Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y Editor
suplemento Tres mil
Crecí rodeado de libros. Desde que era un pequeño vi natural aquellas páginas encuadernadas soportadas en cuero y cartón apiladas con orden en los estantes de aquellas inmensas libreras que me hacían pensar que no existían las paredes, Ese amado olor a celulosa con sus infaltables toques de tinta inundaron mis tardes y aún siguen presentes cada mañana.
La mayoría de las personas que estaban cerca de mí leían, así que yo aprendí a leer por imitación, creo. Nadie me lo impuso, si así hubiera sido es seguro que no me gustaría leer, porque soy una persona contradictoria.
Mi devoción por la lectura fue gracias a dos maravillosas obras clásicas: La odisea y El Mío Cid. Mi abuela Josefina Pineda de Márquez es profesora de letras y escritora, a ella desde siempre le ha gustado mucho leer, ¿gustado? ¡Le encanta!, y es una verdadera devota, por lo que regalar libros es su especialidad. No sé qué tanto lo disfruten sus otros nietos (mis primos), pero para mí fue el descubrimiento más importante de mi vida porque me enseñó a ver el universo de otra manera. Mi primera prueba fue con las caricaturas, a las que les dejé un rol secundario, a menos que trataran de algún buen libro.
Cuando era niño se transmitía una caricatura llamada Ulises 31, la cual hablaba de un Ulises que navegaba errante por el espacio por haber ofendido a Zeus (el dios griego que gobierna todo). Era una adaptación de la clásica obra de Homero: La odisea. La veía con fidelidad y hacía las comparaciones con la versión griega de aquel poeta ciego que se presume escribió también La Ilíada. No eran tantas las similitudes, pero la serie era divertida y entretenida. Creo que de ese programa surgió mi deseo de dejarme crecer el cabello y la barba, porque era algo que me impresionaba del personaje muy parecido a Marco Antonio Solis de Los Bukis o a los retratos de algunos mesías y personajes bíblicos elaborados por diferentes pintores. Mientras, en otro canal se programaba Ruy, el pequeño Cid que procuraba retratar la infancia de Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador. Esta serie motivo mi espíritu aventurero, solo me faltaba la burra para volverme un caballero andante un mínimo cid campeador enfrentando con su excelsa presencia a quien fuera, como él lo hizo incluso en su última batalla, cuando ya estaba muerto y la presencia de su cuerpo en la batalla intimidó de tal forma a sus enemigos que huyeron como ratones ante un gato. Ambos programas fueron mis favoritos junto a Don Quijote de la Mancha que transmitió Canal 10, el cual salió en la televisión el mismo año que yo, 1979. Solo que este en España.
Estos personajes traían otra lección. No solo el hecho de que aprendiera el hábito de la lectura, porque cada personaje trae algo que enseñar. Ulises y Rodrigo eran individuos que luchaban por salir adelante a pesar de toda la adversidad, justo como se debe enfrentar la vida en menor o mayor medida. Son un verdadero ejemplo de cómo sortear la vida: con decisión y coraje.
Sin querer ambos libros me prepararon para comenzar la vida o al menos para intentar entenderla. Cada uno es una historia parecida, un valiente héroe determinado a vencer la muerte de una u otra forma. Lo maravilloso de todo es que esa acción llega a trascender a la muerte y a los siglos.