Álvaro Darío Lara,
Escritor
El centro de San Salvador, exhibe, como joyas de otros tiempos, magníficas arquitecturas de principios del siglo XX, que, desgraciadamente, sucumben, víctimas del abandono, del tiempo, del hacinamiento del comercio informal; y en definitiva, de la indiferencia que mantenemos hacia nuestro pasado cultural. Sin embargo, esfuerzos notables como los realizados por la administración municipal anterior, han puesto al descubierto lugares emblemáticos de la ciudad capital.
En medio de la maraña del tránsito vehicular de la ciudad, con sus oscuras nubes de contaminación, de la vocinglería de los vendedores; de los mendigos sucios, dementes y harapientos, que recorren infatigablemente las calles y avenidas; los puestos de libros, en las esquinas, exhiben montañas extraordinarias de textos del ayer y del hoy, donde el avisado buscador puede encontrar raras especies.
Un día de éstos, frecuentando a un brujo, que comercia con piedras, imanes, amuletos y textos infernales, encontré un “bolsilibro” de aquellos que publicaba, por toneladas, la editorial Bruguera. Era un ejemplar de la colección Alondra, cuyo título melodramático me interesó: “El silencio selló sus labios”, su autora, la reconocidísima escritora de novelas rosa, Marisa Villardefrancos.
Villardefrancos fue una gallega (1915-1975) que dedicó su vida a la producción de decenas de historias infantiles, religiosas, sentimentales, que se distribuían en quioscos y librerías de Hispanoamérica; además de las adaptaciones radiales que se hicieron, con mucho éxito, de su obra. Pese a esta dimensión, aparentemente ligera de sus escritos, existe en su corpus creativo, una dimensión social y realista muy interesante.
Siendo niña, la novelista, enfermó gravemente de poliomielitis, una dolencia que la condujo a la silla de ruedas, y que se complicó con sus padecimientos de artritis. De tal manera, que el mundo que Marisa recreó, literariamente, partió de sus vivencias propias y ajenas, pero en buena medida, también, de su pasión por el universo infinito que la imaginación extrema y el mundo de los libros, le ofrecieron.
En el caso de Marisa Villardefrancos, no estamos frente a una autora superflua, Villardefrancos tenía el don de la escritura, su técnica, su lenguaje, evidencian a una mujer que conocía muy bien su oficio y que, por supuesto, era poseedora de una sólida cultura. Naturalmente faltaron condiciones, para que su talento dictara obras de mayor aliento, ya que su vida, fue ceder, por sus mismas necesidades económicas de mujer sola y enferma, a las grandes presiones comerciales de sus editores. Ésa fue, en mi opinión, después de sus padecimientos físicos, el segundo drama de su vida: extremar su escritura para sobrevivir materialmente.
A través del ejemplo de Marisa Villardefrancos, he querido reivindicar un género denostado, el género popular, melodramático, de las novelas rosas de folletín, en sus versiones escritas y radiales, que sí impactaron a millones de personas, y que sí cumplieron el propósito de toda literatura: hacer más dulce, entretenida y humana la existencia. ¡Descanse en paz, esa mujer extraordinaria que me ha hecho seguirla de libro en libro, Marisa Villardefrancos!
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