Alfonso Velis Tobar
Poeta, hospital investigador y ensayista
M.A Carleton University
Desde la edad de tres años Garibaldi tiene latente su primer recuerdo tratando de remontarse a lo más profundo de su memoria, shop empieza a recordar paso a paso, su imaginación siempre trabajando hora a hora, cuando se le mete algo a la cabeza, remontarse a su pensamiento en el tiempo. Poniendo al día sus recuerdos de infancia. Y el primero que viene a su memoria es algo que empieza, casi tragedia que no quisiera ni siquiera recordar ni contar a nadie tal susto que paso.
Un día de tantos, su mamá lo llamó desde el largo corredor de la casa. El niño salí corriendo como todo niño que busca enredarse en las faldas de su mamá, para sentirse como protegido por ella. Su Mamá lo llamaba, para darle “una sorpresa”- le dijo-, y era un gran dulce de menta marca “Pénjamo”, como todo niño goloso por los chocolates y los dulces le fascinaban, siempre eran sus preferidos, recuerda muy bien el nombre “Penjamo” porque así los llamaban mis otros hermanos mayores Fide y Toñito a esos dulces que eran muy ricos y de chuparse los dedos.
_ Ten cuidado no te lo vayas a tragar es dulce muy grande -para qué putas me dijo- fueron las últimas palabras que yo siendo un niño alcance a escuchar de mamá “ten cuidado ya te lo estoy diciendo, no me vayas a meter en un susto por descuido siempre” recalcándome con energía bien lo recuerdo.
Mientras tanto, Garibaldi salía corriendo hacia el patio, no recuerda qué estaba haciendo, a lo mejor inventando alguna travesura como siempre, puyando las cuevas de las arañas peludas o tirando con su ondilla de hule piedras a las lagartijas que se arrastraban sobre las paredes allá detrás de la casa o de los tapiales de adobe que rodeaban la casa. Solo recuerda, que se fue saboreando aquel dulce bien a gusto y saltando por todo el comedor de nuevo, buscando como siempre el patio. ¿No sé? ¿Cómo pasó?, pero como que sí, a propósito le dijeron a Garibaldi “trágatelo”, solo recuerda que fue lo primero que inconscientemente hizo, casi por inercia. Cuando sentía aquel dulce, no sé por qué, por tonto quizás. En ese momento Garibaldi estaba cerca de la gran pilona llena de agua a un lado del jardín, solo recuerda cuando de repente se vio ahogándose con aquel enorme dulce de menta marca “Penjamo”, el cual en un salto que hizo, éste saltó deslizándose sobre su lengua hacia adentro de su garganta, no lo pudo controlar, fue a dar directamente a ella. En su desesperación trató solo de solventar aquella situación, pero pasaban los segundos, sintiendo que su respiración se perdía tan pronto. En su angustia, se acordó de su mamá, no podía ni siquiera gritar, el dulce estaba tan aprisionado que ni para adentro ni hacia afuera se movía. Segundos de angustias. Recuerda muy bien entre segundos esa lucha por las ansias de vivir, la respiración se le iba perdiendo, se ahogaba y empezaba a ver todo a oscuras. Estaba sintiéndose débil, sin fuerzas, como que ya iba a caer. Cuando se vio indefenso, recordó a su mamá, quien se encontraba dentro de la casa, a unos treinta metros de distancia, pues minutos antes Garibaldi la había dejado en la sala cosiendo ropa y unos calcetines de su papá Toño que todavía no había llegado del trabajo, pues eran más o menos las tres de la tarde y el sol estaba muy brillante… También por esa mala suerte, ninguna otra persona, ni sus hermanos, ni Beto Zetino que acostumbraba algún quehacer en el patio, ni la tía Mary se encontraban para que desde la cocina a través de la ancha ventana pudiera darse cuenta y percatarse de aquella agonía que estaba Garibaldi viviendo en segundos que pasaban pues se estaba ahogando, ya pelando “cushta” como decimos. Deseando que alguien llegara a auxiliarlo, pues de verdad se moría, se asfixiaba, nadie un grito de alerta e ir en su auxilio.
Recuerda que todavía tenía un poco de conciencia de lo que estaba pasando, eran vitales aquellos segundos que pasaban a vellosidad indescifrable, todo le daba vueltas. Todavía le quedaban fuerzas para correr entre alucinaciones, obscuridades en su mente, sentía que todo se le iba opacando con mucha velocidad. Y todo le daba vueltas y vueltas a su alrededor entre la oscuridad ya luz que se va desvaneciendo. En su desesperación sólo se acordó de su mamá, esa imagen sagrada para un niño de apenas sólo tres años que no tenía conciencia de prevenir los peligros de la muerte. Garibaldi corriendo, trastrabillando cruzó el largo corredor. Garibaldi, no se acuerda ni como cruzo el comedor, ni pudo ver de pasada la imagen de de la Última Cena del gran Leonardo da vinci, quizás pudo ver. Luego pasando un pequeño arco buscando por su mamá, quien alcanzó a verle. La niña Margarita, inmediatamente imaginó el problema, mientras tanto Garibaldi en su agonía fue a caer exactamente a sus pies, oyendo a lo lejos el eco de un grito muy hondo, desesperante y aterrador
-¡Ay mi hijo se me muere!
