Sigrid Harms
Estocolmo/dpa
“Quiero estar sola”, health decía una agotada Greta Garbo en una escena del clásico “Grand Hotel”. La frase bien podía resumir lo que la diva sueca deseaba la mayoría de las veces, y quizá por eso, pese a sus muchos admiradores y amantes, “la divina” nunca se casó. Mañana se cumple un cuarto de siglo de su muerte en un hospital de Nueva York, a los 84 años.
Con todo, Greta Lovisa Gustafsson era todo lo contrario a una joven solitaria. Criada en Estocolmo, “Greta era alegre, siempre buscaba divertirse y sabía exactamente lo que quería”, señala Rune Hellquist, director de la Fundación Garbo en Högsby, la localidad natal de la madre de la actriz. La institución gestiona desde hace 14 años un pequeño museo con una amplia colección de fotografías, libros y objetos personales de la diva.
Greta tenía 14 años cuando la temprana muerte de su padre le obligó a buscarse la vida. Comenzó en una peluquería y más tarde trabajó como vendedora en unos grandes almacenes de Estocolmo. Allí, su belleza llamó pronto la atención, y la joven comenzó a posar como modelo para catálogos de sombreros y participó en pequeños anuncios publicitarios.
En su tiempo libre, Greta dejaba pasar el tiempo en la entrada del teatro, hasta que poco antes de cumplir los 17 fue admitida en la academia de actores de Estocolmo. “Su madre no estaba precisamente entusiasmada”, apunta Hellquist. Pero pocos meses después, la joven debutaba ante las cámaras en 1922 con la comedia “Luffar-Peter”. Sin embargo, la comedia no sería el género en el que mejor se manejaba.
El director Mauritz Stiller descubrió el potencial de la joven y se convirtió en su principal mentor. Fue él quien la convenció para que utilizara como nombre artístico Greta Garbo y la dirigió en “La leyenda de Gösta Berling” (1924), su trampolín para Hollywood. Desde entonces, todo sucedió muy deprisa: su gesto frío y su expresividad la convirtieron en estrella del cine mudo.
“La Garbo transmitía en sus películas algo poético que nadie más fue capaz de lograr salvo, quizás, Charles Chaplin”, dijo en una ocasión el escritor estadounidense Truman Capote. “El Torrente” y “The Temptress” (1926), basadas en novelas del español Vicente Blasco Ibáñez, fueron sus primeros títulos para la Metro Goldwyn Mayer junto con “El demonio y la carne”. Después llegó la transición al cine sonoro, que la sueca supo dominar pese a su ligero acento.
En clásicos de los años 30 como “Mata Hari”, “Anna Christie”, “Anna Karenina” y “La dama de las camelias” encarnó a distintas mujeres que lucharon por amor. “Muero al menos tres veces al año”, ironizaba la diva. “A la gente le encanta verme morir”. Sólo en la comedia de Ernst Lubitsch “Ninotchka”, en la que encarnaba a una agente rusa, pudo reírse ante las cámaras. “La Garbo ríe”, rezaba el slogan publicitario de la época.
Los estudios se encargaron de explotar la imagen intocable de Garbo, que fue apodada “la divina”. Y su timidez fomentaba ese halo de misterio que se le atribuía: apenas concedía entrevistas ni acudía a los estrenos, le incomodaba el revuelo mediático de la fama. “El presidente Kennedy no la conoció hasta después de haberla invitado cuatro veces”, cuenta Hellquist. Al parecer, también rechazó una invitación de la reina de Inglaterra para tomar el té porque no tenía nada adecuado que ponerse, añade el experto.
De su vida privada se sabe que cambió constantemente de amantes y se le atribuyen también relaciones con mujeres, entre ellas la actriz mexicana Dolores del Río y la escritora hispano-estadounidense Mercedes de Acosta. “No soy una persona fácil de dirigir”, dijo en una de sus pocas entrevistas sobre la ausencia de matrimonios en su biografía.
Quizá a esa imagen contribuyó su última película, “La mujer de las dos caras” (1941, conocida también como “Otra vez mío”), en la que interpretaba a una seductora sin escrúpulos. “Creo que el público confundió a la mujer de la película con la verdadera Greta Garbo”, afirma Hellquist.
Sea como fuere, el filme resultó un fracaso y un duro golpe para la actriz. No había cumplido los 40 años cuando decidió retirarse, rechazó todas las ofertas que le llegaron y sólo muy rara vez se la vio en acontecimientos públicos. “Creo que simplemente perdió la pasión por actuar”, señala el experto. “En cualquier caso, ya había ganado suficiente dinero”.
A Suecia regresaba cada vez con menos frecuencia y cuando lo hacía, era de incógnito. Sin embargo, sí acabó encontrando su último descanso en su país natal: nueve años después de su muerte, su sobrina Gray Reisfield decidió depositar la urna con sus cenizas en un cementerio de Estocolmo.