Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y coordinador
Suplemento Tres mil
Creer que el Gobierno hará de nuestro país una nueva Suiza es un error. El Salvador tiene una realidad diferente a cualquier otro país, es erróneo querer verlo como Taiwán, Israel, Venezuela o Cuba. La formula que ayudó a desarrollar una nación puede servir, pero no será una fórmula exacta.
Los que se quejan de que aún hay violencia, pobreza y el sinfín de problemas no aportan más que el comentario de algo que ya sabemos y vivimos. Sabemos que hay problemas, no somos ingenuos; lo que queremos son soluciones. El Salvador no es un paraíso en el que tengamos la vida fácil, al contrario. Hay tanta desigualdad, mientras unos reciben un salario mayor de $5 mil dólares, otros sobreviven con $90 dólares o menos. Una verdad que difícilmente cambiará. La desigualdad social no es algo nuevo, la venimos arrastrando desde el génesis de nuestras sociedades en las que el egoísmo de algunos no les permite ver que si todos estamos bien, todos estaremos bien. No sólo algunos. Si tenemos ciudadanos sin educación, desnutridos y enfermos con dificultad progresaremos.
En tanto, estos problemas no son provocados sólo por un sector de la población como se acostumbra a decir, sino por todos. No es culpa de ricos o de delincuentes nada más. Sí, es un problema en que todos somos culpables por omisión, por saber que pasa y no hacer nada, porque El Salvador es nuestro y estamos dejando que caiga. Somos culpables. Porque es un problema que está arraigado a nuestra cultura. Cómo vamos a olvidar que venimos de dictaduras militares, una guerra civil y habitamos una posguerra con miles de efectos derivados de esas causas. Un país en el que aún hay egoísmo. La gente vive su vida sin importarle la ajena, sin importar si hay personas que no comen o que mueren cuando se les pudo dar la mano. Todo por egoísmo.
La pobreza y la falta de oportunidades sólo fue haciendo el problema más grande aunado con el mensaje trasculturizador de los programas de televisión y el cine. La gente quiere poseer, tener, comprar. Las personas muestran orgullosas sus teléfonos celulares inteligentes, se toman fotos, juegan. La gente está comprometida con las últimas tecnologías y sobre todo con tener. El problema no estriba en el hecho de querer tener algo, porque esto es un estímulo para luchar, el problema es que algunas personas ven como único camino para obtener lo que desean dedicarse a actos ilícitos. Romper el camino correcto, por el que les convenga.
Gracias a este deseo egoísta de tener, la delincuencia va en aumento. El Gobierno puede querer parar esto, pero mientras nosotros no ayudemos será difícil. La población está sumida en el miedo y no es capaz de reclamar y denunciar. Sumisamente inclinan la cabeza y se acomodan a vivir así y no ven forma de salir de eso. Miles de jóvenes se ven forzados a ingresar a estos grupos criminales porque deben adaptarse o morir, y así el problema se va haciendo cada vez más grande. No es algo que se va a resolver como el café instantáneo. Es un trabajo de años, es todo un proceso en el que todos debemos estar involucrados como observantes y ejecutores.