Por: Rolando Alvarenga
Juegos van, juegos vienen y, con toda la sangre fría del caso, el Comité Olímpico sigue enviando grandes delegaciones de atletas a servir de conejillos de indias o peldaños para deportistas de otros países mejor preparados integralmente.
Una vieja y tradicional práctica que, durante los últimos años, lejos de cosechar gloria y honor para la patria querida, ha significado el retorno de nuestros atletas con el rabo entre las extremidades inferiores.
Y es que, El Salvador, lejos de capitalizar las amargas experiencias de estas derrotas industriales, no logra frenar su descalabro deportivo.
Tanto así que, en los Juegos Centroamericanos Managua 2017, El Salvador acabó en un histórico y vergonzoso quinto lugar, muy lejos de los años dorados cuando se fajaba de tú a tú por el liderato regional con Guatemala.
Ahora bien, en el tour con destino a los Juegos Panamericanos Lima 2019, van casi sesenta atletas y un resto de colas incluyendo a alguna “gerente perfumada, risueña y colita alegre”.
Por lo general, el argumento para incluir a un atleta en el contingente es que “clasificó” y no hay que “truncarle el sueño”.
Pero resulta que, al analizar y evaluar a cada atleta, nos encontramos con que ni el Comité Olímpico, ni las federaciones prepararon adecuadamente a los deportistas y, por ello, tardan más en llegar que en quedar eliminados o eliminadas.
En consecuencia, ya es tiempo de que, a partir de la dignidad y vergüenza patriótica, se ponga fin a esta vieja práctica turística. No es justo que nuestros colores patrios sean mancillados por atletas de países que sí trabajan como Dios manda para subir al podio.
Y me gustaría estar tan equivocado, que nuestros atletas ganaran 59 medallas y me cerraran la buchaca.