Álvaro Darío Lara
Es don Nelson Henríquez un estimado librero de Santa Tecla que viene desde hace años luchando por el fomento de la lectura y del arte mediante el comercio de los libros. ´
Lo conocí ya hace algún tiempo instalado los fines de semana en el Paseo El Carmen con sus textos maravillosos. Con él adquirí, especialmente, una buena colección de volúmenes del siempre fascinante escritor norteamericano Lovecraft (1890-1937). Don Nelson tenía su librería frente al Colegio Nazareth, sobre la sexta calle oriente, ofreciendo además de lo bibliográfico, los servicios de papelería y fotocopias.
Tiempo después nos encontramos en el Mercado Dueñas, donde nuestro amigo continúa con su esfuerzo por la cultura, desde su librería, ubicada en el pasillo 8, local 694/696 de dicho emporio tecleño.
En los últimos tiempos el espíritu infatigable de don Nelson lo ha lanzado a promover, los sábados por la mañana, en un área abierta del mercado, una exposición y venta de libros, que se acompaña de una actividad artística. Una iniciativa que ha encontrado eco en la administración de este importante epicentro comercial de Santa Tecla.
Y fue en uno de estos primeros eventos donde encontré entre sus estantes de tesoros, una rareza, una curiosidad, se trata del poemario “Cancionero de Colina y Viento” (Imprenta San Martín, Santa Tecla, El Salvador, 1967) del poeta tecleño Rafael Góchez Sosa (1927-1986).
El libro representa un conjunto de veintiún sonetos, antecedidos por unas breves y elogiosas palabras de nuestra máxima poetisa nacional, Claudia Lars (1899-1974), quien en párrafos iniciales expresa: “No es fácil escribir sonetos. Esta composición poética, que en su forma más estricta es grave problema para muchos escritores deseosos de dominarla, se nos ofrece como juego de imágenes y colores en el libro que Rafael Góchez Sosa dedica a una ciudad salvadoreña: Santa Tecla. Sobre la tierra que canta vive el autor de la colección de estampas líricas que ha llegado a mis manos: por eso su ofrenda es amor al terruño. Mas no sólo por eso: ha estudiado sin cansarse la métrica castellana; ha leído selectas obras de poetas antiguos y modernos; ha escrito con tenaz empeño lo que deseaba escribir; ha rehecho humildemente lo que resultó imperfecto, hasta acercarlo a la perfección”.
Claudia Lars afirma la importancia del trabajo técnico, estilístico que implica el quehacer poético, cuyo valor no viene dado por lo que se dice, ni siquiera por la autenticidad de la emoción o del sentimiento que lo dicta; su valor, en la palabra literaria, lo otorga el manejo del lenguaje.
Y es que la poesía puede manifestarse en causes formales muy distintos: medidos o libres. En el primer caso amparada en ritmos externos; y en el segundo, en ritmos internos. Difíciles ambos. Ya que no todo lo que aparentemente rima es poesía, como tampoco lo es todo lo que se troza sin ton ni son sobre el papel.
No, la poesía es otra cosa. Muy ajena al espectáculo que en ocasiones se vuelve, convirtiéndose en tarjeta social de presentación en interminables recitales.
Siempre nos hemos preguntado: ¿a qué hora escriben, depuran, quienes sólo viven en estos continuos eventos?
La poesía necesita silencio, lectura, mucha corrección. No es un pozo de permanentes aguas. Hay que esperar a que el tiempo, la vida, lo vaya llenando. Por ello, cuán importante es esperar el momento de la publicación, y no precipitarse como lo hacen algunos viejos y noveles escritores, en detrimento de la obra. Más allá de las efímeras presentaciones son ediciones que jamás llegan a integrarse sólidamente a la tradición literaria.
Retornando a “Cancionero de Colina y Viento” no hay barrio, parque, esquina o geografía humana y natural de la ciudad, que el poeta no intuya o cante con un responsable manejo técnico y con un desbordante uso de recursos, que, en ocasiones, a nuestro juicio, resulta excesivo.
Hermosa esta muestra que seleccionamos: “Si fuera Santa Tecla un mar pequeño/tendría peces de color rosado;/gaviotas, pescadores y un dorado/follaje de burbujas en despeño. /Ese mar de ilusión sería dueño/de todo lo que anhela un desterrado;/del faro inútil y el amor negado/en la blanca pupila del ensueño. / Sería un mar sin barcos que se alejan, /sin adioses amargos que nos dejan/ pañuelos temblorosos en las manos. / Un leve mar repartidos de auroras, /con playas de perdón, acogedoras, /definiendo la piel de los veranos. /”. (Soneto: Ilusión).
El libro fue patrocinado por la Alcaldía de la entonces Nueva San Salvador y sorprende 55 años después, por el manifiesto edilicio aparecido en su contraportada, que en un fragmento reza: “El Concejo Municipal de Nueva San Salvador (período 1966-1968) considera que es deber de las autoridades estimular y difundir la producción artística y literaria nacional, como argumento de dignidad y respeto para el talento creativo. Y este deber adquiere dimensiones de reclamo en un ambiente como el nuestro, en que los valores criollos mantienen inédita gran parte de su obra por la falta de sistemas editoriales adecuados, que permitan al pueblo conocer los frutos de esos valores”.
Modernas bibliotecas, salas de exposiciones, talleres artísticos, apoyos editoriales, mucho por hacer, por crear o reactivar. El deseo del público y la necesidad de los autores están ahí, siempre palpitantes. Un vivo ejemplo: don Nelson Henríquez, que no desmaya por mantener circulando las antiguas y nuevas ediciones bibliográficas entre nosotros.
Ojalá que las entidades a quienes les compete el apoyo de la cultura ciudadana puedan volver sus ojos a nuestros grandes poetas como Rafael Góchez Sosa y a las nuevas voces, cuyas obras merecen, hoy más que nunca, volver a habitarnos de sueños y esperanzas.
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