@renemartinezpi
[email protected]*
Ah, diagnosis ya entiendo, cialis por fin entiendo lo que en términos racionales y nacionales no se puede entender. Pero ¿dónde están los torturadores de oficio y los ladrones confesos y las mentirosas patológicas de la oligarquía pedestre y los cobardes aguerridos y los masacradores fluviales que jamás serán huéspedes de las cárceles ni de los barrios pobres? ¿No que todos somos iguales ante la ley y el fiscal general? Es que muchos de ellos alcanzaron a huir con rumbo conocido; algunos dicen que están remordidos y arrepentidos, buy los pobrecitos, y por eso se hicieron pastores evangélicos o acólitos alcohólicos de la plusvalía; o están regados y abonados en Miami, en la orilla azul de la Asamblea Legislativa, en una embajada remota… o en la United Nations enseñando a los pre-tiranos de los paisitos de la región que “la democracia con sangre entra, hijos de puta resentidos”; y que “uno más uno es diez mil trece” cuando se trata de elecciones libres o de expropiar, con total seguridad jurídica, las jubilaciones y el agua potable y hasta la triste sonrisa de los sin-patria, porque la mercancía es la que manda… y donde manda capital no manda limosnero. Son asesores vitalicios y anónimos de la política retorcida o son doctores, honoris causa, del suplicio básico del pueblo como superlativo de democracia y gobernabilidad.
Algunos de ellos, pobrecitos, están ahora entrando en la fase terminal del pánico; se están suicidando con una dosis letal de laxantes para asnos bajo la forma de supositorios: se los acomodan en la epiglotis del culo y, reteniendo el aire, se los empujan hasta el fondo y se beben una Coca Cola bien helada para ponerle trancas a las lágrimas; pero qué le vamos a hacer, esos pocos por lo menos tuvieron una tétrica mueca de arrepentimiento excremental por el daño causado. Una de las cosas que más desconcierta a los que vivieron de la dictadura militar es que la tortura clandestina no sea una opción para nosotros, los ciudadanos de hoy, por eso uno de ellos nos puso una demanda ante la Corte Suprema de Justicia (específicamente en la Sala de lo Constitucional), porque no recurrir a la tortura y a la falsedad material y a la represión masiva en contra del pueblo es, en su trizado imaginario de victimario de luciérnagas insurrectas, un acto de barbarie sicológica, es inconstitucional, es antinatural, y que iba a pedir asilo político en la OEA, en la DEA, en la AEAS o en una ONG con fines de lucro y de estupro… deberían fusilarlo pero por imbécil y culposo y chambroso, dijo, mi madre, cuando se enteró del suceso. Como profilaxis de la historia, digamos nosotros, como si en verdad conociéramos palabras elegantes o muy rebuscadas: la sesquipedalia verba, decía, Marx.
Qué suerte que no somos, todavía, el México de Centro América, aunque casi parecemos gemelos idénticos; y que suerte, también, que no somos –ni hemos sido nunca, gracias a los militares y los particulares- la Suiza de nuestra América Latina. Suena un poco inmodesto y sobre todo es falso, pero somos, señoras y señores, el salvador de América, al menos eso cantan los fascistas, los oligarcas y, para acabar de joder, hasta los politólogos de derecha que afirman, felices, que: “El Salvador será la tumba donde los rojos terminarán, salvándose así América…”
Pero… aún es la hora tremenda de la exaltación ecuménica del Monseñor Romero de los pobres; del llanto sin esclusas ni musas; del corazón borracho bajo los ciclones del Pacífico; del buen amor que intenta recuperar su latitud perdida en las coordenadas del dengue y la chikungunya; del augurio del tugurio; y de la caja de sorpresas fascinantes que es cada rostro sin capucha y sin máscara. Cuando la realidad real nos ladra en la noche y como serpiente nos muerde en el día, todo es legítimo o es nulo o es espejismo; todo es según el dolor del mal con que se mira. Si continuamos chiflando en la loma, nos seguirá jugando feas y malas pasadas la memoria colectiva y seguiremos teniendo maestros vendelotodo que, con sus postgrados, tergiversan la historia y la gloria del pueblo; empezaremos a olvidar lo inolvidable; cortaremos en finas rebanadas la zozobra, que es lo único que nos sobra; haremos piscuchas y barquitos de papel con los pagarés, las boletas de empeño y las hipotecas y la receta de las jaquecas. Y es que no sólo somos hombres y mujeres y niños de transición, también somos fantasmas de la ópera transitivos y subversivos. De tanto pueblo y pueblo hecho pedazos, seguro va a nacer un pueblo entero y unánime y hermoso, pero nosotros somos los pedazos, no lo olvidemos jamás; tenemos que encontrarnos antes de buscarnos; cada uno somos el contiguo de otro porque somos “nosotros”; en las duras junturas de las coyunturas quedará la historia de una buena y renacida esperanza remendada con la saliva de las luciérnagas furtivas que son perseguidas por las serpientes harapientas.
En un surco cualquiera de la patria confiable y posible que todos los utopistas soñamos que soñaríamos, allí, exactamente allí donde esparcimos nostalgias germinales y agonías sociales terminales: algo empieza a ocurrir, algo está ocurriendo inevitable, pero lentamente, muy lentamente, porque la impaciencia nunca ha sido la partera de la ciencia. En la calma oxidada con gallos cadavéricos y lejanísimos, si se alerta el oído y se avispan los ojos, se descubre cómo alumbra o germina o rehace sus cenizas no el país en pedazos que así somos desde que nos masacraron en 1932 y en los años 70 (de eso puede dar fe Daniel Slutzky, un sociólogo argentino de buena cepa que, sólo porque sí, nos dejó un testamento inconcluso y un recuento de lo cruento de los hechos) sino este pueblo entero que así seremos, del que soy -inmodestamente lo digo aunque muevan la cola y afilen los colmillos las serpientes- uno de sus pregoneros del amor más enamorado (¿o más ingenuo?) que es todo lo que se tiene cuando se carece de todo lo demás, gracias a la mano invisible del mercado que se lucra hasta de nuestros temores y sentimientos.
*René Martínez Pineda
Director de la Escuela de Ciencias Sociales, UES