Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y coordinador
Suplemento Tres mil
Mi mamá me llevaba a la feria, la que se instalaba en el predio de la Don Rua todos los agostos cuando era un niño. No recuerdo donde dejábamos el vehículo y cuantas cuadras caminábamos, pero sí que caminábamos incontables cuadras en medio del jolgorio.
Me encantaba ese ambiente de fiesta, me encantaba y me seducía ver los juguetes, los dulces, las luces, la gente feliz.
Lo que no olvido de aquellos días es la rueda El gusanito, que consistía en una manzana roja de hojalata gigante y unos rieles que la atravesaban haciendo algunos círculos emulando una pista de tren que el dichoso gusanito recorría una y otra vez, después de que uno pagaba el boleto para dar la dichosa vuelta. Era una variedad ligera y tranquila de la montaña rusa, por lo que no me inquietaba tanto, porque padezco de vértigo, me marean las alturas. El único momento que me pareció tenso fue una ocasión en la que el gusano parecía tener pereza y se detuvo por algunos minutos en la parte más alta.
Para mi la feria era comer algodones de azúcar, elotes locos y algún elote asado con limón y sal, y por supuesto caminar y caminar, y subirme cuantas veces fuera posible en el gusanito. Todo con la noche encima, que acostarme después de la 7:00 de la noche ya era desvelo para mí.
No siempre me podía llevar mi mamá. En ocasiones el trabajo la absorbía, era en ese momento que salía al rescate Mirna Escobar, quien me llevaba. Así nos pasábamos las horas recorriendo el predio de la Feria junto a Jaime, para obtener esos tambores que al girarlos hacían ruidos que solo en agosto escuchaba o cuando visitaba el zoológico, porque ahí se vendían (y Mirna siempre nos compraba alguno).
No sé porqué razón, pero con el tiempo dejé de visitar la Feria. Fue más común ir a Consuma en la Feria Internacional a ver ventas de cualquier cosa, algo que me hizo perder la magia de las vacaciones.
Terminan las fiestas de agosto y queda ese amargo sabor de dejar ese tiempo de tranquilidad y descanso. Deberíamos tener más celebraciones, festejar más la vida. Lamentablemente muchos no tienen oportunidad de darse estos momentos, olvidamos que vivimos. Claro, no podemos vivir solo en fiestas. Tampoco solo trabajando. Pero, eso no lo entienden muchos jefes, que ven a los trabajadores como esclavos y herramientas. Olvidan que si los trabajadores se sienten bien y están bien pueden trabajar mejor.
El descanso y la recreación sana ayudan a formar mejores seres humanos y mejores sociedades. Es importante hacer pausas y distraernos para ser más productivos. Todo está en saber cuál es el momento idóneo. Si olvidamos eso podemos llegar a fundirnos.
Un poco de fiesta no le cae mal a nadie, sobre todo si nos ayuda a ser mejores. Y ver la vida como una fiesta depende de nosotros.