Álvaro Darío Lara
Al joven escritor Javier Iraheta
“Fuiste como los trenes, que llegan, pasan, encienden una esperanza y se borran en la ausencia cantando”. M. A. Espino.
El poeta y escritor Miguel Ángel Espino (Santa Ana, El Salvador, 1903- México D.F. 1967) publicó cuatro libros: Mitología de Cuscatlán (Imprenta Nacional, San Salvador, 1919); Cómo Cantan Allá (Imprenta Cuscatlania, San Salvador, 1926); Trenes (Editorial Ercilla, Santiago de Chile, 1940) y Hombres Contra la Muerte (Tipografía Nacional, Guatemala, 1942). Ocupó diversos cargos públicos, y, sobre todo, se dedicó a la labor periodística y literaria con pasión. Dentro de su breve corpus editado, destaca su novela Trenes (Espino, Miguel Ángel, Dirección de Publicaciones del Ministerio de Educación, San Salvador, El Salvador, 1976), de la cual nos ocuparemos.
Trenes es la primera de las dos novelas que dio a la imprenta el escritor. Su divulgación en 1940 inaugura, a nuestro modo de ver, una forma de novelar muy distinta a la que se producía, no muy consistentemente, en el país. Y esto no es una afirmación equívoca. El Salvador no posee una sostenida tradición en este género. No son muchos los autores que -con acierto y anterioridad a Miguel Ángel Espino- incursionan en la novela. Recordamos a Alfredo Alvarado con Las Ruinas (1880); Adrián Meléndez Arévalo con el Crimen de una Rábula (1899); Miguel Escamilla con Cosas del Terruño (1908); José Leiva con el Indio Juan (1933); La Muerte de la Tórtola o Malandanzas de un Corresponsal de José María Peralta Lagos (T.P. Mechín), (1933); y Andanzas y Malandanzas de Alberto Rivas Bonilla (1936). Muchas de estas obras se caracterizan por el tema vernáculo, regionalista, costumbrista. Algunas esbozarán un tímido asomo a lo social.
La novedad de Trenes es su orientación a la novela de penetración psicológica. El autor lo define al inicio: “Esta novela es el estudio de una emoción” (p.11).
Aunque carece del acostumbrado protagonista (o protagonistas) concreto de la novela tradicional. Tiene -en nuestra valoración- un protagonista simbólico, que el autor dibuja de forma fantasmal: la mujer, como idealización suprema del amor. No es la mujer única, es la mujer plural: “Si la amada, entonces, es un sentimiento y no una limitación objetiva, no una personificación rígida, nada de extraño tiene que esa ilusión se encuentre repartida en muchos cuerpos, y que en cada uno de ellos sorprendamos solamente una huella del gran sueño, un vislumbre del tipo que perseguimos, de la compañera presentida” (p.148). Por ello son varias mujeres: Doralia, María Bulane, Señorita Brisa, Isa-Lu, Trini, Señorita II y otras. Hay posiblemente rasgos, historias que remiten a la propia biografía del autor, vagos personajes apenas nombrados. El narrador corresponde a la primera persona. Ese narrador puede ser Carlos.
Con Trenes nos enfrentamos a una novela de fluidez. No encontramos aquí el convencional constructo racionalizado y en esto tendemos puente con las opiniones que sobre su estructura narrativa, hace el recordado crítico nacional don Luis Gallegos Valdés (1917-1990) en su Panorama de la Literatura Salvadoreña (Ver: Gallegos Valdés, Luis. Panorama de la Literatura Salvadoreña. UCA- Editores, San Salvador, El Salvador, 1982, pp. 321-322).
La obra es el experimento de cierto automatismo, pero automatismo que descansa en la consciencia de saber que se está dando cuenta de un orden dentro del aparente caos.
La mujer discute, increpa al narrador, lo sitia. Hay una voz que encarna al anti-ángel, cuestiona, se burla.
Trenes ahonda, a través de varios párrafos, en la técnica del novelar. El novelista se autocritica, se justifica, ofrece la historia de su propia tentativa de creación. Pareciera a ratos un diálogo dramático que de cuando en cuando deja escapar luminarias de un aparente absurdo.
Se cuestiona lo educativo, la escuela que no libera, que ata, como decía Camilo Campos (1899-1924), al dómine. Esa escuela enemiga de la espontaneidad, disecadora de la imaginación. Esa escuela reproductora del sistema injusto. Son párrafos duros los que lanza Espino en esa dirección. Dice sobre este apartado en particular: “En esa prisión de embustes nos simplificaban las cosas de tal modo, que era imposible llegar después a ser un hombre de bien” (p. 28). Su condena continúa: “La vida era frutal y la tornaron esquemática (…). Todavía perdura en mis maldades el beso de aquella tormentosa deformación, de aquella escuela creada contra la vida, organizada contra el instinto y contra la belleza. Escuela sin emoción, sin amor, que atropelló nuestro arrobo a dosis de odio, construida sobre el peñón de la guerra, informada por el espíritu zoológico de la lucha” (p.29).
