Ciudad del Vaticano / AFP
Kelly Velásquez
El «manotazo» del papa Francisco a una mujer que lo jalaba con fuerza durante la noche vieja en la plaza de San Pedro desató todo un debate este jueves sobre los peligros que corre el pontífice argentino durante los actos multitudinarios.
El incidente, cuyas imágenes han dado la vuelta al mundo, no sólo muestran al papa muy irritado sino que también han puesto en cuestión el esquema de seguridad para protegerlo.
Si bien Francisco logró safarse de la mujer, de rasgos asiáticos y cuya identidad aún no se conoce, el jefe de la Iglesia corrió el riesgo de ser agredido y hasta de caer, siendo un anciano de 83 años y con problemas para caminar.
Pese a que la seguridad estaba a pocos pasos y a punto de actuar, el pontífice resultó un blanco fácil y algunos recordaron el atentado en 1981 que sufrió Juan Pablo II en plena plaza de San Pedro cuando el turco Alí Agca le disparó.
Francisco, quien desde que llegó al trono de Pedro en 2013 decidió romper el protocolo y las medidas de seguridad, ama el contacto con la gente, saludar y besar a los feligreses que se agolpan para verlo.
En estos siete años se ha tomado selfis con miles y miles de fieles y hasta suele aceptar beber mate que le ofrecen sudamericanos.
«Hay que respetar el estilo personal de cada papa. Los funcionarios encargados de la seguridad saben que no depende de ellos la decisión», explicó el entonces portavoz del papa, padre Federico Lombardi.
Francisco que terminó por disculparse el miércoles durante el Ángelus por haber «perdido la paciencia» la víspera, tuvo «el coraje de admitir sus debilidades» y mostrar el lado oscuro y a la vez humano del pontífice, explicó el Vaticano.
«Tantas veces perdemos la paciencia. A mí también me ocurre», admitió Francisco mientras circulaba el video del incidente en el cual aparece visiblemente enojado.
– Un reto –
No se trata de la primera vez que el papa argentino reacciona ante los excesos de los fieles en actos públicos.
En febrero del 2016, durante una misa en un estadio de México, se enojó con un devoto demasiado entusiasta que lo hizo tropezar sobre un niño en silla de ruedas.
En 2015, un grupo de monjas de clausura «asaltó» literalmente al papa en la catedral de Nápoles sorprendiendo a la seguridad.
Según la vaticanista del diario romano Il Messagero, Franca Giansoldati, el número de «guardaespaldas» del papa, bajo las órdenes de la gendarmería del Vaticano, ha sido reducido en los últimos años por voluntad del propio pontífice.
Interrogado sobre si teme por su seguridad durante uno de sus viajes al exterior, Francisco confesó a los periodistas que no teme sufrir atentados y dejó entender que sería de alguna manera una muerte gloriosa.
Para el «Comandante Alpha», entre los fundadores del cuerpo de carabineros italianos especializados en seguridad, quien pidió conservar el anonimato, falló el esquema de seguridad.
«Los que se tienen que disculpar son los encargados de la seguridad del Santo Padre», comentó en una entrevista a la agencia italiana Agi.
Para el experto se trató de un error causado «por rutina» o por «falta de concentración», dijo.
Los «ángeles de la guarda» del papa dependen de la gendarmería, un cuerpo militarizado, y lo integran unos 150 miembros italianos, que en los últimos años se ha profesionalizado creando incluso un grupo de intervención rápida.
Uno de los episodios más graves ocurridos en este siglo fue en la Navidad de 2009, cuando una mujer desequilibrada sorteó las vallas para alcanzar al papa Benedicto XVI al final de una ceremonia en la basílica de San Pedro.
Con el papa latinoamericano, espontáneo e impulsivo, considerado «alérgico» a las medidas de seguridad, el reto resulta mayor, ya que evita usar automóviles blindados y rechaza el chaleco antibalas.