Un paso a la vez

Mauricio Vallejo Márquez

Escritor y Editor

suplemento Tres mil

 

No soy diligente, lo confieso. Estoy tan lejos de ser el individuo disciplinado que sortea cuanto dique se le pone enfrente, en muchas ocasiones la vida me da tremendos revolcones como el que vivo en la actualidad para ganarme el pan diario. En cambio, soy de esos testarudos que siguen adelante y se enfrentan a las cosas por convicción o por simple tozudez. Y quizá sea eso lo que me ha hecho sobrevivir. Por el momento sigo en este mundo procurando hacer lo mejor posible lo que debo ejecutar.

Total, la vida es compleja. Así como dice una canción de El Gran Silencio: “en tratar de comprenderla se nos va la propia vida”. ¿Pero, qué más queda? Lo bonito de vivir es precisamente eso: vivir. Lo bueno es que en el camino vamos dejando creencias atrás que nos permiten llegar al conocimiento y en teoría somos mejores de lo que fuimos. Es entonces, cuando la experiencia nos va formando y puliendo hasta que el tiempo finito que tenemos sobre este mundo nos corta el camino y, queramos o no, enfrentamos a la muerte.

En tanto, me surge una pregunta ¿Por qué nos cuesta tanto ordenarnos? He probado miles de métodos, he imitado escuelas y pensamientos. Sin embargo, vuelvo a caer en la espiral al dejar cosas para después. A veces siendo capaz o teniendo la habilidad para hacer algo, termino presa de la temible y dulce procrastinación que consiste en dejar para después lo que se debe hacer en el momento. Y sin quererlo tengo el mundo sobre mis hombros presionándome contra el suelo sin remedio ya que tengo todo acumulado: las tesis, las investigaciones, los libros comprometidos, proyectos, la novela, el subempleo, el otro subempleo, el adicional subempleo, la casa, la familia, los amigos, el eterno café… todo.

Terrible actitud. Al parecer el detalle está en trabajar la voluntad, el escuchar la dulce voz de Karen diciendo con sabiduría: “un paso a la vez”. Y ahí está el detalle. Comprender que uno va paso a paso y que las cosas no es que le caigan a uno encima así porque sí. Nosotros dejamos que así fuera.

Lo bueno del asunto es que ser diligente no es algo que viene incorporado en nuestro chip mental, es algo que la cultura nos enseña por medio de la sociedad y la familia. Es decir, aprendemos a ser diligentes y disciplinados. Y esto depende de la voluntad de aprender a entenderlo, para luego aprender a aplicarlo. ¿Hacia dónde llegaría nuestra gente si fuera capaz de ser diligente? No podríamos precisarlo. Sin embargo, de algo estoy seguro. Todo depende de un verbo: comenzar.

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