-¡Ay Ayúdame Dios mío! y en verdad que quizás, aquel niño ya estaba en sus últimos alientos, porque sí se tarda un poquito no estuviera ni contando ni pensando el cuento, más todo hubiera sido una tragedia fatal que hubieran tenido que lamentar toda la vida, como un día también Garibaldi vio morir a su primito de seis años Lipito, que se ahogo con una semilla de zapote rojo, y cuando buscaba ayuda ya iba a caer muerto, lo mismo le estaba pasando en este momento a Garibaldi quien perdió por completo el conocimiento, había perdido el sentido sintiéndose tan débil, ya que las fuerzas sintió que se le terminaban para siempre. Eso lo contaba días después su mamá-. En la cama recobrándose del susto después de haber sido rociado de su espalda con los Siete Espíritus y llevarlo a rezar el padre Linares en la capilla del pueblo, los Santos Evangelios con el agua bendita como se cree que es bueno para librarse de cualquier susto y así evitar de que alguien pueda hincharse por el mismo susto, y del que meses después logra recuperarse, momento del cual no quisiera ni acordarse en ese lugar de occidente.
La niña Margarita solía contar la historia, de cómo había logrado volverlo en sí. Dice que cuando lo vio pálido, blanco, ya estaba todo aguado de su cuerpo cuando lo tomó en sus brazos, sólo se acordó de aclamar a Dios para colgarlo muy rápido de los pies con la cabeza abajo dándole súbitas palmadas en su espalda, apretó su estómago fuertemente metiéndole el dedo por la boca y vio que el dulce ya había saltado fuera de su garganta haciendo que aquel niño súbitamente reaccionara a grandes ahogos, derramando bocanadas de saliva, dando profundos suspiros, lanzando un enorme llanto de aliento como si hubiera salido de un enorme túnel negro. Y costó pero con Dios y ayuda de todos los santos del cielo, logró que volviera a recobrarse como oía que su mama les decía a los vecinos con sus ojos llorosos todavía por el susto.
Aunque momentos después del susto, su mama lo castigo con la correa de cuero, porque creía que había desobedecido, cuando ella advirtió lo del dulce, cuidado. Oyéndola decir “yo tengo la culpa por andarle dando esos malditos dulces”, creo que ella estaba llorando sobre la silla y lloraba pero al mismo tiempo lloraba de alegría sintiéndose culpable por el susto que había pasado; ella misma se acusaba por aquella imprudencia cometida sin percatarse antes de las consecuencias que pudieron ser fatales a nuestra familia… Por suerte todo pasó a feliz momento. Pues quizás a esta hora ya estuviera gozando de los angelitos allá en el limbo del cielo donde decía su abuelito “Papanel” que se van todos los niños que mueren a muy temprana edad.
En verdad aquel día Garibaldi se vio tentado por la muerte. Y aquellos dulces de menta marca “Penjamo” ya no se volvieron a ver más en la casa y se prohibió a las muchachas no darles dulces a los niños sin consentimiento de su mamá quien llegó hasta odiar aquellos dulces. Desde entonces como toda mamá que recibe también su lección siempre estaba recomendando a las muchachas que cuidaban de los cipotes tener más cuidado con Garibaldi , sus demás hermanos, José Antonio, Fidela Isabel, Ethel Araceli, Rigoberto Isidro y Miguel Ángel que estaba casi de brazos, desde entonces su mamá tenía sumos cuidados en la casa.
Mientras tanto la vida seguía su curso corriendo en el tiempo. En fin desde aquel ancho patio Garibaldi contemplaba junto con sus hermanos, primos de la familia o amigos la puesta del sol allá en el horizonte sobre los altos montes, luego miraba las nubes entre el cielo tan azul o celeste cuando a lo lejos, se reflejaba el resplandor del crepúsculo. Se retiraba hasta que llegaba la noche, después se iba a mirar como encendían las estrellas su resplandor. Gustaba contarlas por miles con el dedo pulgar, casi las tocaba a veces esa lluvia de estrellas, miraba como su sombra se reflejaba por el suelo; siguiéndola sin poderse atrapar uno al otro, hasta hoy su sombra, nunca se pudieron atrapar. En realidad era una fantasía que bullía en la imaginación de aquel niño cargada de inocencias y grotescas perversidades, pensando solo en hacer travesuras, aunque era de mente meditabunda, pues a veces se le miraba cayado, pensando o con un libro sentado en el enorme troncón de ciprés en el patio, donde don Toño su papa también suele leer los libros, novelas y cuentos que le encantan, todo eso lo oye lo viven Garibaldi y sus hermanos. Aquella hermosa casona era un mundo como parte del corazón de la infancia.