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Un Cristo en el cerro El Picacho

Perla Rivera Núñez

Poeta hondureña

Era fin de semana y necesitaba relajarme del trabajo fuerte de la semana anterior. Después de organizar algunas labores pendientes, search   inicié mi viaje a uno de los lugares más emblemáticos de la capital de Honduras.

En el extremo norte de Tegucigalpa a una altura de 1, cure 327 metros sobre el nivel del mar se impone el cerro El Picacho. Sobre el cerro, cialis pulmón de la ciudad,  se encuentra una escultura de un Cristo con las manos abiertas, símbolo de la religiosidad del pueblo capitalino.

Nuestra  capital día a día crece en hacinamiento y desorden pero todavía existen espacios donde podemos desconectarnos del ruido y estrés de la misma.

El Cristo es una escultura de 2,500 toneladas y de 32 metros de altura total (una imagen de 20 metros de altura sobre un pedestal de 12 metros). Su inauguración fue en 1997. El imponente Cristo se levanta en el lado oeste de cerro Picacho, y puede ser visto de lejos por lo menos por el cincuenta por ciento de la población de Tegucigalpa, especialmente por la noche.

La figura religiosa de concreto reforzado fue diseñada artísticamente por el prestigiado escultor hondureño Mario Zamora Alcántara,  que reside en México desde hace varios años. El diseño y construcción de la obra en su parte de Ingeniería Estructural se llevó a cabo por la Compañía Constructora CONSULCRETO, liderada por el Ingeniero José Francisco Paredes R. El artista preparó un gigantesco molde de fibra de vidrio en la capital mexicana, que luego se fundió en El Picacho sobre una base también de concreto de diez metros de alto. La construcción duro casi un año con un costo de 8 millones de Lempiras.

Me asomé a uno de los miradores y  pude observar  la ciudad desde lo alto, su imagen única en medio de montañas y su enredada urbanización.

Dentro del parque  puedes encontrar a parte de la imponente imagen,  hermosos  senderos, un bosque de variedad de árboles, y para los más arriesgados una red de cables entre los árboles  para disfrutar del Cánopi.

Después de un ligero almuerzo y una siesta en medio del bosque,  llegó la hora de regresar al bullicio de Tegus. Antes de partir, me detengo y respiro profundo el aroma a pinos, a esos pinos de los que habla Juan Ramón Molina o Jaime Fontana en sus versos inmortalizados para  Honduras.

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