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Una dosis de realismo para el nuevo año

Luis Armando González

El año 2021 recién comienza y las secuelas del 2020 están vivas y seguramente lo seguirán, por lo que cabe presumir, cuando menos durante los primeros cuatro meses del nuevo año. En algunas naciones, más que secuelas –lo queda como resultado de un acontecimiento, una vez que este ha pasado—, lo que hay es una continuidad de dinámicas de salud pública que, de forma crítica, los golpearon el año pasado. En otras, lo que se tiene, en estos primeros días de enero de 2021, es –más que una crisis sanitaria de envergadura— la amenaza de que se suscite un rebrote agudo de la epidemia del coronavirus, por el momento bajo un control relativo. 

Ninguna de las dos situaciones, aunque la primera es peor que la segunda, permite tener motivos para ser optimistas, sino todo lo contrario. Porque la no superación definitiva de la crisis sanitaria impide encarar los problemas económicos y sociales que se han incubado durante aquélla, y que están golpeando a amplios grupos sociales. Estos problemas se van acumulando y haciendo cada vez más complejos, y por ende más difíciles de resolver.

De manera simplista se podría pensar que las naciones sin rebrotes agudos (que no dejan de ser una amenaza) tienen una mejor posibilidad de salir adelante en lo social y económico, por el respiro que les supone no estar lidiando con una emergencia sanitaria. Pero no es así: la interdependencia económica que existe a nivel mundial condiciona las posibilidades de salir adelante por parte de cada nación en particular. Y si las naciones que concentran los recursos económicos y tecnológicos no superan su situación crítica debida al coronavirus, y al impacto de esa crisis en sus aparatos económicos, el resto de naciones también enfrentarán dificultades, tanto más graves si no logran superar, igualmente, su crisis en la salud pública.   

En un escenario así, no se puede menos que ser pesimistas. Ser optimistas (y pensar que nada sucede y que todo es color de rosa, o que con palabras como “nueva normalidad” lo que se hace presente es algo nuevo y bueno) puede ser contraproducente. Tampoco se trata de caer en un pesimismo inmovilizador y depresivo. Lo razonable, y que habría que proponer como criterio orientador, es un pesimismo realista, que se hace cargo de las dificultades pero que trata de entender, de la mejor manera posible, los factores que las generan, para tratar de intervenir en ellas.

El realismo es el mejor antídoto contra el inmovilismo al que podría dar lugar un pesimismo ensimismado en lo trágico. Por supuesto que también lo es para un optimismo fuera de control, es decir, del tipo que promueve actitudes según las cuales basta con desear algo para que ese algo exista o deje de existir.

Qué bueno sería que, en este nuevo año, se implantara en los cerebros de los humanos de todas las clases sociales y todos los colores políticos, identidades religiosas y estilos de vida, el reto de hacerse cargo de los problemas, que son diversos y complejos, de la manera más realista posible. Y, cómo que no, el conocimiento y las herramientas científicas son los mejores aliados en esa urgente e ineludible tarea.

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