Por Leonel Herrera*
Donald Trump y Nayib Bukele tienen una sola diferencia, varias similitudes y condiciones totalmente distintas. Esto es importante, de cara a la reunión que ambos gobernantes tendrán el 14 de abril próximo.
La única diferencia es que Trump, a pesar de todo lo criticable, es un presidente legítimo, pues llegó al poder legalmente; mientras que Bukele es un gobernante ilegal, inconstitucional, de facto.
Para correr por un segundo mandato consecutivo, Bukele se amparó en la resolución espuria de una Sala de lo Constitucional, impuesta por él mismo, que lo autorizó a buscar la reelección continua, a pesar de que una decena de artículos de la Constitución de la República lo prohíben, algunos de manera expresa y otros indirectamente.
Bukele es popular y ganó abrumadoramente las elecciones, pero su reelección es inconstitucional. Eso no se lo puede quitar y la historia lo juzgará (También los tribunales de justicia tendrán que condenarlo cuando, tarde o temprano, su régimen haya caído).
Por lo demás, Nayib Bukele se parece mucho a Donal Trump. Por ejemplo: en el ámbito político, los dos gobernantes se incomodan con la democracia, la separación de poderes, la independencia judicial, el respeto a los derechos humanos y la dignidad de las personas.
Esto se expresa claramente en las graves ilegalidades y crueldades que implica el traslado de prisioneros desde Estados Unidos a El Salvador, incluidos migrantes que no cometieron delitos y presuntos delincuentes que aún no han recibido condenas. Trump y Bukele podrían ser procesados en cortes internacionales por secuestro, desaparición forzada y otros delitos que constituyen crímenes de lesa humanidad.
Trump intenta destruir la democracia en Estados Unidos. Bukele ya la destruyó en El Salvador mediante la consolidación de un régimen dictatorial donde no existen pesos y contrapesos, no hay institucionalidad y el estado de derecho ha sido socavado totalmente.
En lo económico, como Trump, Bukele también se muestra codicioso, avaro y ambicioso de posesiones y riqueza. Mientras escribo esta columna me entero que ha comprado un terreno de un millón de dólares en la playa, que se suma a las fincas, haciendas y demás propiedades que rondan los 10 millones de dólares, según varios medios investigativos.
Su insistencia con el Bitcoin a pesar de las prohibiciones del Fondo Monetario Internacional, o su obsesión por la minería metálica a pesar del rechazo de la mayoría de la población, también evidencian sus ansias de riqueza y su vocación por el dinero. Como Trump, Bukele mira todo como un negocio, incluido el traslado y alojamiento de prisioneros extranjeros en cárceles salvadoreñas.
Y en lo comunicacional, Trump y Bukele son iguales: los dos mienten compulsivamente, difunden discursos de odio, son intolerantes a la crítica ciudadana y les molesta el ejercicio fiscalizador del periodismo. Los gobiernos de ambos caben en la definición de “autocracias desinformativas”, que son regímenes autoritarios que concentran el poder en una sola persona y se sostienen mediante estrategias de propaganda basadas en la desinformación y la posverdad.
Sin embargo, el encuentro no será en condiciones de igualdad. Primero, por las obvias asimetrías históricas y actuales, en lo político y económico, entre el presidente de la (todavía) mayor potencia económica y militar del mundo y el gobernante de un país como el nuestro: pequeño, con pocos recursos e insignificante en el tablero geopolítico regional y global.
Y segundo, porque Bukele, en su búsqueda de aceptación y de impunidad, podría llegar dispuesto a todo a cambio de poco o nada. Trump sabe que recibirá a un gobernante que, como ha demostrado, está dispuesto a no protestar por las deportaciones de migrantes salvadoreños y a recibir todos los prisioneros que el autócrata estadounidense quiera mandar.
En su anterior mandato, Trump dijo que El Salvador, Haití y los países africanos son “hoyos de mierda”. Por tanto, mira a Bukele como el administrador o gerente de uno de esos “hoyos” que pueden ser utilizados como “basureros de escoria humana”, rol que -por lo visto- Bukele asume sin problema.
En el más digno de los casos, para Trump será recibir a su “carcelero”.
*Periodista y activista social.