Cuentos breves, década 1970
Renán Alcides Orellana
Escritor y Poeta
Ellos tenían razón. La rubia Janet, recién llegada al pupilaje, denotaba una frialdad de espanto en su conversación, en su andar y en su manera de mirar las cosas. Sin embargo, yo no estaba de acuerdo con calificarla de insensible. Y me empeñé, por razones que comprenderán más adelante, en demostrarles que estaban equivocados.
Yo insistía, siempre que se hablaba del asunto, en que Janet era una mujer normal y corriente como todo ser humano… hasta sentía ardientes deseos de estrecharla contra mi pecho, porque su sensualidad me atraía seriamente Y se lo repetía a cada instante a Hugo, mi compañero de cuarto y el único que, a veces, tenía la paciencia de escucharme. Porque, la verdad es que yo también sentía que, desde mi llegada seis meses antes, todos me hacían el vacío… y más cuando Janet se quedó en el pupilaje, después de su arribo procedente de California, para trabajar en unas “brigadas para la paz”, según decían…
– Son prejuicios contra la pobre Janet. Y todo porque es una gringa…
Me propuse demostrarles el equívoco, tal vez –lo comprendo ahora- ya no para satisfacer mi deseo de triunfo ante su opinión contraria, sino porque en verdad Janet me atraía…¡y en qué forma!…
Comencé a frecuentarla en conversaciones a solas, en los paseos…a toda hora. Y, cosa rara, Janet poco a poco me comprendía más y se refugiaba en mis atenciones, ante el menosprecio de los demás. Nuestras relaciones se estrecharon más cada día, cosa que, desde luego, indispuso totalmente a mis amigos contra mí y, definitivamente, me cortaron la palabra, acusándome no sólo de insensible (igual que a Janet) sino que de antinacionalista por pretender a una extranjera. Pero, ¿qué me importaba?. Yo estaba feliz…
Perdí a los amigos, pero gané el aprecio de Janet; si es que aprecio puede llamarse a lo que siente un robot. Porque Janet era un robot. Yo lo sabía; más bien, lo supe siempre. Porque un robot es incapaz de engañar a otro robot… (RAO, 1972)