UNA CASA Y UNA ILUSIÓN
Por Mauricio Vallejo Márquez
Escritor y editor Suplemento Tres Mil
Cuando era pequeño me dijeron que dibujara mi casa. La dinámica consistía en hacer una proyección de donde quería habitar en el futuro. La ingenuidad de esos años aunada con el desconocimiento de la realidad me hacía pensar que cualquiera podía tener su vivienda y que su apariencia y tamaño dependía del deseo de cada individuo. Era la década de 1980. Y la realidad no había mostrado su rostro, no sabía que los servicios tenían precio y mucho menos que la vida y la muerte también.
Con mi incorporación al mundo laboral a partir de 1998 me di cuenta que tener vivienda era más complicado que desear tenerla. Que lo más real era alquilar un lugar que reuniera la mayoría de los requisitos que buscaba y que fuera coherente con mi presupuesto, porque la mayoría de arrendadores exigían una mensualidad extra como depósito, la cual siempre se la quedaban y no devuelven, además de pagarle al vigilante. La vida conlleva gastos que no es posible obviar, el detalle es que son tantos que $365.00 dólares no son suficientes.
El salario mínimo de nuestro país es de $365.00 dólares, en una nación que solo para medio comer requieres más de $400.00. Un salario que no ayuda a que la gente pueda acceder a lo necesario para vivir y mucho menos para tener ropa nueva o gustos personales sin recurrir a créditos. Con esa cantidad se sobrevive si no existen personas que dependan del asalariado, sin pagar renta de vivienda, sin enfermarse. Pero, si se tiene familia y se debe pagar alquiler, vivir se convierte en una aventura trágica que termina empujando a la población a la miseria, a la delincuencia y a la migración. El salario mínimo se convierte en una prisión y en un círculo del cual es casi imposible salir.
La gente de esta nación vive en una bomba de tiempo que en algún momento futuro caerá en crisis y explotará. La pobreza conlleva subdesarrollo, pero también estallidos sociales e ingobernabilidad. Mientras, la clase media y alta no se explica la desnutrición, la delincuencia y el resentimiento.
Y si a eso le sumamos que los ciudadanos ven con mucha dificultad hacerse de casa propia, ya no se diga tener los 12 metros cuadrados necesarios como espacio vital. La gente vive en espacios más pequeños, hacinados y sin esperanza de que eso cambie.
La gente carece de bienestar económico y de justicia social, como si el artículo uno de la Constitución de la República fuera un mito o algo para dar esperanza en tanto sobreviven.
Hacerse de casa se vuelve un sueño difícil de cumplir para los que recibimos el salario mínimo o la mitad de uno. Porque al parecer solo una cantidad de dinero te ayuda a vivir decentemente y a tener hijos que tengan una buena nutrición y educación.
¿Hasta cuándo seguirá esta injusticia?