Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Lector y coleccionista empedernido de los suplementos literarios, check desde jovencito, leí una vez una estupenda crónica de nuestro apreciado poeta David Escobar Galindo, en la edición sabatina de un matutino (cuando todos los rotativos tenían páginas literarias).
El texto trataba sobre Hugo Wast, el popularísimo escritor argentino, Gustavo Adolfo Martínez Zuviría (1883-1962) que no existió nunca, ya que el que vivió y vive para siempre es Hugo Wast, su célebre pseudónimo.
David, comentaba sobre sus lecturas de Wast, y cómo andando el tiempo, la figura y obra del autor se fue desdibujando del gusto del público. Imposible me ha sido, hasta el momento, recuperar el escrito, que seguramente data de 1984; sin embargo, en las “Historias sin cuento” que Escobar Galindo, publica constantemente en la prensa nacional, encontré el 12 de abril del pasado 2015, una prosa consignada bajo el número 959 (Juegos del Tiempo), que reza así: “Frente al Mercado Central de San Salvador y a media cuadra hacia el sur del Palacio Nacional está la Librería Navas, de don Manuel Navas, que se halla siempre sentado en su escritorio, ubicado en el extremo izquierdo del pequeño local rebosante de volúmenes. Don Manuel sonríe poco, pero orienta bien. El colegio en el que estudio se halla ubicado a muy poca distancia de ahí, sobre la 8ª. Calle Poniente: la librería Navas me queda, pues, al alcance de la mano. Paso con frecuencia frente a su vitrina y entro las más de las veces. Los libros que busco en primer término están detrás de una división de cuerpo entero. Son las novelas de Hugo Wast, el novelista argentino más popular de aquellos años. “Novia de Vacaciones”, “Valle Negro”, “Lo que Dios ha Unido”… ¿Quién las recuerda hoy? Don Manuel, desde su lejanía sideral, hace un guiño. Nos entendemos, como siempre.”
¿Por qué este interés –ahora- por Hugo Wast? Ya David, se refiere en el texto perdido entre mis papeles, que la narrativa de Wast -recuerdo- era seductora y asequible. Quizás esto último predispuso mi terrible celo adolescente, y por ello nunca abreve en las páginas de Wast. Me gustó, eso sí, muchísimo, la crónica y la devoción de David por el escritor.
Visitando ventas de libros antiguos en Santa Tecla, hace unos meses, mi vista, se detuvo, sin ningún interés real, en un vetusto volumen fechado en 1936, se trataba de “Naves, Oro, Sueños” del escritor argentino. Mis juveniles armas despertaron. Lo revisé con cuidado. Para un bibliófilo, el estado de conservación era aceptable. Sin embargo, no pude conciliar el precio, y tratándose de un autor –que no había leído y que no me despertaba un amoroso acercamiento- decidí dejarlo en su sitio y caminar. Cuadras adelante, un joven que ayuda a don René, el excelente librero, me detuvo, para negociar nuevamente el importe. Logramos el acuerdo. Creí que todo confabulaba a favor de Hugo Wast y lo introduje en mi portafolio.
El rico anecdotario de Wast, su soltura expresiva, su cuido del idioma, sus maravillosas descripciones, me han hecho –como en otras ocasiones- tragarme mis prejuicios.
Wast me llevó a París, a las tiendas callejeras de los sensacionales buquinistas, apostados en las márgenes del Sena. No fue gratuito el recorrido. Hugo Wast, vale la pena, y por supuesto, una próxima Claraboya, dedicada a su cautivante obra.