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UN TRIBUTO AL CINE MUDO

Álvaro Darío Lara

Lejos de las fabulosas salas de cine, que tanto deleite nos causaron en nuestros días de infancia, adolescencia e impetuosa primera juventud, vi en “la intimidad de mi hogar” (como se solía decir), recientemente, una maravillosa cinta europea titulada “El artista” (2011), cuyo estreno me perdí hace ya años, en los cines salvadoreños, tan lejanos, repito, de aquellos que conocimos, con sus fumarolas industriales de tabaco, sus gritos desaforados del respetable, y toda suerte de peripecias amorosas y pícaras, que en ellos ocurrían, y que eran la alegría (también como se acostumbraba decir) de “chicos y grandes”.

“El Artista” es un film cuya dirección y guion recae en el francés Michael Hazanavicius, con música de Ludovic Bource, y que tiene como protagonistas principales a los actores: Jean Dujardin, Bérénice Bejo, John Goodman y James Cromwell. Especial mención merece Uggie (el perrito) de Valentin, quien se roba la atención a lo largo de la cinta, por sus grandes dotes.

Con una duración de 100 minutos, este melodrama tiene la particularidad de replicar, en el mejor estilo, el glorioso género del cine mudo. La película constituye un homenaje a los mejores años de mudez cinematográfica, que encontraron en el Hollywood de los años veinte su más decisivo e internacional escenario de proyección mundial.

“El Artista” obtuvo comentarios, críticas e importantes premios, reivindicando en el mundo actual de la cinematografía (dominado especialmente por el mal gusto, la violencia, los sitios comunes y la superficialidad) la belleza del blanco y negro, y aquella enorme capacidad de comunicación estética, articulada sobre el lenguaje corporal, la mímica y las sugerencias gestuales.

La conmovedora historia nos sitúa en el Hollywood que vive con frenesí los años comprendidos entre 1927 y 1932, cuando los actores y actrices eran prácticamente idolatrados, convirtiéndose sus vidas y sus producciones cinematográficas en verdaderos centros de interés por un delirante colectivo, que los seguía en cada producción de la gran pantalla, revista, periódico, o cualquier otro medio que difundiera sus noticias.

El drama surge a raíz del encuentro fortuito entre el galán del momento George Valentin (Jean Dujardin) y una eléctrica fan del actor, Peppy Miller (Bérénice Bejo). En ese instante, Peppy Miller es fotografiada junto a la estrella de cine, sirviéndole esta publicidad para su llegada a los Estudios Kinograph, conducidos por Al Zimmer (John Goodman). Allí, la hasta entonces, anónima bailarina Peppy Miller, va escalando de la mano de George Valentin, una fulgurante carrera, que se consagrará en el cine sonoro. Un conato de romance es interrumpido por los avatares de la vida entre ambos; sin embargo, el ascenso de Peppy, será proporcional a la decadencia de Valentin, quien rechaza la oferta hecha por Zimmer de incursionar al cine sonoro. Su radical negativa, será la causante de todas sus desgracias: pérdida de su matrimonio, quiebra económica y moral, acelerado deterioro de su vida. Cuando estas condiciones alcanzan su máximo punto, Valentin, es rescatado una primera vez por una amorosa Peppy Miller, de quien huye víctima de sus propias contradicciones. Al final, en un segundo rescate, Miller logra salvar a su amado, e integrarlo a una cinta sonora, donde resolverá su fobia al sonido, sino hablando, al menos bailando maravillosamente. Fuera de la película que filman, escuchamos una sola vez, la voz de Valentin, quien mediante un “Con mucho gusto”, en francés, acepta grabar una toma más.

“El Artista” significa un estupendo tributo a la historia del cine, y nos plantea, retomando el tan cultivado estilo melodramático, la naturaleza humana, temerosa siempre, resistente al cambio, aferrada a un pasado que estaba convirtiéndose ya en leyenda. También restituye, en un mundo terriblemente saturado de ruido, la eficacia del silencio, como una forma auténtica de expresión trascendente. Por ello, su director, buscó reducir al máximo los subtítulos, logrando así que toda la fuerza y la tensión dramática residiera en lo no verbal, en la música, y en toda la excelente fotografía producida en blanco y negro.

Sin duda, “El Artista” es una excelente pieza para disfrutarla, con el placer que sólo irradian las genuinas obras artísticas.

 

 

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