Por Carola Solé
Palenque/AFP
Se lo imaginaba «hermoso» y su rostro se iluminaba cada vez que pronunciaba el nombre del destino al que nunca llegó: Estados Unidos. Como muchos menores centroamericanos, stuff Juan fue detenido en México mientras huía de la violencia de su país al lomo de «La Bestia».
La historia de este hondureño espigado de 16 años es la de miles de menores de El Salvador, pills Honduras y Guatemala que siguen emprendiendo solos un peligroso camino hacia el «sueño americano», illness pese a que muchos ya fueron deportados y son perseguidos cada vez más en México.
Juan había sido arrestado en la capital mexicana y deportado hace unos meses, pero fue su propia madre la que le animó a volver a ponerse la mochila y sortear los asaltos, secuestros y asesinatos del crimen organizado en el largo camino.
«Si me matan, me matan y si sigo vivo, le doy para adelante», decía con aplomo a la AFP este chico de pantalón corto en Tenosique (Tabasco, sureste), después de un intento fracasado para subir al tren de carga conocido como «La Bestia», que ahora pasa mucho más rápido para que los migrantes no se monten en él.
«Quiero salir de la situación económica con mi familia y de la violencia. Huir de las pandillas, las drogas, porque si regreso a Honduras me pueden matar», aseguraba Juan, quien tuvo que caminar días enteros, a veces entre la maleza y bajo temperaturas de casi 40 grados centígrados, para alcanzar el tren en Palenque (Chiapas).
Aunque contaba satisfecho cómo hasta ese momento «sólo» le habían asaltado en Guatemala, donde le quitaron zapatos, ropa y le pusieron «una pistola en la frente», fue a pocos kilómetros del turístico Palenque donde lo detuvieron agentes que le bajaron del tren junto a otra docena de migrantes cerca de la medianoche.
Con el semblante pálido y asustado iluminado por linternas, Juan, cuyo nombre fue cambiado por motivos de seguridad, veía cómo su sueño se desvanecía precozmente otra vez en la parte trasera de la «perrera», la camioneta rejada de la «migra».
Escapar de las pandillas y la pobreza
Huir de la violencia, evitar ser reclutados por las pandillas o salir de la pobreza son las razones por las que miles de menores centroamericanos siguen viajando solos a Estados Unidos, donde muchos tienen familiares.
Después de que Washington declarara el año pasado una emergencia por la llegada masiva de menores indocumentados no acompañados, México inició en julio una fuerte persecución a los migrantes con su nuevo Plan Frontera Sur, que incluye operativos para que no viajen en «La Bestia» y un aumento de las detenciones.
Mientras que Estados Unidos está arrestando la mitad de menores no acompañados que el año pasado -unos 23.000 en los últimos ocho meses-, México aumentó en casi 20% estas capturas y detuvo a 6.113 menores solos de enero a mayo, según cifras oficiales.
La ola denunciada por Estados Unidos «fue una estrategia», asegura fray Tomás, fundador del albergue de migrantes «La 72» en Tenosique.
«Los menores de edad están migrando desde hace más de 10 años y esta crisis inventada fue precisamente para justificar el programa Frontera Sur y toda la ola de represión», manifiesta.
El presidente Barack Obama ha pedido al Congreso que apruebe una asistencia de 1.000 millones de dólares para los países del Triángulo Norte, pero activistas esperan todavía una solución estructural hacia la pobreza y la violencia que fomentan la migración.
«Yo lo vuelvo a intentar»
Las deportaciones no asustan a esos muchachos ni frenan su ímpetu.
Hace sólo dos meses, Mauricio, un hondureño de pelo rizado de 16 años, fue capturado en la frontera mexicana y «tirado» de vuelta a su país cuando estaba a punto de alcanzar su sueño en Texas.
Pero este hijo de agricultores no se dio por vencido y volvió a agarrar camino para tratar de mejorar la vida de su madre y sus cuatro hermanos.
«Yo quiero salir de esto y le pido a Dios porque, me agarren o pase, yo lo vuelvo a intentar, hasta que se pueda algún día estar allá», dice Mauricio, recordando cómo se ha ocultado de las redadas de migración en la selva.
La cacería mexicana tampoco frenó el sueño de Jorge, otro hondureño de 16 años que asegura haber sido deportado en seis ocasiones, o de «El Chapín», un guatemalteco deportado varias veces que ahora vagabundea cerca de las vías del tren en Tenosique.
«A la buena de Dios»
Otros adolescentes centroamericanos son nuevos en este viaje.
Con «ampollas más grandes que los dedos», Carlos Antonio, un chico de Tegucigalpa de 17 años, descansaba en los márgenes de la carretera junto a unos amigos después de haber caminado 48 horas sin comer.
«Hemos venido a la buena de Dios» y llegaremos «donde sea», expresaba este joven, cuya mamá le despidió con lágrimas antes de que, en México, policías le quitaran «todo».
Alberto, otro hondureño de sonrisa dulce de 15 años, también espera llegar a Texas para enviar a casa mucho más que los 4,5 dólares que ganaba al día.
«Está perro ahí con las maras, la mayoría de los jóvenes se dedican a eso. Es una vida fácil pero arriesgada y mejor arriesgarse aquí que allá», asegura el chico antes de cargar de nuevo la mochila y seguir su camino.