Luis Armando González
Hemos sido testigos de un debate presidencial sumamente desigual. Más allá de los cuestionamientos que se puedan hacer al formato, no rx los candidatos tuvieron la oportunidad se presentar sus planteamientos la población, healing de tal suerte que ésta –o por lo menos la porción de ciudadanos y ciudadanas que prestaron atención al acto— se quedaran con una idea clara de lo que aquéllos piensan hacer si son electos para ocupar la silla presidencial.
De entrada, hay que excluir de cualquier consideración a dos de los cinco participantes.
Ni dijeron cosas que valgan la pena ni, esto es lo importante, tienen alguna oportunidad. Su contribución al debate, en todo caso, fue la de añadir una dosis de confusión al mismo –por decir lo menos—, restando tiempo a quienes sí tienen una oportunidad.
De los tres candidatos restantes, Salvador Sánchez Cerén fue el que se tomó en serio la oportunidad que se le ofrecía.
En sus intervenciones, trató de plantear, con claridad y sencillez, sus propuestas de gestión gubernamental. Evitó, pese a las provocaciones evidentes del candidato de ARENA, Norma Quijano, salirse del objetivo del evento: que la población conociera los planteamientos de los candidatos, y no que éstos se dijeran cosas entre sí. El formato del programa así lo exigía y, pese a la insatisfacción de quienes querían ver a los candidatos trenzados en una disputa hiriente, no estuvo mal que los destinatarios fueran los ciudadanos y ciudadanas.
Sánchez Cerén, pues, fue a lo que le correspondía, dando muestras de un enorme respeto no sólo por las reglas de juego, sino por los salvadoreños y salvadoreñas que lo escuchaban.
En sus intervenciones, fue serio, directo, claro y sencillo. Hizo lo que se esperaba de su participación.
En el lado contrario, estuvo Norman Quijano, cuya participación estuvo caracterizada por un ánimo agresivo no sólo en sus alusiones al FMLN y su candidato, sino en varios de los contenidos de sus líneas de gobierno. En algún momento dijo que en estos momentos no se trata, en el país, de una confrontación entre democracia y autoritarismo, sino entre democracia y socialismo del siglo XXI.
Sin embargo, sus propuestas en materia de seguridad son fuertemente autoritarias, con lo cual –hay que corregirlo— el desafío sigue siendo evitar que las arremetidas autoritarias socaven los avances que hemos tenido en democracia.
Dicho de otro modo –y corrigiendo a Norman Quijano— el desafío actual en El Salvador es profundizar la democracia, para lo cual son de poca ayuda las apuestas militaristas y visión de “amigos-enemigos” (o de “buenos-malos”) que él defiende con tanto fervor.
Mientras que Sánchez Cerén se dirigía a la población Quijano se dirigía al FMLN y a su candidato, en el marco de esa lógica “buenos-malos”, tan perniciosa para la democracia.
En virtud de esa lógica, para Quijano los graves males del país se iniciaron hace cinco años y, sin esfuerzo, extiende ese origen hasta hace 10 años, cubriendo el periodo de Antonio Saca.
Así, por un lado, desvincula a Saca de ARENA y, por otro, otorga a las tres administraciones previas (Francisco Flores, Armando Calderón Sol y Alfredo Cristiani) una gloria que nunca tuvieron, porque los graves problemas del país, en seguridad, violencia, deterioro económico, deterioro ecológico, migraciones y desarraigo se incubaron en ese periodo histórico previo a 2009.
Quijano quiere borrar ese pasado pernicioso para El Salvador en el cual ARENA gobernó. Se presenta como surgido de la nada, como si con él ARENA comenzara de cero, sin un pasado de gobierno de 20 años. No hay manera de defender esta visión más que haciendo del FMLN y su candidato los “enemigos absolutos” a derrotar; no se puede defender esa visión si no se presenta a las maras como un brote espontáneo, obviando que es un fenómeno social que se gestó y complejizó en los 20 años de ARENA.
La literatura académica de esos 20 años así lo demuestra. Esa literatura también muestra que la militarización de la seguridad pública no es la solución.
Por último, el candidato de UNIDAD, Elías Antonio Saca, es el que mejor se mueve ante los medios. Lo suyo no fue para la población ni contra nadie: fue para las cámaras. Se le vio cómodo y sin preocupaciones. Consciente de sus posibilidades de ocupar un tercer lugar o de forzar una posible segunda vuelta, ofreció demasiados cosas en términos de beneficios (a los jóvenes, a las personas adultas, etc.) sabiendo que, a lo mejor, no tendrá la oportunidad de cumplir lo ofrecido.
A Saca no lo quieren en ARENA –su gestión ha sido excluida de las gestiones “gloriosas” y él igualmente se sitúa fuera de esa tradición—. Lo que sucede, en términos reales, es que Saca sí pertenece a esa tradición, pues llegó a la presidencia siendo parte de ARENA, partido en el cual además ejerció un importante liderazgo.
Como se puede ver, en esta reflexión global del reciente debate, se trató de un encuentro desigual en los propósitos de los participantes. De nada valieron los cuidados que se tuvieron en los preparativos, pues al final sólo uno de ellos, Salvador Sánchez Cerén, llegó con la intención de presentar a la población sus planteamientos de gobierno.