@renemartinezpi
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Me están pasando los años cerca y a ella lejos; el tiempo me hiere y a ella la cicatriza, a mí me afea y a ella la embellece, y por eso fallo en el intento de pensar con las dos neuronas que tengo… Ahorita mismo ¿qué estará haciendo allá en el jardín? ¿Leyendo mi demonio setecientos y algo o paseando a Guille, la tortuga perenne de nuestros hijos? Hablamos por la noche de los sucesos macabros del día, le ponemos una seña de sangre a la puerta, pero no se puede domar, así nomás, la maldad psicopatológica, el control social y la soga pecuniaria que se prende de nuestros cuellos. Palabras dulces contra agrias vilezas. Libros publicados contra chambres. Memoria colectiva contra amnesia punitiva. Metáforas inconfesas contra la confesa corrupción de los sacos de pisto y la falsedad material burguesa que legalizó el robo de las tierras comunales y ejidos. Emigrantes corajudos contra sicarios cobardes e infames. Luciérnagas furtivas contra serpientes taimadas. Víctimas honestas contra cínicos victimarios. Trabajadores y tortilleras que hacen cuentas cabales contra delincuentes que tergiversan a Robin Hood. Poemas de amor crítico contra discursos políticos o dicterios sumisos. Pero siempre un millón de acres de lo corrupto y podrido queda imbatiblemente virgen, no recordado en el recuerdo… y entonces recuerdo haber leído en el Diario Latino, del 10 de diciembre de 1978, que: “con 33 millones de dólares iniciará mejora de condiciones de vida de las zonas más pobres del país”. Nunca se supo en cuál hacienda inconmensurable fue invertido ese dinero.
Nadie –ah, ese abstracto que nos libera de la penitencia cuando estamos en el discurso de la interacción social inicua- tiene la culpa o su conexo. La culpa es de ellos, los lumpen, porque al saberse impotentes se aprovechan de los prójimos y projimitos, esa es su infalible viagra social. En el salto al vacío que el país dio en los años 90 para declararse nacionalista y ante todo patriota (no obstante carecer de patrimonio) “nadie” tuvo la culpa o su conexo, la tuvieron ellos, los oportunistas, los camaleones, los pequeño-burgueses culi-rotos, los ladrones con fuero que siempre caen bien parados, y todo porque fueron mal hechos los cálculos insurreccionales así como los sueños en la cama de la utopía que peca de promiscua… y en esta nación que algún día será cosecha colectiva, la culpa la tenemos nosotros: los de ayer, los que no podemos olvidar aunque nos discriminen, los que no quedamos vivos para contarla, los que quedamos medio muertos y la contamos porque matamos la injusticia y su miedo sin ser súper héroes; también la tuvimos los bienaventurados, porque estuvieron bien las aventuras utópicas y exóticas y eróticas.
Aquí está el pueblo abierto de par en par, como quebrada sin río, como río sin lecho, pero que aún es quebrada y aún es río; con rigor y suavidad cuento lo que no está –la energía eléctrica, los buscaniguas, los teléfonos, el teleférico, la pensión, el colón, las pupusas de la 5 de noviembre, los circos- y no me da pena enternecerme cuando veo a mi hijo resolver un caso de factoreo. Voy llorando la ausencia de diosas milenarias en el plato de los niños y tropiezo con el silencio, me equivoco, borro lo hecho, pero errar es lo más humano que hay si se enmienda a tiempo y se hace lo correcto. Por muchos años renuncié a escribir en público; por las noches perdí palabras, comas, tildes, gerundios, frutos, raíces, paciencia, pero volví a hacerlo, y eso es como regresar del exilio sin hallar una comitiva de bienvenida. A veces estoy tentado a exiliarme de nuevo, a guardar silencio, a borrar el diccionario, a romper los recuerdos; en ciertas ocasiones el silencio es el mejor bullicio; otras, es un campo íntimo donde los “otros nosotros” comparten, compartimos, proteínas falsas y maíz envenenado. Por eso, voy de beso en palabra con preguntas extrañas. Algo nos ha marcado para toda la corta de café y para toda la pepena de remesas; el estar aquí de los unos, el no estar acá de los otros, y aunque todo se comprende y sabe y sospecha, un soborno es siempre una estafa o un chantaje.
Algunos, como yo, llevan consigo sus ruinas, su violinista en el tejado y su sacerdotisa de la utopía. La gris alegría del escrutinio de la historia del victimario es parsimoniosa ajustando cuentas. Cada patriota descalzo es un sin-patria; cada trabajador con salario mínimo es un sin-manos; cada revolucionario mudo es un sin-utopía: la pared que quedó sin la foto del Che después del sismo; el almanaque Bristol aterido en sus hojas empapadas de aguas negras y lágrimas blancas. Hay quienes aún miran hacia arriba para tocar las estrellas porque saben que son luciérnagas: son los conversos que modernizaron su amuleto, lo limaron, pintaron, barnizaron, embrujaron y alzaron en una caja de cautela impositiva para evitar que la glándula más grande segregue coraje… porque casi a nadie le queda un tic de delirio futurista. Sin embargo volver del exilio es alcanforante, es bárbaro, porque es un lujo volver a los afectos y efectos de carne y hueso… y aunque estamos ojerudos, arrugados, panzones, achacosos, viejos, también tenemos más moralejas, huellas, reliquias, vestigios, brujas de la eterna juventud que es la lucha social… y aún nos enciende la imagen gatuna de unos pies lindos. Reconozco que es más grande lo olvidado que lo recordado, lo domesticado que lo salvaje; somos otros los que aún recordamos lo que fuimos; habrá que tomar té de tila; habrá que ponernos el estetoscopio colectivo en el lugar correcto y volver a vernos en el espejo, empezando de lo fáctico y mensurable, siguiendo con el “sí, pero” y el “quién sabe”, y aterrizar por fin en los espolones de la conciencia aguerrida, saber que estamos vivos, a las tres de la tarde en punto, listos para otra lucha desigual con el arbitraje en contra, y agitar esa vida como si estuviéramos pidiendo auxilio en una isla naufragada.
Al volver del exilio interno, mi pregunta retórica: ¿dónde están los torturadores y los ladrones con saco y corbata de siempre?… porque no quiero hablar nunca más de tortura, no porque la olvide, sino porque recuerdo que trata sobre sangres sublimes que nadie vengará ni respetará para no asustar la seguridad jurídica que exigen las empresas que jamás respetan los derechos laborales y para no sentirse cobardes.