Álvaro Darío Lara
Escritor y docente
La última remodelación del Parque San Martín en Santa Tecla, permitió el acceso a los espacios verdes al retirar las barandas; reordenó a lustradores y vendedores de teléfonos inteligentes, e iluminó magníficamente toda el área. El parque, de por sí acogedor, se tornó más vivo y agradable. Sin embargo, al activarse los surtidores de agua del templete, situado al centro de la plaza, éstos, equivocadamente, fueron dirigidos a la base y columnas del bello monumento neoclásico que conmemora el centenario de fundación de la Ciudad de las Colinas.
Todos los días los surtidores bañan –literalmente- la base, las columnas y las efigies de los padres fundadores. Tanta inclemente profilaxis ha producido lo inevitable: el mármol se ha tornado verdoso, y si la situación se continúa prolongando vamos –inexorablemente- rumbo a un deterioro que podría ser fatal para un bien patrimonial hermoso, en un país que adolece de buenos monumentos y de ilustrado gusto, conocimiento y presupuesto, para seguir instalando nuevas obras.
El monumento como decíamos, es un templete neoclásico, que manifiesta no sólo la estética de una época, sino la pretérita condición de vacas gordas municipales y ejecutivas, que no escatimaban los duros, para embellecer los municipios.
En los cuatro costados de la obra, podemos admirar los rostros severos de Fray Esteban Trinidad Castillo, el licenciado don José Ciriaco López, el Obispo Dr. Tomás Miguel Pineda y Saldaña y el no menos adusto, Coronel don José María San Martín, Jefe de Estado, a la sazón. Se destacan los años de 1854-1954, y las fechas de 24 y 25 de diciembre, recordándonos el centenario, y los célebres días, en que un puñado de sansalvadoreños, sobrevivientes del terrible terremoto de 1854, vieron en el occidente del país, un llano amable, que les inspiró seguridad para la refundación de la ciudad capital. Pero ¡qué ilusos somos ante los misterios insondables de la tierra! La pacífica Santa Tecla, se estremecería en el 2001, con resultados fatídicos tanto en la humanidad de sus habitantes como en sus bienes patrimoniales.
La alcaldía de la ciudad, debe ordenar de inmediato el cese de este espectáculo tan vergonzoso que sólo denota ignorancia, y que golpea escandalosamente, al más mínimo sentido común. El agua puede, muy bien, recrearnos la vista con sus danzas, en la pileta circular, sin tocar la base y las columnas, y menos aún, los rostros de quienes, desde hace más de cien años, imaginaban, posiblemente, una próspero municipio, muy distinto del actual.
A los oídos del Sr. Alcalde: Si ya destruyó todo el concepto cultural y recreativo con que se concibió el Paseo El Carmen; si ya redujo a la inacción dos instituciones culturales, como el finado Palacio de las Artes y el Museo de la Ciudad; si ya torció las indicaciones testamentarias del filántropo don Eduardo Guirola Duke, quien donó el Parque Cafetalón, para solaz de los tecleños… ¡no siga destruyendo los pocos monumentos de la Ciudad de las Colinas! ¡Aún tiene tiempo para rectificar!