Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Fue don Ramón de Campoamor (1817-1901) un importante referente de la literatura española del siglo XIX. Su incursión, viagra en la poesía, treatment el drama, help la fábula y la filosofía, es especialmente interesante, sobre todo, en el escenario histórico y político del mundo hispanoamericano de esos días.
Los empedernidos tratadistas, que anhelan enmarcar y clasificar con enorme ahínco, toda muestra literaria, lo acercan al realismo y al pensamiento positivista. Más allá de estas pretensiones de la urgente taxonomía académica, la verdad es que, lo que queda al final (si acaso algo queda,) es la palabra, en todo su esplendor estético y en su sabiduría.
Y es por estos difíciles caminos, que Campoamor se alza, en una popular e ingeniosa fabulística, que aprendimos desde la escuela en los inolvidables libros de lectura, que nunca cesaban de incorporar sus magistrales piezas.
La legendaria Editorial Porrúa -que tantos buenos y baratos libros ha publicado- en el tomo, intitulado “Fábulas”, reúne algunas del gran Campoamor, además de este brevísimo retrato que de él hiciera el formidable y obeso Rubén: “Cuando se tiene en la mano/ un libro de tal varón, / abeja es cada expresión/ que, volando del papel, /deja en los labios la miel/ y pica en el corazón”.
¡Y qué buenas y dolorosas picadas deja el fabulista en la piel de muchos batracios! Aunque dichas pieles sean durísimas, no hay tales, Campoamor las horada, con el aguijón de su finísima ironía. Ahí desfilan los monárquicos y los republicanos de su época. Mejor, los seres humanos miserables, ya sea lleven brillantes coronas o gorros frigios.
No importa. Nadie se escapa. Campoamor identifica siempre a la vieja sierpe de la ambición, el oportunismo, y la corruptela en los labios de unos y de otros.
Veamos, entonces, esta maravilla del gran Campoamor: “Pelear por un mismo fin”, subtitulada “Guerras civiles”: “Era un reino infeliz en donde, altivo,/ un partido de olivo un dios quería/ y otro partido que en el reino había/ pidió un dios de aceituno en vez de olivo./ Clamando guerra, en su furor activo,/ al golpe asolador del hacha impía,/ fue tumba universal la monarquía;/ de un yermo la nación fue ejemplo vivo./ Hecho el dios de aceituno a sus antojos,/un partido, en sus glorias importuno,/ lo encumbró sobre míseros despojos;/ hasta que el dios mirando de aceituno/ vieron, por fin, con desolados ojos/ que aceituno y olivo era todo uno”.
Cuando, entonces, ya no hay diferencia, lo que se impone es la urgente regeneración de ambos, sean estos, los que erigen dioses de olivo, o bien los que aman el aceituno. Eso es lo importante: la vuelta a los principios (si alguna vez los hubo); la indispensable humanización de la política, enfocada al bien común, como divisa mayor.
En conclusión, aceitunos, olivos o cualquier otra rica naturaleza, deben responder legítimamente ante el bien mayúsculo de la Patria. Ésa es la única y auténtica vía. La que con toda probabilidad, nos salvará del actual desconcierto.