Formalmente la obra presenta diferentes matices, ismos artísticos. Entre ellos, modernistas: la tendencia a la invención de palabras, a la excesiva adjetivación, a la rebeldía e inconformidad ante el panorama que ofrece la realidad; pero también alucina con imágenes surrealistas, de vanguardia, veamos un ejemplo: “Me subí en un escritorio y le grité, todo pálido: ‘De lo alto de esas pirámides, cuarenta siglos os contemplan’. La arenga, dirigida a mí mismo, había tenido por objeto darme valor. Pero ella dispuso imprudentemente que le había querido decir ‘pantera milenaria’, cosa distinta de mi tentativa terrorista. Se tragó el espejo, el agua de colonia y un gato. Y una antología comparada. Ya intoxicada, ojerosa, me suplicó. Por la responsabilidad histórica que contraía, yo sólo pude decirle ‘Carmen’. Y expiró”. (p.98).
Existen, por otra parte, elementos realistas, que bordean el realismo mágico, por ejemplo: “Era en Balsamaría, la ciudad de agua, levantada sobre una canción. En la ‘Muy Noble y Taimada Ciudad’ de Balsamaría, un alarmante campamento de majaderos, transformado en urbe por correspondencia, gracias a la filantropía de un viejo cafetalero que se había echado distraídamente dos generaciones de indios al bolsillo, preocupado de su generoso afán de purificarlos por el hambre y en cuyo honor se había elevado un monumento, con el maniquí del estrangulador a horcajadas sobre un camello terrible, con cara de arrabal, y luciendo esta leyenda del pueblo agradecido: SENCILLAMENTE” (p.98). Asimismo, los infaltables aires de fugacidad, de fatalidad, de nostalgia, de pérdida, propios del romanticismo. Veamos: “También la Señorita Brisa se inclinó en la sombra – ‘Entonces me amará usted. El amor es eso: ceniza y sombra’. Y sangre sobre la copa sagrada…” (p.146). Y de nuevo el realismo, ahora más acusadoramente social; irónico hacia el amor: “Mientras el hambre aprieta millares de gargantas, mientras el siglo asesino rompe los últimos luceros en la calle del pueblo, mientras la vida se prostituye en juergas mendigas, ¿todavía podemos pensar en el amor?” (pp. 146-147).
Trenes es una novela experimental. Novela que se propone un modo distinto de novelar, más cercano a las vanguardias, que, al esquematismo clásico aristotélico, en cuanto linealidad, sustentada en la exposición, nudo y desenlace; y en cuanto temática, que, en este caso, se desarrolla mediante la fragmentación del discurso narrativo.
Trenes nos presenta un calidoscopio sobre los múltiples caminos del amor hacia la mujer. Hay además pasajes que revelan un fino erotismo. Un tema tabú en la tradición novelística salvadoreña y en general en la literatura nacional. Dice Espino: “El lecho te contuvo con todo y brisa. Mi boca descifraba en tu cuerpo los jeroglíficos del viento, y perseguía en tu piel las huellas húmedas, por donde se había desanillado la fiebre eléctrica. Sobre tu piel sabía, fuente de ardientes alegrías, sobre tu piel de bíblica fragancia, que reproducía el ámbito trastornado en una imagen fresca, como si hubiera sido el espejo en que pacificara sus bucles la Fuerza, yo vertí toda la devoción de mi alarido” (pp.59-60).
Y aún más: “En la feria de sus besos, ya en la cumbre del temblor, arrollaba sobre los pies encendidos la tela de celajes que el sol le dejaba, y las piernas imperiosas parecían como acabadas de lavar en una estrella. Con sus medias de sol y sus plantas de eco disculpaba un cuerpo aburrido, en camino de la desesperación” (p.43).
Son singularmente impactantes las páginas dedicadas al niño que no nació: “…Como no vendrás nunca, habrá que cantarte siempre, para que puedas dormir a la sombra del dolor” (p.103).
En Trenes hay, definitivamente, una apuesta por la utopía personal y colectiva que todos los seres humanos poseemos: “Yo te dije: cincelemos un mundo. Yo solamente te dije: todos pueden cincelar un mundo” (p.68).
