Un gran invento

Álvaro Darío Lara

Escritor y poeta

 

Nadie duda que uno de los logros mayúsculos de la civilización actual, en cuanto a la comodidad, en este caso de los hombres (las mujeres constituyen un capítulo más que interesante que necesitaría otra columna) es el maravilloso invento conocido entre nosotros, como calzoncillos.

En mi feliz época de niño y adolescente, marcaban la pauta publicitaria, los calzoncillos “Norma” (famosos también por sus guayaberas escolares) en sus versiones tradicionales y caladitas; desde luego, mi padre, liberal en muchos sentidos, pero conservador en materia de prendas íntimas para su menor hijo, siempre cuidó de mi abrigo y pudor, con los primeros. Luego, la moda, ya crecidito, me llevó hacia las coloridas y ajustadas prendas “Adams”.

Mi padre siempre usó calzoncillos de “manga larga”, y contaba que mi abuelo y bisabuelo, usaban verdaderas piyamas, que tantas dificultades, imagino, les ocasionaron  a la hora de las demoniacas pasiones.

Recuerdo, en Antigua Guatemala, haber contemplado dentro de la Iglesia de San Francisco, las prendas íntimas del ahora santo Hermano Pedro de Betancourt. Eran muy rústicas, de “picante pinta”, como diríamos por estas tierras, y según leí en la cédula informativa, tenían una función de grave cilicio, con las que este siervo de Dios, acallaba los tormentos de la carne.

En una ocasión, el político salvadoreño Dagoberto Gutiérrez, me narró la bendición que una dama de alta sociedad, le proporcionó al obsequiarle unos calzoncillos Calvin Klein, cuando en el marco de la ofensiva de noviembre, se encontraba atrincherado dentro de una mansión de la colonia Escalón. Dago al igual que el resto de combatientes, llevaba días de no cambiar sus vestimentas, y menos, incluso, de tomar un baño.

Estos recuerdos me asaltan, al contemplar mis propios calzoncillos, tan lejanos de aquellos provocadores que alguna vez utilicé. Después de la media centuria, he ido replegándome a la extrema catolicidad, en materia de gustos, privilegiando más lo holgado. Creo que mi padre, desde dónde se encuentre, sonríe al verme militar, ahora, en las gloriosas filas de las mangas largas.

En un matutino leí recientemente (sección de los famosos) una nota donde se aseguraba que: “Al cantante canadiense de 23 años (Justin Bieber) le envían tantos calzoncillos (la empresa Calvin Klein)que ha confesado que se deshace de ellos después de usarlos una sola vez. ‘No uso el mismo par de ropa interior dos veces’ explicó el cantante en el programa de Jamen Corden. Y añadió que podría haber ‘personas en África’ utilizando sus calzoncillos”.

Nadie lo duda. Pero no sólo en África, sino en toda América Latina y en distintas partes del orbe, donde la pobreza acelerada, nos ha convertido en verdaderos basureros del primer mundo: ropa, calzado, discos, muebles, automóviles, repuestos, y todo lo imaginable.

Mientras el ignaro Niño de Oro de Ontario, tira al cesto su diario calzoncillo, miles y miles, buscan entre los usados el suyo. Es de las grandes ironías de nuestra actual época.  Una  tumultuosa época de desprecio, de mercantilismo y de brutales xenofobias.

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