto, pero ese día no llegamos a lo que yo realmente quería para consumar la gran venganza. Ese día trabajé más que feliz, casi no sentí las cargas. La extrañé los dos días siguientes. Pero la tercera noche apareció con dos amigas y fue impresionante, la vida me regalaba la venganza, pero me sentí raro, piel depilada y débil no era como la de mis novias, sus huesos también débiles y lloraba en un lamento y un gemido interminable, los burros no estamos acostumbrados a esas cosas.
El perro que ya se había excitado ante tan lujuriosa historia preguntó:¿Tuviste alguna relación larga o fugaz con ella?
Fueron tres años de lujurias y fantasías, ella me ordeñaba por la mañana para sus varices y celulitis y por la noche yo me ilusionaba con llegar a ser el padre del centauro. No voy a negarte que sentía asco porque a mí me gustan las burras naturales que no se depilan y tienen unas ancas sólidas y fuertes y ella no quizá tuvieron en proyecto ponerle buenas ancas pero solo tenía las señas donde hicieron el intento. Y en vez de rejuvenecerse con la terapia de mis líquidos, cada día est5aba más ojerosa. Así que un día de suerte quien era mi dueño en ese tiempo me cedió en venta para la montaña. Y me aleje de aquella desviación insana. Ahora he vuelto más sabio y recatado a ver los jóvenes como se destruyen en sus concupiscencias.
El perro estaba imbuido en elucubraciones, él tenía un romance con la dueña del bazar pero no era tan tórrido como el del burro. Pero no quería mostrar al burro su interés, así que dijo al burro: ¡Que historia tan interesante, pero yo debo ir a atender unos asuntos, andan por mi barrio tres perras en celo y tengo cita con ellas una cada hora.
Que te vaya muy bien amigo perro, que extiendas tu prole y tu reinado efímero.
El perro camino un poco excitado, su curiosidad era enorme y no podía irse sin saber que había de la esa amante de características, para él, cuasi celestiales. Se paró exactamente de donde se había detenido hacía unos minutos y le preguntó al burro: ¿ Y hoy que has regresado sabio y viejo, has sabido de tu amante?
El burro se tiró una carcajada y le dijo: Puso un bazar y está toda arrugada.