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Un agujero negro en la Iglesia Católica

Iosu Perales

Para la comunidad católica, el escándalo de abusos sexuales cometidos por miembros del clero y órdenes religiosas, además de una vergüenza es motivo de indignación, de rabia e impotencia. El mapa mundial de los abusos, de la pederastia, sobrepasa toda capacidad de asombro y son muchas y muchos los feligreses que exigen tolerancia cero, no prescripción de estos delitos y el enjuiciamiento de los culpables por tribunales ordinarios. También es verdad que una parte de la feligresía siente tanto dolor que no desea hablar del asunto. Respeto a estas personas, pero les diría que nuestra grandeza reside en la aceptación pública y privada de la verdad.

Nada sería más injusto que utilizar lo que ya sabemos para atacar a la institución. Pero es verdad que las críticas no pueden quedarse en señalar hechos aislados, ni siquiera denominando lacra a los autores, ya que lo que ocurre es resultado de un sistema patriarcal y poco transparente, de unos códigos y obligaciones como la del celibato que alimentan comportamientos de abusos, aunque tampoco lo explican todo. Ya en el siglo cuarto después de Cristo, la Iglesia Católica tuvo que enfrentar el problema de la pederastia en el contexto de concilios (Elvira y Nicea) que abordan ya la abstinencia sexual. Como ley el celibato fue aprobado en el primer concilio de Letrán, hacia el año 1123.

El caso es que la mayoría de los apóstoles eran hombres casados, lo que indica que las normas que prohíben toda actividad sexual del clero fueron resultado de decisiones humanas, de ninguna manera un mandato divino. (Incluso, el apóstol Pablo era partidario del celibato, por recomendación) Lo que quiero decir es que frente al dogmatismo caben nuevas decisiones que corrijan aquellas que después de muchos siglos solo han reportado sufrimiento en el seno de la Iglesia. No es casual que Lutero criticara duramente el celibato (el 13 de junio de 1525 el monje agustino Martín Lutero contrajo matrimonio con su novia, una exmonja llamada Catalina), y sin embargo nadie con buen juicio y buena fe puede decir que el protestantismo sea menos verdadero y menos cristiano que el catolicismo. Aunque es verdad que siguen habiendo comunidades y corrientes católicas que niegan a las demás ramas religiosas una raíz cristiana por diversas “razones dogmáticas”.

Pero mientras la Iglesia Católica aborda o no sus problemas de fondo, lo que se impone es contribuir de forma activa a denunciar cada caso de abuso sexual y exigir justicia y reparación. Carlos Cala, periodista de la Cadena Ser (cadena de radioemisoras de España), ha elaborado un mapa mundial que señala la mayor o menor intensidad del problema, según países y con cifras. No entro en los números que cada cual puede consultar en internet. Me interesa más incidir en el relato. Así por ejemplo en el caso de Europa, Irlanda ha conocido una plaga de abusos a menores en orfanatos y centros de menores por parte de miembros de la Congregación de los Hermanos Cristianos, encargada de gestionarlos. Cuando el Vaticano asumió la veracidad de los hechos y lideró una investigación, cuatro obispos dimitieron por no haber detectado los delitos e impedido la continuidad de la pederastia. El Informe Ryan retrata posiblemente el trauma más doloroso vivido en el país.

Estados Unidos y Australia están a la cabeza de la clasificación de la vergüenza. También Alemania, Italia, México, Argentina, Chile… presentan datos que rompen los ojos. En el caso del Estado español lo más significativo es la opacidad. El caso Romanones (el párroco Román Martínez que lideraba un grupo de curas llamado “clan Romanones”) pareció abrir una ventana a la transparencia pero lamentablemente nada ha cambiado. Los sacerdotes encarcelados se cuentan con los dedos de la mano. Sin embargo cada vez son más los denunciantes en los platós de televisión u otros medios de prensa. Menos en los juzgados, tal vez porque hay una presunción extendida de que los jueces no hacen bien su trabajo en asuntos como el que comentamos.

Pero dejo a un lado hechos que ya casi todo el mundo conoce. Lo que importa es responder a la pregunta ¿qué se puede hacer? Una respuesta que deberían darla, sobre todo, los miembros de la Iglesia Católica, pero también el resto de la sociedad, pues las consecuencias de la pederastia nos afectan a todas y todos.

En el campo de las respuestas parece importante apoyar al papa Francisco. Se mueve bajo presión, entre las intrigas, el complot y el odio de parte de la curia. Sin embargo, él ha dado la señal de un complicado combate contra los autores de crímenes contra las y los menores (Benedicto XVI ya hizo movimientos en esta dirección). El Vaticano ha pasado de mirar para otro lado a contribuir activamente a desenmascarar los abusos hacia menores cometidos por el clero. Pero sigue habiendo mucha ocultación, como se ha demostrado entre los obispos norteamericanos. Es bueno ayudar a que estos delitos salgan a la luz.

Es bueno y conveniente, además, que en las parroquias se hable del tema con normalidad. Que los párrocos se comprometan a luchar contra toda tolerancia y tomen la palabra para transmitir a la feligresía la idea de una comunidad decidida a no dejar indefensos a los menores. Ayudando a prevenir, protegerse y denunciar.

Creo que también es importante apoyar a curas y religiosos que están por levantar alfombras y desvelar lo que saben. Muchos no se atreven por las presiones internas, por un corporativismo dañino y lealtad mal entendida. Estaría bien que alrededor de parroquias surgieran pactos para proteger las y los menores y denunciar los delincuentes sexuales.

Algunas medidas de interés en el seno de la Iglesia Católica: 1) Creo que el fin de la obligación del celibato sería de gran ayuda: 2) La feminización de la Iglesia con la incorporación activa de las mujeres a todos los ámbitos incluido el sacerdocio, es algo que aliviaría el peso masculino y patriarcal que favorece el encubrimiento y el corporativismo, abriéndose en el clero una ventana de nuevos valores; 3) Incorporación de las y los seglares en la vida de la Iglesia, en la toma de decisiones y la fiscalización de la lealtad al mensaje evangélico; 4) La democratización de una institución que mientras permanezca jerárquica, autoritaria y opaca, siempre será un campo ventajoso para los delincuentes sexuales; 5) Seguimiento del quehacer de misioneros en regiones subdesarrolladas donde ejercen sus compromisos evangélicos.

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