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UN RETIRO INCOMPARABLE

Álvaro Darío Lara

Hace casi medio siglo recuerdo a mi padre regresando a mediodía del trabajo. Puntual. Lo veo almorzando con nosotros a las doce y media. Conversando, liberado del saco y de la corbata, en camiseta. Y luego haciendo su siesta de media hora. Y una vez repuesto, de nuevo rumbo a la oficina hasta la tarde en que retornaba. Se dormía temprano y se levantaba temprano todos los días de la semana. Ese era su ritmo y el que imperaba en aquella casa perdida para siempre en el tiempo.

Rara vez lo vi agotado. Su cansancio progresivo, su desfallecimiento llegó hasta su penosa y mortal enfermedad que lo separó de nosotros cuando aún tenía mucha energía y proyectos por delante. Pero, repito, los dioses son extraños, y nuestros deseos no cuentan para ellos.

De mi padre admiré siempre, entre tantas cosas, su devoción por el trabajo, pero también su respeto al necesario descanso.

Por supuesto, los tiempos han cambiado increíblemente, y de esa sociedad capitalina de aquel entonces, aún muy cercana a un pueblo, a la acelerada vida del ahora, no existe punto de comparación. Sin embargo, seguimos siendo humanos con toda nuestra naturaleza física, emocional y espiritual. Y ahora más que nunca, necesitamos descansar. Sobre todo, aprender a hacerlo.

Poco a poco con la norteamericanización de nuestra cultura, hemos adoptado esos hábitos de trabajar hasta extenuarnos, sin intervalos, sin pausas, sin pequeños descansos, para luego tomar vacaciones por días, y regresar más cansados aún. Vacaciones que sirven para realizar paseos que muchas veces suponen grandes distancias y esfuerzos, además de cuantiosos gastos económicos. El resultado: contrario a lo que pretendíamos, un regreso con mayor cansancio.

Por ello resulta tan reconfortante, cuando leemos al gran autor latino Marco Aurelio, cuando nos dice con deslumbrante actualidad: «Para descansar se buscan las apacibles soledades del campo, la orilla del mar, las serenas montañas. Tú también deseas con frecuencia todo eso. Y, sin embargo, todo eso no es sino una prueba de vulgaridad de espíritu, ya que en cualquier momento que elijamos podemos buscar un retiro incomparable dentro de nosotros mismos.»

Cómo nos cuesta entender, que el descanso puede estar ahí, tan cerca: en el instante en que nos apartamos apenas unos minutos y contemplamos un jardín; salimos a la calle; nos aislamos en un sitio cómodo y silencioso y apagamos el parloteo estéril de la mente. De esta forma aquietamos nuestro ser de una cantidad de ideas, la mayoría vanas y perjudiciales. Ideas que solo adelantan escenarios improbables, y cuya finalidad es proseguir esa terrible adicción al sufrimiento que caracteriza a las personas en el presente.

Si un aparato ha contribuido asombrosamente a alimentar la ansiedad de las multitudes humanas es el teléfono móvil con su cantidad de aplicaciones. Las preguntas y respuestas viajan a una velocidad contraria a los ritmos tolerables y sanos. El hacer tres o cuatro cosas al mismo tiempo se ha vuelto rutinario.

De primer orden, en el descanso, es un sueño reparador, y para esto es fundamental ciertas acciones que una vez repetidas constantemente nos formarán el hábito:  definir horarios para dormir y despertar; evitar ejercicios, bebidas, comidas, conversaciones tensas, que nos vuelvan difícil conciliar el sueño.

Limitar el uso del móvil y la televisión después de ciertas horas nos predispondrán favorablemente para el bien dormir, asegurándonos un buen descanso.

Reconocer los propios límites personales, laborales, familiares, nos permitirá no acumular un cansancio y un estrés innecesario, para no llevar nuestro cuerpo a una condición que puede convertirse en la puerta de numerosas enfermedades de origen psicosomático.

Buscar conversaciones placenteras; tener una actitud positiva ante los entornos y las personas; saber que la gran mayoría de las situaciones exceden a nuestro control, nos aliviará de la tensión cotidiana y volverá más efectivo el descanso.

Para finalizar, el célebre escritor francés del siglo XVII, François de La Rochefoucauld (1613-1680) nos ofrece esta sabia sentencia, que debe hacernos reflexionar: “Cuando no se encuentra descanso en uno mismo, es inútil buscarlo en otra parte”.

 

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Amaneceres de temblores y colores. Fotografía de Rob Escobar. Portada Suplemento Cultural Tres Mil. Sábado,16 noviembre 2024