Mauricio Vallejo Márquez
El deseo por obtener algo, puede convertirse en la razón de que se llegue a no tener, de perderlo todo. Sobre todo en un país como El Salvador, en que el salario mínimo no es suficiente para saldar las necesidades de una familia ni para alimentarse con dignidad, y por ese deseo incontrolable de tener se llega a la pobreza, gracias a los créditos adquiridos y a las moras. Pero la situación no es sólo de personas que llegan a la pobreza por deudas, nuestro país tiene hombres y mujeres que viven en la pobreza e incluso en la miseria.
Los bancos y almacenes brindan los créditos para que las personas adquieran los productos que consideran necesarios. No quiero decir que los créditos no sean útiles, sin embargo los que no pueden pagarse se convierten en grandes problemas, porque no sólo se debe cancelar una cuota sino un porcentaje que aumenta al igual que la deuda y no sólo se hincha el precio sino que el número de individuos que sobreviven con los escasos billetes que les quedan producto de los embargos.
Los intereses crecen descontrolados hasta el grado de que una refrigeradora puede llegar a tener el precio de un automóvil. Ahora para adquirir se debe tener mucho cuidado en los cálculos y las probabilidades para saldar esas cuentas.
Esa añoranza por tener algún objeto para mantenerse en un estándar de vida que emule los ejemplos que se muestran en los medios de comunicación como la forma ideal de vivir, se ha transformado en un verdadero peligro. La voraz cultura de consumo que ahora es tan común, después de la llegada de la industrialización y el posterior fenómeno de la globalización, ahora es parte de nuestras vidas. Esa compleja industrialización de productos en masa, que vuelve accesible casi cualquier artículo, desde los indispensables hasta los nimios ha ganado terreno en el mundo, y ahora es impensable pasar un día sin gastar. Incluso los imprescindibles servicios que en el siglo pasado eran considerados un lujo, ahora son tan parte de la modernidad que imaginarse unas horas sin estos equivale a aislarse del mundo, como sucede con el internet (ahora una importante herramienta de comunicación). Es cierto que el internet es una necesidad para mantenernos informados, para entretenernos e incluso para aprender, pero no para tenerlo y no utilizarlo aun pagando una cuota.
Sin embargo, el consumo y las deudas también son una parte de los problemas que la población debe vivir, además de la violencia. No sólo porque se ven necesitados de comprar todo lo que se mira ofertado en los medios de comunicación, sino porque el aparente estatus en el que se desarrollan los individuos les exige tener un vehículo, un electrodoméstico e incluso un vestuario acorde a su “posición”. Muchas veces sin valorar si en realidad es necesario obtener dichas cosas. Una cuota de un automóvil retrasada puede llegar a convertirse en un infierno. Pero, muchas personas jamás podrían hacerse de sus cosas sin la ayuda de préstamos o la posibilidad de que existan los financiamientos. ¿Cómo podría la gente entonces pagar al contado? Quizá sería bueno entonces valorar hasta dónde llegan nuestras necesidades y prioridades, y tener que escoger las que la realidad nos permite obtener. Injusto, pero cierto.
Al no valorar esto las deudas llegan a primar en la vida de las personas. Aun cuando se puede prescindir de estos gastos llevando un presupuesto razonable y emparejado con la realidad de cada uno. Pero estos tiempos exigen que la gente posea cosas. ¿Entonces cómo vivieron nuestros antepasados cuando no era posible adquirir algo por no contar con el dinero suficiente para pagar? Es el mismo caso de la Deuda externa que los países tienen. Muchas obras no podrían realizarse si no se pidieran préstamos, pero eso no quiere decir que no existan alternativas para que las deudas dejen de inundar nuestro entorno. La solución está en buscar otros medios de producción, luchar por volvernos autosostenibles como país y como individuos. Y para eso se requiere voluntad y esfuerzo, pero sobre todo comenzar.