Sobre Trenes el escritor Ricardo Trigueros de León (1917-1965) dijo: “Trenes, obra publicada en Ediciones Ercilla, Santiago de Chile, 1940, la considera su autor como una novela, en la que hace ‘el estudio de una emoción’. Pero en verdad no tienen las características de novela, aun cuando se pretendiera hacerla caber dentro del género como una variante por razón de estructura y estilo. Es más que todo, como apunta la correspondiente nota editorial, un alarde “del matiz de la elegancia verbal y metafórica”. En Trenes figura más el poeta que el novelista. Hay novedad, síntesis poética, creación en una palabra” (Guión Literario, Publicación del Departamento Editorial del Ministerio de Educación. Año VI. N° 65, mayo de 1961, El Salvador. p.1.) Luego en la sección de notas bibliográficas de la misma publicación, página 3, leemos esta reproducción de la Revista Hispania: “ ‘Esta novela irregular cabe dentro del viento’ Con esta advertencia el autor empieza un libro lleno de deslumbrantes imágenes y conceptos ingeniosos. Queremos creerle cuando declara que su obra ‘cabe dentro del viento’, porque nos parece que cabe mejor allí que en otra parte alguna. Su irregularidad es también indiscutible, pero es algo menos cierto que sea una novela”. Prosigue más adelante: “El estilo de esta ‘novela’ es radicalmente ultraísta, y su actitud ante la vida es una especie de angustia existencialista que ha sufrido los estragos de la siquiatría moderna. En muchas partes el autor insiste en que su obra no es una ‘novela panorámica, sino una novela intencionista’ cuyo ‘encadenamiento no es temporal, cronológico, sino sorpresivo, subordinado a la elegancia sicológica’ y que su trama ‘obedece a una lógica artística’. Por supuesto que una subjetividad tan extrema impone a libro los mismos límites de accesibilidad que se notan en la obra de muchos pintores y compositores contemporáneos: ellos saben lo que sienten, pero su arte no les basta para comunicar su sentir al mundo” (De: Revista Hispania, N°3. Vol. XLVII. Septiembre de 1961).
Estos dos enfoques destacan la eficacia estética y narrativa, de lenguaje, en Trenes más que su pertenencia al modelo clásico de novela.
Por otra parte, destacamos un juicio muy justo y lúcido en la contraportada de la cuarta edición de la novela realizada por la Dirección de Publicaciones del Ministerio de Educación de El Salvador en 1976. Veamos: “Trenes significa una avanzada narrativa no solamente en la prosa escrita por salvadoreños sino a nivel latinoamericano, sobre todo si tomamos en cuenta que fue realizada hacia 1940, cuando estructuras como las de esta novela, no habían desarrollado una corriente expresiva que las señalase como un logro en la novelística de nuestra América”.
Trenes es una novela ungida por la poesía, una novela ensayo, un ensayo novelado, un poema narrativo, o sea una manifestación literaria, integral, de un creador que tenía hondas preocupaciones de expresión y de renovación estética dentro de la literatura nacional.
Y es que la novela contemporánea, para sólo citar algunos autores como: James Joyce y Samuel Beckett; y entre los latinoamericanos, Julio Cortázar y José Lezama Lima; o los clásicos eternos como don Miguel de Cervantes y Saavedra, han tenido siempre una panorámica diferente. Han sido autores de certera y auténtica ruptura. Ruptura potenciadora, reveladora –literariamente- de ángulos distintos sobre los mismos hilos de la humanidad.
Creemos que Miguel Ángel Espino al escribir Trenes buscaba sintonizar una frecuencia que a lo mejor no era la que se estaba estilando por estos lares. Mala suerte para los críticos miopes de su época, pero muy buena para la literatura nacional y para los lectores sensibles y dotados de buena intuición.
Trenes invita a un estudio a profundidad, desde lo temático, lo histórico-literario, lo técnico-estructural. Pero es, en conclusión, una sugestiva aventura al mundo laberíntico de las pasiones humanas. La mujer-tren, el hombre-isla, el niño que no vio la luz, la escuela-asesina, la sociedad castrante, aquí cito textualmente a Espino: “Hay que violar la santidad artificial de una sociedad formalista construida sobre el dolor, bajo la dictadura del engaño. Debemos organizar la libertad en sus aspectos vitales y en sus resonancias subjetivas, como principio de nuestra recuperación integral” (p.94).
El hombre hablando desde los símbolos, novelando, cito de nuevo al escritor: “…Déjame que te hable ahora, en la melodía límpida de los símbolos” (p. 103). Todos estos seres-personajes están aquí, en Trenes, deambulando, hablando, profiriendo maldiciones, VIVIENDO.
Trenes, esa novela de amores que va de estación en estación, necesita lectores: neo-lectores y re-lectores, que comprendan que las obras literarias, como las personas, como la mujer-símbolo de Espino, nos ofrecen, si lo permitimos, una magnífica oportunidad de humanidad y trascendencia.
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