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¿Un cheque en blanco o un sobregiro autorizado?

René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES

El triunfo político y electoral de Bukele (febrero de 2019), es en verdad, un hecho histórico, sin que ese adjetivo cronológico tenga -de una vez y para siempre- un signo positivo o negativo en términos sociológicos. Y ese es, nos guste o no, un hecho histórico por varias razones: le puso fin al bipartidismo de facto de los últimos treinta años, que fue incapaz de realizar lo que se conoce como “revolución democrática burguesa”; le puso fin, más temprano que tarde, al proyecto de la utopía abanderado por el FMLN, abonado con la sangre de unos cien mil mártires y el sacrificio de miles de combatientes; e inauguró lo que llamo fuerzas de pre-izquierda sobre la base de la desilusión, el descontento y la protesta social que le dio vigencia y contundencia a un nuevo instrumento de lucha sociopolítica: las redes sociales, lo cual debe ser retomado por la sociología, para readecuar el constructo teórico de los movimientos sociales y grupos de presión.

Las victorias de Bukele y de Nuevas Ideas, en las distintas pugnas con el poder legislativo, así como el nivel de aceptación de ese partido en la opinión pública (según afirma la encuesta de la Comisión Nacional de Rectores de El Salvador), han sido inesperadas porque no tiene representación en tal Órgano del Estado, porque no ha participado en ningún proceso electoral. Dentro de esas pugnas podemos citar las que se dieron en torno a: la construcción de un lujoso, insultante y obsceno Palacio Legislativo; la patética Ley de Reconciliación Nacional, que muchos ven como una nueva ley de amnistía; y la Ley Mordaza, por usar el término con que se conoció popularmente esa iniciativa de ley.

Esas pugnas, que a veces se quedan en las visitadas gradas de la escaramuza, no han cambiado, formalmente, la correlación de fuerzas en la Asamblea Legislativa (aunque sí han generado desobediencias al interior de las fracciones legislativas, por parte de algunos diputados y diputaditos que sienten amenazados sus puestos en las próximas elecciones), ni han calado hondo en las dirigencias de los partidos políticos tradicionales que por inercia o por conveniencia, se niegan a refundarse. Pese a ello, las pugnas son una sugestiva señal (en tanto contra-amenaza de los votantes, situación que nunca se había dado en esa magnitud ni con esa certeza), de que sí va a cambiar tal correlación de fuerzas en las próximas elecciones legislativas y municipales de 2021, pero eso va a depender, al final, del desempeño del nuevo gobierno en sus primeros dieciocho meses (que ha prometido no ser “más de lo mismo”) y de cómo se resuelva el tenso problema del liderazgo al interior de Nuevas Ideas, partido (movimiento social, según sus íconos políticos), que está compuesto por un abanico muy diverso y espinoso de sectores políticos, ideológicos, económicos, culturales y sociales que transitan el espectro del imaginario de la democracia, que si bien tiene el germen de los cambios socioculturales y políticos (que se supone son su razón de ser), también contiene múltiples contradicciones secundarias (intereses conflictivos remediables) y como todo partido ganador, corre el serio peligro de ser emboscado por el denso ejército de oportunistas y surfistas que siempre está latente y con hambre, tal como le sucedió al FMLN.

El impacto de la que llamo la contra-amenaza del pueblo en el régimen político y el de partidos (más allá del fin del bipartidismo real y de la crisis generada en los partidos pequeños, que sienten que se acerca su fin definitivo), es de tal magnitud que todavía no se percibe en detalle, ni se tienen los suficientes elementos de juicio ni datos para afirmar que, de aquí a dos años, ese impacto será positivo para la población y para la formación de una nueva lógica política, que estructuralmente, vaya terminando con la corrupción que ha sido usada para cooptar conciencias y mantener la gobernabilidad, ambos como mecanismos para evitar el cambio real del sistema capitalista.

En mi opinión, el impacto se irá consolidando en las acciones consuetudinarias del pueblo, cuando sean razonadas y oportunas (o se resquebrajará si ese pueblo se siente desilusionado); en todas las decisiones gubernamentales, cuando sean de carácter colectivo en la medida de lo prudente y lo factible; cuando los logros de eso que la sociología llama “desarrollo social”, sean en beneficio de los sectores más pobres que ya están cansados de esperar tiempos mejores, y para quienes todos los gobiernos son iguales en esencia, con lo que se niega aquello de que “no hay mal que dure cien años”; y cuando el humo del poder se disipe en los pies y no en la cabeza cuando está vacía, tal como le pasó a muchos funcionarios y líderes populares, que se creyeron el viejo cuento de que son una especie de oligarquía política que debe distanciarse de los que caminan a pie.

Por el momento, lo que ocurrió el 3 de febrero y que simbólicamente, culminará el 1 de junio, reitero, puede considerarse como un hecho histórico per se, debido a que implica: una interrupción en el fluir de nuestra cotidianidad signada por la corrupción, la violencia, la impunidad y la apatía; un nuevo régimen de lo posible que conozca los caminos que llevan a las comunidades y a la conciencia social; una lógica gubernamental honrada y honesta que sepa aprovechar los recursos y las oportunidades para potenciar su impacto positivo en el pueblo. El 3 de febrero de 2019, no fue un día en el vacío ni fue un desvarío de la población, al menos no lo fue desde la perspectiva sociológica; no fue un día de magia negra ni surgió de la nada o de la malevolencia de factores externos a quienes perdieron, sino que fue el resultado de la descomposición del sistema tradicional de partidos políticos, además, de la desilusión y el descontento que se posicionaron en la cultura política electoral, buscando una nueva arquitectura de país que se funde en la existencia de un gato con cinco patas.

Desde la sociología política -dejando de lado el fanatismo, la subjetividad o los necios sesgos ideológicos-, podemos afirmar que el 31 de mayo termina la fase de “la necesidad del cambio” y se entra en la fase de la posible “concreción del cambio”, fase que resolverá si Bukele tiene un cheque en blanco, tiene autorizado un sobregiro significativo… O no tiene fondos. El tiempo tomará la palabra.

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