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Un obispo privado de libertad

José M. Tojeira

Monseñor Rolando Álvarez, obispo de Matagalpa en Nicaragua, ha defendido los derechos de los pobres en su diócesis y ha sido un severo crítico de los abusos cometidos por el actual gobierno nicaragüense. Por esa razón, considerando la crítica social y política como un atentado contra la patria, ha sido condenado a 26 años de prisión y privado de su nacionalidad nicaragüense. Se le ofreció salir del país exiliado inmediatamente antes de su condena. Dado que rechazó salir, la condena se produjo automáticamente.

Las circunstancias del hecho muestran claramente que se ha producido un juicio político y que se ha perseguido tanto una opinión como la libertad religiosa del prelado. El hecho puede considerarse desde dos ámbitos de la reflexión, en muchos aspectos coincidentes, aunque el vocabulario usado sea en algunos aspectos diferentes: Es un hecho que debe analizarse desde los Derechos Humanos y también desde la fe religiosa.

El Artículo 15 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice que “toda persona tiene derecho a una nacionalidad”. Y añade que “a nadie se privará arbitrariamente de su nacionalidad”. El Artículo 18 añade que “toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”. En otras palabras, que pensar de modo diferente a un gobierno no es delito. Es simplemente un derecho. Y que la expresión de la propia religión, su pensamiento y su doctrina, aunque choque con el pensamiento, doctrina y acciones de un Gobierno, también es un derecho.

En general los artículos 12 y 13 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos repite incluso con mayor detalle los derechos mencionados de la Declaración Universal. Esta Convención fue firmada por Nicaragua en 1969 y ratificada en 1979, ya en tiempos del primer gobierno de Daniel Ortega.

Las críticas que el obispo Álvarez hacía al gobierno de Nicaragua, estaban dentro del derecho a pensar y opinar distinto, se enmarcaban en la defensa de derechos del pueblo nicaragüense y correspondían a su propio pensamiento cristiano católico que desde el Papa Juan XXIII insiste con energía en la necesidad de defender los derechos de las personas desde la fe cristiana.

Desde el punto de vista religioso, Mons. Álvarez no hizo más que ejercer su responsabilidad de Pastor defendiendo los derechos de su pueblo. La Doctrina Social de la Iglesia insiste sistemáticamente en la necesidad de defender la participación ciudadana, el estilo democrático de gobierno, el Estado de Derecho.

El Evangelio y en general la Sagrada Escritura, ubica la solidaridad con los pobres y con los que sufren como una dimensión indispensable de la fe cristiana. La historia de la Iglesia está llena de ejemplos de resistencia al poder cuando éste quiso negar derechos a la manifestación pública de la fe y las obras de la fe.

Incluso podemos encontrar fácilmente palabras duras en los Padres de la Iglesia contra sus perseguidores. Tertuliano, hablando de los cristianos metidos en la cárcel por mandato de los emperadores, decía que “fueron a la cárcel para aplastar y vencer en su propia casa al diablo”.

San Máximo, un cristiano sencillo, plebeyo, dice él de sí mismo, cuando el juez le pregunta si conoce la ley dada por el emperador, que prohíbe el cristianismo, no duda en contestar diciendo: “Sí, he sabido la inicua sentencia pronunciada por el emperador de este mundo, y por eso justamente me he manifestado públicamente cristiano”.

Mons. Álvarez ha continuado con lo mejor de la tradición cristiana en la defensa de los pobres, en la denuncia de las injusticias y en la resistencia a las amenazas proferidas contra él. Como Romero, como Gerardi, como Rutilio que dieron su vida, y como otros muchos que lograron sobrevivir a diferentes modos de persecución, Mons. Álvarez está en el camino del triunfo de la verdad sobre sobre la idolatría del poder y su afán de considerarse como absoluto.

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