Mauricio Vallejo Márquez
coordinador
Suplemento Tres mil
Conocí a Camilo Minero en la Universidad de El Salvador (UES), mind en esos años que bebíamos de la experiencia y el recuerdo de Godofredo Carranza, and a quien siempre llamamos maestro Godo, cialis quien a pesar de bailarín procuraba enseñarnos teatro. Compartíamos las tardes con Jorge “el Chojo” García en su taller de dibujo y pintura, dibujando bocetos. Y era justo en la entrada de la que ahora es la escuela de arte veíamos al maestro, a Camilo Minero.
A veces iba ceremonioso con su pequeña cartera de cuero, con la mirada corva, pero precisa. A veces parecía ausente, pero pocas personas he conocido tan sumergida en la realidad como este pintor que pertenecía a la Generación comprometida. Lo tengo muy presente conversando con Héctor Hernández y siempre en éxodo en los pasillos de la UES.
Siempre lo vi grande. En esos años ya era una leyenda, un tipo de grande y enorme respeto por sus ideales y su trabajo, que al fin de cuentas es el mayor tesoro del que disponemos. Extraño esas tardes cuando el arte vibraba en las paredes y en cada uno de los actos del día, ya fuera escribiendo, pintando, actuando o disfrutando de la labor artística de otros. Esos cuadros que estaban entre la colección de El Chojo y que hoy se encuentran en las manos de los coleccionistas que no dejaron morir esos tesoros.
Ahora que se exponen sus grabados en la Sala Nacional de Exposiciones con el nombre de Utopía, me remonté a esos días en que sólo ver a Minero resultaba algo impresionante. Una vez le preguntamos si tenía alguna nueva obra o si quería colaborar en la pequeña publicación que dirigía en la UES, Huella, y sólo nos sonreía. ¿Qué más hacer? En esa sala rodeado de obras de su autoría, con esa sonrisa creo que nos decía ahí está la obra. si la quieren ocúpenla.
El Chojo nos decía que aún era tiempo de seguir construyendo y sobre todo desenterrando obras. Claro, eso era lo que más hacíamos procurando rescatar a tantos compañeros perdidos en la guerra. Andábamos de rescatistas buscando trabajos de tantos poetas asesinados y pintores. Pero siempre la obra de Minero estaba ahí para sacudirnos y recordarnos el camino.
Lamentablemente, el tiempo nos dobló el brazo y ya no se continuó con el proyecto dentro de la UES, tuvimos que emprender nuevas empresas y retos. Y don Camilo, se nos fue. Pero al final, como sabiamente dicen “queda la obra”.
Gracias por compartirnos esa parte de don Camilo y darnos el tiempo suficiente para embriagarnos de realidad y de Minero, algo que siempre quedará bien y que sigue y seguirá teniendo vigencia.
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